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Andrés Calamaro: «Mis olvidos son mucho más interesantes que mis memorias»

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Andrés Calamaro: «Mis olvidos son mucho más interesantes que mis memorias»

Se quita sus características gafas de sol, esas que acompañan a su imagen pública desde hace años, las deja sobre la mesa con cuidado y se termina el café. Andres Calamaro (Buenos Aires, 1961) había empezado la entrevista subrayando que desde hace un tiempo no suele concederlas en persona, que se siente mucho más cómodo respondiendo a las preguntas por correo electrónico, pero, en el mismo instante en el que las gafas descansan sobre la mesa, el músico recuerda pasajes de su infancia cuando el poeta argentino Alberto Girri visitaba en casa a su padre Eduardo.

 

 

“De Alberto recibí los primeros consejos literarios”, recuerda. Calamaro, una de las grandes voces de la historia del rock en castellano, acaba de pasarse a la literatura, sin abandonar la música. “Paracaídas y vueltas. Diarios íntimos” (Libros Cúpula) es su primer libro, donde reúne más de 200 textos entre reflexiones personales, crónicas en la carretera, aforismos, letras de canciones inéditas y pensamientos sobre todo tipo de sucesos en su existencia.

 

 

“Un primer libro es como un primer disco. Vuelcas toda la música que tienes de toda la vida”, reconoce. Musicalmente, son muchos los que saben de lo que ha sido capaz Calamaro. Al frente de Los Rodríguez a principios de los noventa y en solitario durante dos décadas, su mejor cancionero ha conseguido colarse en la memoria colectiva de la música cantada en español. Por eso, el autor de “Honestidad brutal” se enfrenta a una tarea nada sencilla: hacerse valer en prosa, fuera de los versos de las canciones, sin los acordes que se impregnan al oído. “Nadie podrá comparar este libro con otro mío como hacen con los discos”, apunta. “No estoy entrenado para escribir, pero creo que el público de rock no tiene por qué tener miedo al libro”, asegura.

 

 

Reconoce en el prólogo que han sido “impacientes los años” hasta decidirse a considerar posible esta obra. Y, apoyado sobre el sofá de la cafetería de un céntrico hotel en Madrid, cita a Paul Valéry: “Un libro no se termina, un libro se abandona”. Tras el abandono, el compositor argentino se encontró con un sinfín de ráfagas existenciales, que, vistas sobre el papel, consiguen hacer una amplia radiografía de su figura. “El nombre de diarios íntimos es un guiño a los diarios íntimos de Charles Baudelaire, que son confesiones de su día a día, algo muy doméstico, con sus pensamientos, sin fecha ni orden”, añade.

 

 

Fechados pero sin un orden preciso -el propio autor invita a los lectores a leer el libro cómo deseen: página por página o al azar-, los fragmentos literarios que se suceden dejan ver a la persona que aguarda tras el personaje público.Como si Calamaro fuera más Andrés que nunca a través de las páginas de papel. “Faulkner decía que escribió para que no le escribieran. Con este libro, intento anular otros libros posibles sobre mí”, señala.

 

 

De alguna forma, Calamaro da valor en este libro al célebre verso de Walt Whitman que rezaba que era un hombre que contiene multitudes. “Paracaídas y vueltas. Diarios íntimos” está lleno de sus multitudes, tal y como ha demostrado en sus canciones, que terminan por hacer una sola voz. Escrito en primera persona, con un estilo directo y candoroso, el músico narra sus impresiones sobre las crónicas de viaje y los conciertos de sus giras por España y Latinoamérica, mostrando muchos prismas sobre sí mismo. ‘Esas sensaciones casi siempre las escribo en la vigilia, cuando termino de tocar’, cuenta.

 

 

En uno de los muchos pasajes, Calamaro señala: “El rock lo veo desde donde pueda sentirlo”. Hay una parte de ese sentimiento que se desprende entre las páginas del libro, donde aflora un músico que reconoce el respeto y la admiración a todos aquéllos que le guiaron desde joven. Por eso, los ídolos ocupan un lugar esencial en la obra. Hay recuerdos a héroes musicales caídos como Carlos Gardel, Elvis Presley, Johnny Winter -“es difícil imaginar que se pueda tocar mejor el rock’n’roll”- o otros tantos que, como él, siguen en la carretera como los Rolling Stones.

 

 

“Soy un creyente stoniano”, apunta en uno de los textos. Pero también a Bob Dylan, una de sus máximas influencias artísticas, y al que, tal y como recuerda, hizo de telonero en España durante su gira de 1999. “Tuve un trato muy sencillo con él pero no quiere decir que sea una persona muy sencilla”, recuerda. “Desde que tengo memoria, recuerdo dos o tres Papas en el Vaticano pero un solo Bob Dylan”, añade riéndose. Y, luego, se pregunta qué diría el músico de Minnessota al Papa Juan Pablo II después de tocar Knocking on heaven’s door en la Santa Sede. “Se le acerca y le dice algo al oído. Qué misterio. Pero si Dylan le perdono sus pecados al Papa me habrá perdonado también los míos, incluso este de publicar un libro”, apunta con entusiasmo.

 

 

Algunos pasajes son especialmente emotivos como cuando habla de los amigos que se quedaron por el camino. Es el caso de Gustavo Cerati, exmiembro de Soda Estéreo, “el gaucho lindo”, como escribe. “El barrio ha cambiado mucho”, afirma sobre todos aquéllos que se fueron. (Leer Andrés Calamaro y Enrique Bunbury rinden homenaje a Gustavo Cerati).

 

 

Vuelve a coger las gafas de sol. “La vida es corta aunque ancha”, reflexiona. Y deja una conclusión final, con la que había comenzado a hablar, pese a que no le gusta hacer entrevistas en persona. Una conclusión, pura esencia Calamaro: “Mis olvidos son mucho más interesantes que mis memorias”.

 

Escrito por: Fernando Navarro

Fuente: El Espectador

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