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Castro, franchise & makeup

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Castro, franchise & makeup

Nacido al calor, valga el contrasentido, de la Guerra Fría, el Movimiento de Países no Alineados es una pálida sombra de la organización prefigurada en la Conferencia de Bandung, Indonesia (1955), por el jefe de Estado de ese país, Sukarno, y los de India y Egipto, Jawaharlal Nehru y Gamal Abdel Nasser, como foro independiente para el debate de los problemas mundiales y la definición de políticas mancomunadas para regular las relaciones internacionales; una vaguedad, si se quiere, pero por algo había que empezar.

 

 

 

Seis años después, en Belgrado, capital de la desintegrada Yugoslavia, acrecentaba la base geográfica para robustecer su significación geopolítica y bajo la presidencia de Josip Broz, “Tito” –que se desempeñó como su secretario general–, adquirió identidad y prestancia porque las circunstancias le eran favorables: la pugna URSS-Estados Unidos, la descolonización, el auge de organizaciones de liberación nacional. A partir de allí, el número de miembros fue en aumento, pues se trataba de una tribuna de valiosa resonancia internacional. Y entonces llegó Fidel.

 

 

 

Con más de un centenar de delegaciones –países participantes (98), observadores (9), invitados (10)– y un variopinto contingente de coleados (grupúsculos delincuenciales ocultos tras la fachada revolucionaria) se efectúa en La Habana (1979) la VI conferencia cumbre de la organización, batahola con sesgo afro asiático de la que Fidel Castro saca partido pensando más en los negocios que en la política, pues, con la ruptura del Pacto de Varsovia, la caída del Muro de Berlín y la implosión de la URSS, el movimiento pierde su razón de ser.

 

 

 

De hecho, se convierte en un deplorable circo itinerante administrado por los cubanos, ¡dueños de la franquicia que cobran en dólares! Validos del auge de la narcoguerrilla y la emergencia del chavo-populismo petrolero, han mantenido insepulto un cadáver que, cada cierto tiempo, exhiben en naciones como la nuestra, que por desgracia continúan ancladas en el pasado.

 

 

 

Maduro, cuando era canciller, gestionó la XVII cumbre, que si los acontecimientos lo permiten –hay un 1° de septiembre en el horizonte, que puede acarrear nubarrones no propicios para plenarios del subdesarrollo–, recibirá de manos de Irán la presidencia de un parapeto en el que se ha invertido más dinero que tiempo en ornato, pompa y pago de franquicia.

 

 

 

El brinquinini de ésta quizá se hizo por adelantado; del adorno y la etiqueta tal vez se haya abonado la mitad –la otra ya veremos– a contratistas que maquillan Porlamar y aceleran, precipitadamente, la culminación del macro centro comercial para que los diploturistas puedan hacer shopping de marcas subvencionadas con las divisas que se le niegan al venezolano.

 

 

 

Habrá, si el tiempo no lo impide, como rezan los carteles taurinos, fiesta tercer mundo adentro. Para regocijo de Castro Brothers, franchises & makeup. Tranquilidad garantizada por el despliegue de 14.000 esbirros prestos a disparar primero y averiguar después. ¡Dígalo, ahí, Reverol!

 

 

Editorial de El Nacional

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