Decenas de albergues para migrantes en México han cerrado sus puertas o reducido sus operaciones en las últimas semanas para tratar de frenar la propagación del coronavirus, exponiendo a las personas a un peligro mayor justo cuando los flujos de Centroamérica a Estados Unidos están aumentando nuevamente.
Reuters habló con personas responsables de más de 40 refugios que habían ofrecido albergue a miles en una ruta donde los inmigrantes ilegales a menudo enfrentan robos y secuestros, antes de que la pandemia los obligara a cerrar o limitar su capacidad.
Los cierres son un nuevo dolor de cabeza para los migrantes que ya enfrentan reducciones en las rutas de un tren de carga mexicano conocido como “La Bestia”, que durante mucho tiempo los ha ayudado a llegar al norte.
Menos refugios significan menos lugares seguros para que los centroamericanos se protejan, incluso cuando muchos caminan cientos de kilómetros más que antes, dijeron a Reuters más de una docena de migrantes.
Cuando el albergue principal en la ciudad norteña Saltillo, una concurrida parada en la carretera a Texas, cerró antes de Navidad debido a un brote de COVID-19 que mató a su fundador, decenas de migrantes se quedaron acampando en la acera.
Los migrantes organizaron su propia patrulla nocturna, alarmados por los criminales que a menudo se aprovechan de ellos en la ciudad, un importante punto de tránsito de las violentas bandas del crimen organizado.
Los crecientes riesgos que enfrentan Castañeda y otros migrantes podrían complicar los esfuerzos para mejorar sus condiciones bajo el mandato del presidente entrante de Estados Unidos, Joe Biden, quien se ha comprometido con políticas más humanas que las impuestas por Donald Trump.
La asunción de Biden el 20 de enero y los dos huracanes ya han animado a algunos centroamericanos a dirigirse hacia el norte. Los chats utilizados por los migrantes dicen que una importante caravana se está organizando para partir de Honduras el 15 de enero.
La cantidad de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños atrapados tratando de cruzar la frontera sur de Estados Unidos se multiplicó por más de tres entre julio y noviembre, según muestran datos oficiales.
AGOTAMIENTO
En la ciudad sureña Tenosique, un punto de encuentro para los migrantes que ingresan a México desde Guatemala, un influyente refugio conocido como “La 72” tuvo que cerrar sus puertas a los recién llegados luego de un brote de coronavirus a fines de noviembre.
“Es una pena no poderlos ingresar al albergue en un momento de una situación tan compleja porque para eso estamos”, se lamentó el director del albergue, Fray Romero.
Antes del cierre del albergue, Romero dijo que estaba acogiendo a centroamericanos que habían perdido sus hogares y sus medios de vida a causa de los huracanes Eta e Iota. Incluso ahora, decenas de migrantes siguen llegando todos los días, sostuvo.
A unos 1,800 kilómetros al norte, en Saltillo, los residentes preocupados compartieron tamales calientes con los migrantes en víspera de Navidad, y la ciudad ha improvisado para hacer frente a la pérdida de los alojamientos.
La hondureña Glenda Troches, residente desde hace mucho tiempo, ha abierto su modesta casa de madera a los migrantes, muy consciente de los peligros que enfrentan, ya que una vez fue secuestrada por una pandilla.
Troches ofrece refugio a compatriotas como Sara Servellón, una joven de 32 años que se fue de Honduras a Estados Unidos con su esposo justo cuando Eta se acercaba.
Para entonces, la violencia de las pandillas, la falta de trabajo y la pandemia los habían convencido de que no tenían futuro en Honduras, confesó Servellón. Aún así, estaba tan cansada de la caminata por el sur de México que al intentar subir a “La Bestia”, se cayó de bruces y se desmayó.
“Estaba muy débil”, recordó. Sin embargo, siguieron adelante rápidamente.
Antes de llegar al refugio de migrantes improvisado de Troches, Servellón aseguró que no había dormido de manera segura en un refugio desde la ciudad sureña Palenque, a más de 1,600 kilómetros de distancia.
“Caminamos prácticamente todo México”, recordó. “No habíamos comido en todo el día y la noche”.
“Hay camionetas sospechosas que se estacionan o que dan vueltas con dos o tres hombres adentro”, aseguró el migrante hondureño Michael Castañeda, de 27 años, quien ayudó a organizar la vigilia. “Sabemos que (delincuentes) nos están viendo, y saben que estamos viéndoles también”, agregó.
Una red de refugios financiados con fondos privados proporciona alimentos, asistencia legal y médica a decenas de miles de migrantes que atraviesan México cada año. Dirigidos por agencias no gubernamentales u organizaciones religiosas, están sujetos a las reglas estatales, incluidas las leyes de salud que han obligado a algunos a cerrar en plena pandemia.
Castañeda quiere llegar a Estados Unidos para trabajar y enviar dinero a sus padres y a sus tres hermanos menores para reconstruir la casa familiar, golpeada por dos devastadores huracanes que azotaron Centroamérica en noviembre.
Pero su viaje a través de México ha sido lento, dijo, después de que se lesionó la pierna en el camino y no pudo acceder a atención médica ni descansar adecuadamente debido a los refugios cerrados.
Las estimaciones varían sobre cuántos refugios hay, pero un estudio de 2020 de la filial mexicana del banco español BBVA identificó 96 albergues, casas de descanso y comedores para migrantes en las principales rutas migratorias de México.
Reuters