Las duras amenazas del premier británico David Cameron contra el Gobierno español hicieron recrudecer los controles fronterizos y los vehículos colapsan las carreteras
Carmen Fernández apaga el motor de su coche para ahorrar gasolina y empuja el vehículo, que avanza lentamente en la larga cola para entrar en Gibraltar, donde esta española, que trabaja como limpiadora, se enfrenta casi a diario a los controles fronterizos.
«Yo voy a trabajar por horas y no entro andando porque tengo que pagar el parking aquí y el autobús dentro y no me compensa», explica esta madre de familia de 36 años que viene de la vecina San Roque. Esta mañana llegó a las 9:00 y lleva ya más de dos horas de cola.
«Para ahorrar gasolina he tenido que quitar dos días de trabajo y ahora solo vengo los martes, miércoles y jueves», dice, mientras a su alrededor decenas de vehículos forman tres carriles donde sólo debería haber uno.
De repente, alguien intenta colarse y se desata un estruendo de bocinas de protesta en un clima de creciente nerviosismo.
Carmen lleva cinco años trabajando en Gibraltar. «Todos los veranos son así, siempre sale un tema para aumentar los controles, pero éste está siendo el peor», afirma.
Como a muchos de los 10.000 españoles que trabajan en Gibraltar, los controles fronterizos le afectan a menudo a la entrada y a la salida.
España asegura que son necesarios para luchar contra el contrabando, especialmente de tabaco, pero las autoridades del territorio británico los consideran una represalia por haber construido en las disputadas aguas en torno al Peñón un arrecife artificial que impide faenar a los pesqueros españoles.
El conflicto vuelve a estar servido y esta vez la tensión diplomática ha alcanzado al binomio Madrid-Londres.
En la aduana, conocida aquí como «la verja», los guardias civiles españoles controlan todos los vehículos que pasan, incluidas motos y bicicletas.
«Esto es pura política», se lamenta Francis Pérez, de 30 años, obrero de la construcción desempleado que cruza en un coche destartalado con su esposa, sus hijos y el abuelo. «Hoy no hace mucho calor, pero otros días hacía bastante y era difícil soportarlo», agrega.
Muchos se impacientan.
En el asiento trasero de un vehículo, una anciana martillea nerviosamente con el documento de identidad español que lleva ya en la mano desde hace tiempo pese a que se encuentran aún lejos del paso fronterizo.
Otros salen de sus coches y se pasean arriba y abajo hasta que les toca volver a arrancar para avanzar tres o cuatro metros.
«Esto es horroroso», dice Juani Romero, una ama de casa de 58 años que viene con su marido desde la vecina Algeciras.
«No venimos nunca», afirma, pero «mañana nos vamos de viaje a casa de mi hija, que vive en Madrid, y como la gasolina en Gibraltar está más barata hemos pensado comprarla aquí», explica.
«Algo habíamos oído en las noticias, pero no imaginábamos que la cola fuera tan larga», dice su esposo, visiblemente malhumorado.
La policía gibraltareña anunciaba a las 13:00 locales (11:00 GMT) un tiempo estimado de espera de cinco horas para entrar. Otras veces, las colas se forman a la salida del territorio.
Ante esta situación, han surgido en Gibraltar grupos de voluntarios que reparten agua a la gente que espera dentro de los vehículos, especialmente a las familias con niños pequeños.
Richard Monroe tiene dos hijos de 3 y 5 años y un bebé de tres meses. Vienen desde Londres de vacaciones, es su primera vez en Gibraltar y junto a su esposa ha optado por dejar el coche y cruzar a pie con el carrito del pequeño y dos enormes maletas.
«Aparcamos allí», dice este informático de 42 años mostrando un aparcamiento abarrotado. «Así nos evitamos este problema», afirma, mientras adelanta a los automovilistas parados.
«Me da pena por la gente española y gibraltareña, porque están sufriendo una situación creada por sus gobiernos», afirma.
Fuente: Infobae