Carcajadas freudianas

Carcajadas freudianas

En días pasados, este editorial se valió de Cantinflas a propósito del monumental dislate de la ministro de Información con respecto a supuestos mensajes insertos en los crucigramas del diario El Aragüeño que, según ella -l parecer en posesión de claves y códigos para descifrarlos- intercambiaban unos golpistas no identificados.

 

Sin embargo, no es este el único ni el último disparate que esta semana disparan los voceros del oficialismo. Sin ir muy lejos, el Capitán Cabilla, citado ayer en este mismo espacio, viene de enredarse en una maraña de afirmaciones y negaciones en una jerigonza parecida al castellano, pero con una gramática y una sintaxis tales que requieren, para su comprensión, el concurso de un intérprete. Todavía nos preguntamos qué fue lo que dijo, qué no dijo y qué quiso decir el capitán.

 

Los despropósitos referidos figurarán algún día en la antología de disparates chavistas que, seguramente, alguien se encargará de recopilar con la intención de que no caigan en el saco del olvido. Pero las burradas y barbaridades proferidas en esta suerte de teatro del absurdo en que vivimos llegan a un nivel más alto aún: el ciudadano que ocupa la silla presidencial, por obra y gracia de un CNE cuyas rectoras han debido ser sustituidas mucho antes de esa elección, nos dejó boquiabiertos cuando aseguró que “Simón Bolívar quedó huérfano de esposa”.

 

Ante semejante disparate nos preguntamos cómo hicieron esos tipos tan mal hablados para llegar donde están. Chávez tenía un cierto dominio escénico, pero su vocabulario era más bien pobre y además lo empleaba a trompicones.

 

La sinonimia entre viudo y huérfano no existe; pero al colocarla sobre el tapete, Maduro descubre una faceta desconocida del Libertador: éste sufría del complejo de Edipo; una revelación que sería la comidilla de psiquiatras y psicoanalistas freudianos, si no fuese por lo desopilante de la misma. Ahora la espada y la esposa de Bolívar caminan por América Latina.

 

No compartimos la creencia de que para ocupar la primera magistratura es necesario ser doctor, pero sí pensamos que el ejercicio del poder supone que quien lo detenta debe estar en condiciones de comunicar sus ideas.

 

No todos los presidentes son doctores o sabios, pero los buenos mandatarios saben callar y no opinan sobre lo que ignoran. No es el caso de quienes “por exceso de falta de ignorancia” (Cantinflas dixit) se creen en la obligación de dictar cátedra sobre lo humano y lo divino.

 

Esta era una mala costumbre del paracaidista perpetuo, hoy en los cielos, que como la flor de la canela derramaba lisuras que hacían sonrojar hasta a los rojos intelectuales que, cada cierto tiempo, tenían que salir en su defensa y justificar las metidas de pata o de botas de su jefe. De tan mala costumbre se ha contagiado su heredero, al punto de que, por desgracia, agrega cada día un nuevo chiste a la vida nacional.

 

Dicen que la dificultad de expresarse con cierta coherencia está comúnmente asociada a trastornos mentales. Ello no implica que quien farfulla sea fatalmente un orate o un desquiciado, pero sí preocupa que quien gobierna un país no pueda mantener una conversación fluida con su auditorio o hilvanar un discurso sin tener que valerse de muletillas que, en vez de ayudar, complican porque cuanto mayor es el desconocimiento más alto es el atrevimiento y, como no hay recato, las costuras del hablante se exhiben obscenamente.

 

Y, bromas de lado, es inaceptable que el lenguaje oficial sea tan ordinario y reducido. Esto es algo novedoso en Venezuela porque, en el pasado, hasta en los más humildes hogares existía la preocupación por enviar los hijos a la escuela para que aprendieran del buen hablar y escribir.

 

Editorial de El Nacional

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