“Si golpeas primero, golpearás más fuerte”. La tercera temporada de Cobra Kai podría tranquilamente responder a esta máxima o a alguna otra frase inspiradora de su tipo, expresiones que de inmediato se asocia con los centros de adiestramiento especializados en las clásicas artes marciales orientales.
El primer golpe llegó por supuesto desde Netflix, la plataforma que convirtió a esta continuidad de los hechos y los personajes de la trilogía de Karate Kid en uno de los inesperados éxitos de 2020.
La decisión de adelantar para el primer día del nuevo año el acceso a los 10 episodios de la temporada 3 encuentra su correlato más de una vez en el desarrollo de esta historia: los que se anticipan al movimiento del oponente siempre sacan alguna ventaja. Y la iniciativa de la plataforma llevará seguramente a que por algún tiempo no se hable de otra cosa.
Sobre todo porque la nueva temporada ofrece razones de peso para que la atención hacia lo que ocurre en la serie se mantenga sostenida y no decaiga. Cobra Kai logró de manera laboriosa y muy persuasiva que su propuesta no fuera vista solo como un ejercicio de nostalgia y reivindicación de un culto ochentoso que parecía olvidado.
Ya se sabe que ese rescate emotivo encontró en la actualidad la manifestación de un destino inexorable. Sobre todo porque las viejas rivalidades del pasado se extienden a las nuevas generaciones.
Ese sesgo parecía ser el disparador del regreso, que en buena parte de las dos primeras temporadas se manifestaba a través de guiños, referencias burlonas y alusiones satíricas al paso del tiempo a cargo de sus dos grandes protagonistas, Daniel LaRusso (Ralph Macchio) y Johnny Lawrence (William Zabka). Sobre todo el último, una especie de dinosaurio orgulloso de su falta de adaptación a los nuevos tiempos y de una conducta marcada por la incorrección política.
Pero en este regreso las cosas cambian. Se ponen mucho más serias y hasta solemnes en un punto. El pasado golpea y machaca la conciencia de los protagonistas hasta el punto de la obsesión. Nadie se niega a los mandatos del destino, pero ahora toca atravesar ese trance con dolor, sufrimiento y muchísima descarga energética.
Por eso, a lo largo de la temporada 3 se ven muchos más combates cuerpo a cuerpo, muchos más desafíos y promesas de venganzas: la represalia constante es el nuevo motor de la lucha.
En el fondo, la temporada 3 de Cobra Kai es una larga continuación del violentísimo combate (la “batalla de la escuela secundaria”) con la que se cerró la segunda temporada. Los dos bandos siguen funcionando sobre todo a partir de la identificación del enemigo y sus jóvenes protagonistas, en especial la hija de Daniel, Sam (Mary Mouser) y el hijo de Johnny, Robbie Keene (Taylor Buchanan, cada vez más parecido al joven Val Kilmer). A ambos les toca pagar una y otra vez las consecuencias de esa durísima pelea. Lo mismo les ocurre a los dos sufridos álter egos de ambos vástagos: Miguel Díaz (Xolo Maridueña) y Tory (la excelente Peyton List).
Con la misma habilidad y la misma astucia de las dos temporadas previas, la acción pendula entre este cuarteto de personajes juveniles y el resto de los estudiantes, por un lado, y los adultos por el otro. Hasta el papel más pequeño tiene sentido y se verá en esta temporada 3 cómo algunos integrantes del reparto que parecían olvidados reaparecen siempre con algún sentido y motivaciones precisas.
También queda de nuevo a la vista la condición de enemigos íntimos que identifica a Daniel y a Johnny, que un día pueden ser aliados circunstanciales (pero muy sólidos) y al día siguiente terminan enfrentados por nimiedades.
La línea que vincula a ambos sigue siendo muy delgada, ambigua y compleja. Todo lo contrario a lo que ocurre entre ellos y John Kreese (Martin Kove), cuyas motivaciones empezamos a descubrir a través de un viaje hacia su pasado, en el que tuvo muchísimo que ver la experiencia de Vietnam; es muy posible que entendamos mejor por qué Kreese hace lo que hace a partir de todo lo que vivió.
En esta tercera temporada también se verá una actitud mucho más comprometida de Amanda LaRusso (Courtney Henggeler), quien parece dejar de lado su actitud distante. Ese involucramiento va de la mano con una serie de cambios y alteraciones en el manejo de la empresa familiar de administración y venta de autos usados. Una situación que a la vez llevará a Daniel a revisar por su lado algunas cosas decisivas que le tocó vivir en otro tiempo, a través de un viaje a Okinawa, el lugar originario del señor Miyagi. Lo mismo hará Johnny, que de la mano de Zabka vuelve a convertirse en el personaje más atractivo, complejo e interesante de todo el relato.
Y aquí es donde entra a tallar el otro elemento clave de la temporada 3: su fidelidad a algunos de los hechos narrados en Karate Kid 2. Los fans más memoriosos se entusiasmarán con la sucesión de referencias a lo ocurrido en esa película (con la invalorable ayuda de constantes y oportunos flashbacks) y quienes descubrieron en este tiempo la historia tendrán que revisar aquel viejo capítulo de la década del 80 para entender unas cuantas conexiones muy visibles entre el presente y un pasado que parece no haberse ido nunca. Por allí pasa también, en el caso de Johnny, la respuesta a un pedido de amistad en Facebook. Hay muchas puertas de la vieja historia de Karate Kid que vuelven aquí a abrirse.
Antes y ahora, desde el impulso o la reflexión, el destino de todos los protagonistas de Cobra Kai es resolver sus interrogantes existenciales a través de la disciplina del karate. Quizás haya demasiadas vueltas en ese camino y, al ser tantas, algunas resulten innecesarias o inútiles. Pero más allá de los giros la estación final de todos los dilemas es el combate. Con más lágrimas, con más marcas en la piel y con más huesos rotos que en las primeras dos temporadas juntas, los diez nuevos episodios de Cobra Kai mantienen viva la llama de la pelea. Todo es mucho más serio. Y sigue siendo muy entretenido.
Fuente: El Nacional
Por: Maria Laura Espinoza
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