Con la ya patética y deshilachada retórica que lo distingue como uno de los oradores menos elocuentes de nuestra historia, y no sin antes calificar de fascistas a sus opositores -como informó el periodista de este diario- Maduro presentó su gabinete al país. Un equipo integrado nada menos que por 32 ministros y 6 coordinadores para el desarrollo de las regiones, con lo que dejó establecido que el burocratismo es concomitante con la revolución bolivariana.
Apenas 32 atornillados a carteras tan extravagantes como “Transformación de la Gran Caracas” (Farruco Sesto) y misteriosas como “Seguimiento de la Gestión de Gobierno” (Carmen Meléndez) o estrafalarias como la “de Estado para la Banca Pública” (Marcos Torres).
Suman 32 ministros (15 ratificados, 3 enrocados y 4 reenganchados) y 6 coordinadores que, como producto de la rebatiña roja y dejando de lado a su aliados, han sido designados no tanto para gerenciar la administración pública cuanto para satisfacer las apetencias de las distintas facciones en pugna por el control del aparato partidista que Chávez les legó bajo el desteñido nombre de Partido Socialista Unido de Venezuela.
Como en la viña del Señor hay de todo en este reciclaje de la mediocridad. Desde un actuario versado en aritmética y teoría combinatoria, hasta una abogada que desprecia el derecho y delega en pranes la gestión penitenciaria mientras amenaza con cárcel al abanderado de la oposición, pasando por un arquitecto destemplado dispuesto a dejar sin trabajo a todo aquel que, empleado en el ministerio a su cargo, sea sospechoso de pensar distinto a quienes gobiernan y, con descaro, dice que le importa un pito la ley del trabajo.
No basta decir que este gabinete es más de lo mismo. Ha habido un reseteo de la comprobada ineficiencia chavista en materia de gestión estatal que, en la actualidad, cuando escasean los recursos y los precios del crudo declinan, deja al país a merced de una improvisación patente, por ejemplo, en la militarización de una agonizante industria eléctrica ahora bajo la responsabilidad de Jesse Chacón, un “licenciado en ciencias y artes militares” que tal vez crea que poniendo los voltios y los cables “marchando en perfecta formación” se puede generar y transmitir energía.
Si preocupante es el ambiguo y dubitativo discurso de Maduro, más alarmante resulta que, luego de poquísimos días, los ministros hayan dado muestras de una incesante agresividad, intolerancia y falta de respeto. No puede uno sino concluir que o Maduro no controla a sus ministros o bien los usa para decir lo que realmente piensa.
Estamos frente a la exaltación de la imperfección, la insuficiencia y, al mismo tiempo, de la prepotencia, que han sido la marca de fábrica de un régimen para el cual no cuentan la calidad sino la cantidad. Con más gente al mando creen poder resolver los problemas, olvidando que muchas manos en la olla ponen el caldo morado.
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Editorial de El Nacional