Ha muerto en Caracas, el pasado día 16, Gerry Weil, un venezolano nacido en Austria apenas unos días antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Premio Nacional de Música (2008) y Orden al Mérito de la República de Austria (2009). Pianista, compositor y arreglista, fue considerado el maestro del jazz venezolano. “Tu legado es eterno, infinito y universal”, escribió su hijo Gerhard como despedida.
Amó profundamente a Venezuela, donde se hizo músico. Antes, según le contó al periodista Aquilino José Mata, era un fanático melómano. Llegó al puerto de La Guaira en 1957 a bordo de un buque lleno de emigrantes que salió de Génova e hizo una parada en las Islas Canarias. Abandonado por su padre aristocrático, fue criado por su abuela en Viena y Salzburgo. Padeció las terribles privaciones de la guerra y el período de la desnazificación. Pero un día, siendo un niño de seis años, tuvo su primer contacto con el jazz, que salía de la radio de un soldado negro americano, el primero que veía en su vida.
Lo que oyó aquel día venturoso era a Glen Miller. “Recuerdo claramente cómo trataba de sintonizar desde entonces la estación de radio de las tropas de ocupación para oír jazz”, relata Cristina Raffalli en su libro Al ritmo de Gerry Weil. En la vivienda donde creció, aunque la comida era escasa, siempre hubo un aparato de radio para estar atentos a las advertencias de bombardeos. Pasaba la mayor parte del tiempo en la calle, en parques, o en las bibliotecas leyendo de historia y asistiendo a conciertos gratuitos, que fue lo primero que recuperó Austria después de finalizada la guerra. Sobre todo, le interesaba la música.
La abuela lo llevó a un conservatorio pero la sentencia de los profesores fue desalentadora aunque equívoca. “Este muchacho es el antitalento de la música: no tiene oído rítmico, ni melódico, ni armónico, ni tiene nada”. Nada, sin embargo, lo alejó de la música. Todo lo contrario. Le dijo a Raffalli que todo lo que el conservatorio había pronosticado era la pura verdad. “Pero mi pasión por la música y mi deseo de ser músico estaban por encima de todo eso”.
En Venezuela, nada más llegar, quedó cautivado por “el clima, las morenas, el tambor y el eterno verano” y se hizo músico a fuerza de disciplina, estudio y perseverancia. Deja una obra imperecedera y reconocida. Creó bandas de música, tocó en todos los Ateneos del país, también en el extranjero, aunque no tanto como hubiera deseado y produjo discos para María Rivas, Desorden Público, Caramelos de Cianuro. Trabajó con Negus Nagast, OneChot, Apache, entre tantos otros. Entre su discografía, como reseñó El Nacional, destacan El quinteto de jazz (1969), Autana/Magic Mountain (1989), Navijazz (2006), Sabana Grande (2020), Gerry Weil Sinfónico (2021, con la Orquesta Simón Bolívar y nominado al Latin Grammy).
“Maestro de maestros”, lo llama Gregorio Montiel Cupello, periodista hecho en la UCAB y El Nacional, melómano de todos los días. El funeral de Gerhard Weilheim, como se llamaba, fue una fiesta de despedida, con música en vivo y palabras de sus dos hijos, nacidos de su matrimonio con una oriental.
Editorial de El Nacional