Monique Judge, de 46 años, se describe como una «extrovertida introvertida». Siempre activa y al tope en su trabajo, participa en clases de yoga, y con frecuencia sale con sus amigos, aunque ella prefiere quedarse tranquila en casa viendo televisión. Pero hace siete años, después de que despegó su carrera como asesora financiera, empezó a sentirse agotada todo el tiempo. Cuando no estaba trabajando, no podía motivarse para salir de la cama. En vez de eso, se quedaba tumbada todo el día, durmiendo intermitentemente. Un amigo reconoció sus síntomas y le recomendó que visitara a un doctor. El diagnóstico que le dieron fue depresión.
«Todavía tengo puntos extremadamente bajos» dice Judge. «Renuncié a ese trabajo y ahora estoy en un momento brillante de mi carrera, pero siempre hay una nube que trato de evitar, que probablemente ni siquiera podrás notarla desde afuera».
Esta es la condición de millones de estadounidenses que tienen depresión: siempre «activados» por los altos niveles de estrés en el trabajo y sintiéndose como que deben continuar con la cabeza en alto. Muchos no se dan cuenta de que la depresión puede ocultarse y permanecer en la parte trasera, permitiendo que la gente continúe pero sin ser capaces de vivir la vida al máximo.
Existen nueve tipos diferentes de depresión que pueden diagnosticársele a una persona, según el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM–5), que utilizan los expertos. Mientras «depresión funcional» no es un término oficial, e incluso ha sido debatido en redes sociales, es la manera en que muchos, como Judge, se refieren a su condición. Parte de las razones es que no caben en la descripción estereotípica de la persona deprimida, esa que exhiben los antidepresivos y los dramas de televisión. No dejan de ir al trabajo, no se retiran de sus actividades sociales, y no andan desesperanzados llorando todo el tiempo. De hecho, pueden ser estudiantes honorables en la universidad, altos ejecutivos, físicos, o cualquier cosa que suponga un individuo seguro y exitoso.
«La depresión es una condición muy heterogénea» dice Michelle Craske, profesora de psicología y psiquiatría de UCLA. «Adquiere muchas formas en términos de severidad y en términos de cómo se expresas sus síntomas. No debemos desestimar sus formas leves porque incluso esas representan también una lucha y es valioso que reciban tratamiento».
Por encima pareciera que la depresión funcional es más fácil de manejar pero puede persistir por años, llevando con el tiempo a una incapacidad funcional mayor que la que representan episodios mayores y agudos de depresión, dice Craske. Las investigaciones han mostrado que una baja autoestima, baja de energía, irritabilidad y decrecimiento en la productividad acompañada de depresión se asocia con el desarrollo de una disfuncionalidad social a largo plazo, hospitalizaciones psiquiátricas, y altas tasas de intentos de suicidio. Irónicamente, la depresión persistente también pone a las personas en mayor riesgo de episodios depresivos, con síntomas más severos.
Pero el estigma alrededor de las enfermedades mentales (o cualquier signo de debilidad) previene a las personas de revelar su estrés a sus amigos y colegas. En algunos casos, las minorías étnicas y raciales, al igual que las poblaciones inmigrantes, pueden sentirse aun más presionados a ocultar su condición con chistes y risas. «Si admites que estás deprimido o que tienes un problema mental, quienes te ven desde afuera, y no están lidiando con ella, inmediatamente te catalogan de loco», dice Judge.
Eso quiere decir que muchos de los que necesitan ayuda, nunca la piden. Puede incluso que haya quienes no sepan identificar la depresión en sí mismos. Es algo particularmente preocupante porque la depresión no discrimina, dice Srijan Sen, psiquiatra en la Universidad de Michigan. Al rededor del 20 por ciento de los estadounidenses pueden terminar desarrollando desordenes anímicos, (que incluyen todas las formas de depresión y desorden bipolar) durante su vida. Aún así la mitad de los gringos con depresión no recibirá tratamiento por su condición.
Cuando Sen estaba en estudiando medicina, una de sus amigas de la infancia, quien estaba haciendo la residencia, saltó de un balcón en un intento de quitarse la vida. La amiga de Sen (quien ahora trabaja como médico en Canadá y quien pidió ser referida como «Dr. K») no reveló que tenía depresión al director de la Universidad, ni a sus colegas residentes. «Hay un temor de las consecuencias de lo que podrá pasar si eres abierto sobre tu condición», dice K. «Te preguntas si la universidad podrá hacer algo, si tus supervisores cuestionarán tus habilidades, si la junta te quitará tu licencia, restringirá tu práctica y así».
Muchas de las cosas que hace a las personas sensibles a las enfermedades mentales, son las mismas cosas que las hacen ser líderes en sus campos. La personas susceptibles a la depresión son más propensas a ser atentas, empáticas, dispuestas a ser vulnerables, y abiertas a diferentes experiencias, dice K. Eso ha llevado a Sean y a otros médicos a enfocar su investigación a comprender y resaltar los caminos biológicos que contribuyen a un cuadro depresivo. «En la medida en la que progresamos, empezamos a notar que la depresión es tan biológica como lo es la diabetes o la presión alta o el cáncer», dice.
Recientemente, los científicos han identificado que la depresión es altamente hereditaria. En otras palabras, la tendencia a ser depresivo es casi completamente genética en al menos la mitad de todos los casos. A veces, es una combinación de genes con factores psicológicos o físicos, como un trauma, cambios de vida grandes, enfermedades crónicas, u hormonas salidas de control.
Los escáneres cerebrales de las personas con depresión funcional persistente también muestran áreas asociadas con un pensamiento introvertido, rumiante e hiperactivo. Estas regiones, una de las que se llama Default Mode Network [Red modo por defecto], puede ser la base de los pensamientos negativos sobre uno mismo. Y como han demostrado algunos estudios, ciertas drogas farmacéuticas, la meditación, o la psicoterapia, ayudan a domar estas redes hiperactivas.
Pero los psiquiatras no pueden apuntar a un escáner cerebral, un examen genético, u otro tipo de biomarcador para decir cómo luce la depresión. «Eso es algo con lo que soñamos», dice David Hellerstein, un psiquiatra dea New York State Psychiatric Institute. «Es algo que puedes hacer en muchos otros campos de la medicina, pero no en psiquiatría por lo variable que es la depresión, y la cantidad de tipos y condiciones que caben bajo ese mismo concepto». Es también por eso que el tratamiento farmacéutico de la depresión es tan incierto, dice Hellerstein.
Cuando los psiquiatras prescriben medicación para la depresión, su primera opción es usualmente un antidepresivo. Estas drogas apuntan a la serotonina, un químico en el cerebro que afecta el ánimo. A menudo tienen efectos secundarios desagradables y ni siquiera producen los efectos que se supone deberían ayudar, al menos a dos tercios de las personas con depresión. Los pacientes deben intentar diferentes tipos de tratamiento, o acudir a una combinación de medicamentos y psicoterapia, dice Hellerstein. Dar con el tratamiento indicado puede tomar un tiempo.
Judge, quien ahora está radicada en Los Ángeles, dice que el yoga y la psicoterapia la han ayudado. «La depresión es algo que puede tratarse con ayuda, y hay más personas por ahí que están luchando con lo mismo». Hablando con un psiquiatra, un amigo, o un miembro de familia, puede ser extremadamente útil. Pero la carga de abrirse no debería reducirse a las personas que tienen depresión, dice. «Puedes ir a Planned Parenthood y los doctores allí te preguntarán sobre la salud de la mujer, y cuidarán de ti, pero ese tipo de servicios y de comprensión debería extenderse hasta los pacientes con problemas de salud mental».
Fuente: vice