Chávez: más pena que gloria

Chávez: más pena que gloria

El oficialismo se animó a conmemorar el cuarto aniversario de la muerte del comandante Chávez, a través de actos debido a cuya falta de calor se reflejó el sentir de la mayoría de los venezolanos frente a quien inauguró la etapa histórica que hoy sufre la república. Se entiende el interés del oficialismo en la celebración de la efeméride, pero más elocuente fue la conducta del pueblo frente a ella.

 

 

 

El régimen, debido a la falta de ideas dignas de tal nombre y de realizaciones concretas en beneficio de la sociedad, tenía la obligación de mantener inflamada la llama de un supuesto héroe para que no termine en el total degredo lo que han hecho y lo que no han hecho por el pueblo. A falta de pensamiento y de realizaciones dignas de atención, se han aferrado a la celebridad de quien, según las cansonas y hueras apologías que de él han hecho, es una especie de cumbre de la historia contemporánea.

 

 

 

De allí la programación de un conjunto de actos públicos, a través de los cuales se pretendía reforzar el pedestal de una figura que solo para ellos merece encomios y ovaciones. Por eso no se conformaron con una convocatoria nacional. Trajeron convidados del extranjero, para que los acompañaran en unos actos que debían ser imponentes, es decir, a la altura de la fama que celebraban.

 

 

 

Pero sucedió lo contrario, por fortuna. Unas esmirriadas sesiones en las cuales sobresalieron los discursos acartonados, los vocablos vacíos y los eslóganes sin hueso, recordaron la desaparición del homenajeado. Todo estuvo gélido y tieso, pese al entusiasmo de los organizadores. Si algo faltó en aquellos lamentables actos fue el calor de las oraciones, la vitalidad de los compromisos  y la compañía de las multitudes. Un círculo caracterizado por el hermetismo y por una gigantesca soledad dio cuenta de la muerte de un hombre ocurrida hace cuatro años.

 

 

 

Pese a la insistencia de las convocatorias, el pueblo venezolano no se dio por aludido. La inmensa mayoría de la gente mantuvo sus rutinas, se ocupó de sus asuntos, en realidad ni siquiera se percató de que se efectuaban unos actos para los cuales estaba convidada.

 

 

 

Nada animó al pueblo para que circulara alrededor del sarcófago del “individuo estelar”, ni para que  ofreciera jaculatorias y coronas floridas frente a su cadáver. Solo un grupo de acólitos sumisos, realmente pocos, a decir verdad, repitió ritos de adoración en el llamado Cuartel de la Montaña, como hacen ocasionalmente para mantener algunos hábitos de disciplina. El resto se dedicó a pasarla tranquilo, o a pensar en el terrible rompecabezas de una existencia convertida en infierno por obra del difunto.

 

 

 

El culto a Chávez está en bancarrota, según se desprende de la fracasada conmemoración de su muerte. El despilfarro de los dineros de todos fracasó ante la apatía de los venezolanos, ante el desinterés de una mayoría de seres humanos que más debe reclamar que agradecer. Vivimos la hora de la desgana frente al causante de las desgracias nacionales, prólogo, seguramente, de lo que puede ser después repulsa generalizada.

 

 

Editorial de El Nacional

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