En una fila de al menos 50 metros, un centenar de personas espera frente a un supermercado en el este de Caracas sin saber qué ni a qué hora podrán comprar algo.
«Así nos toca ahora: pararnos como mendigos a esperar que llegue el camión y nos diga qué trae», dice Lina Fernández, ofuscada, pero orgullosa porque «no me importa decir lo que pienso».
Cuando llega el camión tres horas después de inaugurada la fila, todos miran hacia el vehículo como si viniera una personalidad famosa.
Especulan sobre sus características, a ver si adivinan qué trae. Se dice de todo: es aceite, es cloro, es jabón.
El conductor –sudado, risueño, emocionado– grita «¡azúcar!», como quien imita a una famosa cantante de salsa.
La gente, aliviada, suspira: todo indica que no van a volver a casa con las manos vacías.