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Botero: retratos de la violencia

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Botero: retratos de la violencia

En noviembre de 2000 ocurrió una de las peores masacres en la historia de Colombia: más de 60 campesinos fueron asesinados en Ciénaga Grande (norte) por un comando de las Autodefensas Unidas de Colombia. La matanza comenzó al amanecer, cuando 10 pescadores que iban en sus canoas a Barranquilla, a vender pescado, fueron alcanzados por los asesinos. El desplazamiento fue una de las consecuencias más graves: tan sólo en uno de los tres caseríos sólo quedaron 300 de los 4 mil habitantes.

 

Esa y otras masacres, así como el fenómeno de los desplazados, el secuestro, la tortura, el uso de motosierras para decapitar cuerpos, el dolor de las madres y los huérfanos se dejan ver en las 69 obras de Testimonios de la barbarie, de Fernando Botero, que hoy se inaugura en el Museo Cuartel del Arte de Pachuca.

 

Más de 30 veces se ha puesto la colección en Hispanoamérica. El pintor la hizo entre 1999 y 2004, y en ese 2004 decidió donarla al Museo Nacional de Colombia.

 

Ha sido vista en España, Brasil, República Dominicana, Ecuador, Argentina, Panamá; ha estado en museos mexicanos: Ciudad Victoria, Tampico; Guadalajara, Tlaxcala, Xalapa (en 2009 y 2010), y en Oaxaca (2012). Esta noche será inaugurada a las 19 horas en Pachuca, con la presencia del gobernador de Hidalgo, Francisco Olvera Ruiz; su esposa, Guadalupe Romero de Olvera, y los hijos del artista, Fernando y Lina.

 

“Los eventos que vivió Colombia en esos años (los 90 e inicios de siglo XXI) fueron tan terribles que él sintió que no podía permanecer indiferente. Ese tema inundó su obra durante varios años, no pudo trabajar otra cosa, y produjo esta serie que luego donó al Museo porque él cree que no hay que lucrar con este tipo de obras”, comenta la hija del artista.

 

Memoria contra olvido

 

El gran óleo que hace referencia a la matanza de 2000, Masacre en Ciénaga Grande -donde el color se impone en la escena de muerte-, es uno de los que se encuentra en la primera de cuatro salas en las que están distribuidas las obras.

 

En otro óleo, Botero representó a la muerte en forma de calavera corriendo por El paisaje de Colombia; ésta lleva una amplia bandera con los colores nacionales -amarillo, azul y rojo-. La calavera aparece también en Viva la muerte, un óleo de menores dimensiones que la exhibe sentada sobre uno de cinco ataudes. El número de cajas de muerto se multiplica en El desfile, un óleo de 2000 que representa una calle, sus típicas tejas café y una larga hilera de ataudes color marrón, cargados por hombres; hasta adelante, un sacerdote encabeza el cortejo fúnebre y una mujer llora.

 

Una serie de dibujos, la mayoría en carboncillo y lápiz, están dispuestos en una de las salas de la planta alta; este conjunto retrata a las madres o viudas, casi siempre desnudas, llorando ante los ataudes. A un lado están las acuarelas y dibujos que exponen otro de los grandes dramas de la violencia: el del desplazamiento forzoso. En una acuarela, un hombre cubre con sus manos su rostro y llora junto a su mujer; están solos, rodeados por bultos, una maleta, una pala, un sartén y un plato: es todo lo que les quedó de su vida. La obra se llama Desplazados.

 

Más allá, en las aguas del Río Cauca, flotan los cuerpos de tres hombres mientras que sobre ellos los gallinazos (zopilotes) hacen su “trabajo”. A lápiz están trazados los pedazos de cuerpos descuartizados por una Motosierra. Hay lágrimas en muchos de estos rostros, a diferencia de la apariencia de frialdad y carencia de emociones que se ve en muchos personajes de Botero. Hay varios hombres amordazados, casi todos desnudos, vulnerados y vulnerables, que recuerdan a los de la serie sobre la prisión iraquí de Abu Ghraib.

 

Hay violencia familiar también: en La matanza de los inocentes, ante la misma Iglesia, un hombre intenta matar a sus hijos y esposa. Casi todos son víctimas; hay ladrones y hay sicarios. Aunque Botero había pintado a personajes como Pablo Escobar y a Manuel Marulanda Vélez “Tirofijo”, aquí son seres anónimos.

 

Como en buena parte de sus obras, hay una fuerte carga religiosa: “La iconografía religiosa en todo América es muy fuerte, nos ha generado mucho impacto. Está vinculada a la pasión, el dolor y eso ha afectado la iconografía, tanto en Botero, como de otros artistas, es el caso de Luis Caballero”, asegura la directora del Museo Nacional de Colombia, María Victoria Roballo.

 

También es muy dominante el color del Trópico, de casas y vestimentas. “Es la presencia de la cultura popular que identifica las pinturas del artista colombiano”, dice Roballo quien recuerda:

 

“Cuando terminó la serie nos dijo que no quería comerciar con este tema y lo quería donar además porque lo consideraba un testimonio de la historia. Creemos que estos temas pueden contribuir a reflexionar sobre la situación; sabemos que lamentablemente en México se dan situaciones de violencia también. Una obra como la de Botero lleva a hacerse preguntas sobre la situación”.

 

Adriana Parra, coordinadora de exposiciones itinerantes en el Museo Nacional de Colombia, cuenta que ha sido una muestra que ha generado respuestas muy diversas en Colombia y fuera. “En Montería, en visitas guiadas, hubo presencia entre los visitantes de la exposición de paramilitares. En Tolima muchas personas mayores hablaban de sus experiencias con los guías de la exposición. Para muchos es importante que se vea esta historia, otros creen que es mostrar una mala imagen del país”.

 

Lina Botero comenta que su padre se encuentra en su estudio en Montecarlo, y que prepara exposiciones para este año en Hong Kong, Buenos Aires y Moscú.

Fuente: El Universal.MX

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