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Cabello y sus zancadillas

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Cabello y sus zancadillas

 

Hace tiempo alertamos que el gobierno rojo rojito no se desprendería del poder (o más bien del gran botín que para ellos ha resultado ser Venezuela) por la misma razón que Al Capone nunca tuvo entre sus planes abandonar la ciudad de Chicago.

 

ra dueño y señor de las calles, de la venta ilegal de licores, de los casinos clandestinos y de las apuestas de todo tipo, de los grandes burdeles, además de una larga tropa de hampones para cometer extorsiones, secuestros y asesinatos. En sus manos estaba el tráfico de drogas, nada menos.

 

 

La suerte le sonreía y el alcalde la ciudad y sus numerosos subordinados cobraban un dinero extra que salía de los ricos bolsillos de Capone. Este repetía como un mantra que era un hombre que carecía de propiedades materiales, que no era rico. Ya sabemos como terminó.

 

 

Así sucede ahora con la cúpula chavista, con la delincuencia de cuello rojo. Pretenden seguir gobernando sin rendirle cuenta a nadie, sin que se examinen sus haberes, sin que la ley los castigue si asaltan el tesoro nacional y lo invierten en residencias lujosas, en fincas y haciendas, en viajes fastuosos por el mundo, en cuentas en dólares en Suiza o Andorra, en negocios sucios en el exterior, en yates y aviones, en financiamiento de campañas electorales para ayudar a ser diputado a un sujeto expedientado por la DEA.

 

La derrota del 6 de diciembre no les importa políticamente, tampoco desde el punto de vista económico pues están boyantes y pueden vivir tranquilos por muchos años. Les preocupa, eso sí, perder los resortes claves del poder porque ello les arrebataría sus privilegios y sus protecciones, los convertiría en simples ciudadanos obligados a someterse al imperio de la ley.

 

El terror de Maduro y familia, del capitán y sus socios, de los gobernadores y diputados oficialistas, de los integrantes de la familia que vive en Barinas, del esposo de la infanta y sus entorno de amigas, de la cúpula militar rojita, de sus socios rusos, chinos y cubanos, es que se instale una nueva Asamblea Nacional que con coraje y valentía destape el inmenso y maloliente depósito de la corrupción.

 

 

Los aterra que no sólo hayan perdido las elecciones sino que, para mayor vergüenza, quede estampado en la historia de este país cómo por su avidez de riquezas y de trepar en la escala social, no les importó traicionar y ensuciar el discurso contra la corrupción que los llevó al poder y que en ningún momento supieron mantener con dignidad.

 

 

No extraña entonces que dirijan sus tentáculos siniestros hacia el Tribunal Supremo de Justicia y que lo tomen por asalto para convertirlo ya no solo en ciudadela fortificada sino en guarida para sus futuras fechorías.

 

 

Que la Sala Electoral del TSJ haya aceptado los recursos de impugnación de ocho diputados de la bancada opositora y que, para colmo, estos recursos estén impulsados por el oficialismo no es sino una señal de que van en desbandada y quieren frenar el avance triunfador de las fuerzas democráticas. A sus años la Barbie debe ser prudente.

 

Editorial de El Nacional

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