Aulas vaciadas

 

Toda persona tiene derecho a una educación integral de calidad. Eso dice el artículo 103 de la Constitución venezolana, pero la realidad enseña algo muy distinto: los bachilleres venezolanos están saliendo a veces con niveles que no llegan a sexto grado, como escribió la educadora Luisa Pernalete a finales del año pasado cuando llamó a apoyar la campaña para salvar la educación, que impulsa el Movimiento Fe y Alegría.

 

 

Los estudiantes que aprueban el sexto grado de educación primaria muestran, además, un deficiente aprovechamiento académico -con problemas, entre otros, para sumar y restar- según un estudio del curso 2022-2023 publicado en el sitio web de la Federación Venezolana de Maestros.

 

 

Dentro del profundo drama venezolano -social, económico, político-  muy posiblemente sea en el campo de la educación donde se evidencie su impacto más devastador. A la estadística dura y cruel  de más de millón y medio de niños, niñas y adolescentes que están fuera del sistema de escolarización, se suma a partir del curso que acaba de finalizar que en 70% de las escuelas públicas del país se estableció un horario escolar que redujo el número de clases semanales. Las escuelas públicas atienden -o están supuestas a atender-  a 85% de la población estudiantil.

 

 

Ya popularizado como «horario mosaico», significa  que una escuela cualquiera puede funcionar dos o menos días a la semana y, en menor proporción, tres o más días. De hecho, el horario más usual en todo el país fue el «mosaico» y el excepcional, el de impartir clases de lunes a viernes.

 

 

En esta triste informalidad en que se ha convertido Venezuela, nada está oficializado pero es lo que hay. Desde el propio (des)gobierno se alienta que los docentes usen días de la semana laboral para obtener otros ingresos que le permitan sobrevivir porque la hacienda pública está quebrada y por tanto inhabilitada para atender los reclamos salariales de maestros y profesores. Un maestro gana el equivalente a 30 dólares mensuales, que apenas le alcanza para desplazarse hasta el centro educativo que lo contrató.

 

 

Los docentes, opuestos al horario mosaico visto con buenos ojos por los jerarcas de turno, reclaman lo que es justo: recibir un salario acorde a la labor que realizan. Durante lo que va de año se contabilizan 3.186 protestas en demanda de una remuneración digna que les permita desarrollar su labor profesional.

 

 

Esta amplia nota publicada por El Nacional da cuenta de que tanto el sector público como el privado incumplieron con el calendario  escolar de 180 días, pero con mayor gravedad en el sector público. Desde enero las escuelas públicas que solo funcionaron dos días a la semana apenas completaron 48 jornadas escolares en el mejor de los casos. Porque al curioso horario se agregan las suspensiones de clases por falta de agua (hasta 20% de los centros educativos) y electricidad (11% ).

 

 

Además, en una alta proporción (44%) los estudiantes dejan de asistir a la escuela cuando falla el Programa de Educación Escolar y 22% porque tienen que trabajar.

 

 

El resultado de este abandono de la educación pública venezolana está a la vista en la pobreza de los aprendizajes del alumnado y aunque la mayoría  aprueba los cursos, arrastra serias carencias formativas. Pernalete dice que aún tenemos educación “por el coraje y el compromiso de la labor heroica que entregan los docentes”. El Estado está raspao y ha probado hasta la saciedad su incapacidad y desdén para administrar los asuntos públicos.

 

Editorial de El Nacional

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