Los apagones nacionales y regionales han tenido la virtud de poner a volar la imaginación de los burócratas de la dictadura en el área de las explicaciones. Las velas salen de las gavetas junto con los análisis de los empleados de la electricidad que se afanan en encontrar a los culpables del desaguisado. Pero, detalle curioso, en relación con el último de ellos, que se cebó en el Distrito Capital y en once estados de la república, han enmudecido.
No es para menos. Se acabó el protagonismo de las iguanas malvadas. La falta de pruebas en relación con los ataques terroristas que ponían en jaque el suministro de energía, ha obligado a que cesen las acusaciones sobre un malvado complot para dejarnos a oscuras. Quizá el llamado Estado Mayor Eléctrico y la alta oficialidad sugirieron que se buscara una excusa que no los dejara tan mal parados, es decir, como inútiles perseguidores de bandas caracterizadas por su omnipotencia. Silencio sepulcral en este sentido.
Pero insistieron en la búsqueda de justificaciones, siendo la más reciente aquella que hablaba de un ataque electromagnético provocado por las fuerzas del imperialismo. Pensaron en un motivo supertécnico, en algo salido de los archivos de la ciencia ficción que dejaría convencido al estupefacto auditorio, pera nadie les creyó. Al contrario, la abundancia de burlas demostró que, en el plan de buscar la paja en hombros ajenos sin advertir la viga que entorpece la visión del ojo propio, era preferible aferrarse a la explicación de las iguanas.
Se le ha secado el cerebro que funcionaba con agilidad después de cada apagón. Las interpretaciones estrambóticas les han pasado factura, hasta el punto de conducirlos a una mudez tan lóbrega como las oscuranas que trataron de dilucidar sin éxito. Se quedaron sin argumentos, de tanto gastar los anteriores en términos totalmente infructuosos. Ahora no les queda más remedio que reconocer su incapacidad, su gusto por la improvisación y el desconocimiento supino que han demostrado en el manejo de un área vital para la sociedad. Pero no lo harán: callarán por un tiempo, mientras encuentran una nueva linternita que les permita correr la arruga.
Editorial de El Nacional