Un paso atrás en la experimentación para volver a concitar la atención del pasado, para mantener viva la llamada a la colectividad que siempre ha caracterizado su formación, su música catalizadora y, ahora, también el título de su último disco. Así es WE, lo nuevo de Arcade Fire, que se publica este viernes.
Todas las críticas coinciden en celebrar el retorno de esta banda de germen canadiense y haitiano a la senda de sus trabajos más celebrados, como The Suburbs (2010), galardonado con el Grammy al Mejor Álbum, especialmente después del previo Everything Now (2017), con el que el público y la prensa sintió que se había pasado de frenada en su ánimo de conquistar territorios inexplorados.
Tomado con cautela, pues de momento no despierta los mismos vítores que por ejemplo su debut con Funeral (2004), sí se percibe un regocijo general ante siete cortes que, sin perder del todo la ambición, recuperan la sintonía con el oyente o los oyentes habituales de Arcade Fire, porque todos tienen cabida aquí.
No tendría sentido de otro modo en un disco bautizado WE (nosotros en español), que se presenta como «catártico» y que, según sus autores, rema a favor de la unidad y en contra de «las fuerzas que amenazan con alejarnos de las personas que amamos, así como de la urgente necesidad de superarlas».
Los líderes de este populoso grupo, el matrimonio conformado por Win Butler y Régine Chassagne, le dedicaron «el mayor tiempo sin interrupción» que le han dedicado nunca a uno de sus álbumes y, para coproducirlo, llamaron a Nigel Godrich, muy conocido por su trabajo junto a Radiohead desde Ok Computer (1997) hasta A Moon Shaped Pool (2016).
El nuevo disco
En términos puramente musicales, cabe señalar que casi cualquiera de sus temas podría sintetizar las múltiples facetas que han hecho reconocibles a Arcade Fire gracias a sus generosos desarrollos y cambios de dinámicas, especialmente «End of Empire I-IV» y sus más de nueve minutos de duración, con un arranque que recuerda en su piano a las baladas más celebradas de The Beatles.
Desde el primer corte del disco se aprecia su mano con el pop-rock con sintetizadores lo suficientemente sutil como para no resultar facilón, pero también con sus característicos guiños de folk contemporaneizado y su capacidad para llevárselo todo a la pista de baile sin resultar frívolos. No hay prácticamente nada nuevo, pero funciona.
En el aspecto temático, el álbum se presenta conceptualmente dividido en dos partes, una primera que bajo el subtítulo de «I» (yo) canaliza el miedo y la soledad del aislamiento, en contraposición con «WE», la segunda, que celebra el reencuentro con la comunidad.
Ya en el inicial «Age of Anxiety I», un retrato generacional que habla de la búsqueda de evasión de la realidad a través de la química o las redes sociales, se aprecia una voluntad de llamar a la reflexión colectiva, papel que Arcade Fire ha heredado de bandas como U2 y que ha convertido sus escenarios en púlpitos cada vez más multitudinarios.
«Hay cosas que podrías hacer / Que nadie más en la tierra podría hacer / Pero no puedo enseñarte, no puedo enseñártelo», cantan por contraste en «Unconditional (Lookout Kid)«, una de las paradas más significativas del álbum por el cambio de perspectiva frente a los mensajes más grandilocuentes sobre religión o raza, por ejemplo.
En él, un corte alegre y sencillo, se realiza el camino inverso: de lo particular a lo universal. La experiencia personal permite identificar la emoción colectiva a través de una carta en la que Butler y Chassagne previenen a su hijo de 9 años del dolor y los errores que probablemente conocerá en el mundo, pero como parte de una vida plena en la que debe aspirar a la felicidad.
Fuente: El Nacional