La personalidad y la apariencia bastante particular del primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, seguro fueron parte del carisma que le llevó a ese cargo en 2019 con una votación que pasó a la historia como la mayor victoria electoral de su partido, el Conservador, desde 1987. Sin embargo, han sido tres años de escándalos y reveses. Este jueves presentó su renuncia desde la famosa casa número 10 de Downing Street, aunque seguirá en funciones hasta que consigan otro líder.
Es allí en donde reside la maravilla de lección para esta parte del mundo. Ser primer ministro no quiere decir que está por encima del Estado de Derecho, ni mucho menos que no es responsable de los nombramientos que hace dentro de su gobierno. Si un subalterno viola una norma, su jefe es directamente culpable por haberlo puesto allí. Y para que más nos duela, estas denuncias y señalamientos pueden venir de la propia bancada parlamentaria a la que pertenece el alto funcionario. Más democracia, es difícil.
Precisamente, puede que Boris Johnson no haya cometido personalmente las faltas con su comportamiento (aunque parte de eso hay), pero es su propio partido el que se cansó de pasar día tras día descubriendo nuevos escándalos. Prácticamente podría decirse que el primer ministro actuó la mayoría de las veces por omisión, pero omisiones graves. Como el caso del parlamentario que nombró como jefe de la bancada del Partido Conservador, Chris Pintcher, acusado de haber manoseado a dos hombres en un bar. El parlamentario ofreció disculpas, Johnson aseguró que no sabía que tenía acusaciones previas, pero al final tuvo que desdecirse. Es decir, lo puso en el cargo sabiendo que tenía procesos por el mismo comportamiento de agresión sexual.
Todavía la gente recuerda el famoso partygate, las fiestas que disfrutaron Johnson y sus colaboradores en el número 10 de Downing Street durante la cuarentena que ordenó por la pandemia, cuando se contaban por cientos los muertos por coronavirus en el Reino Unido. También trató de negarlo al principio, pero fue inútil, hasta había fotos. Los presentes fueron multados por haber participado en unas reuniones cuando estaban expresamente prohibidas. La verdad es que a Johnson le ha tocado duro con respecto a la pandemia, al principio recibió muchas críticas por haber tardado demasiado en cerrar el país para protegerlo del contagio; pasa a la historia como una de las naciones con más alta tasa de fallecimientos por el covid-19, aunque luego de contagiarse él mismo, retomó el manejo con más conciencia.
También le ha tocado lidiar con la inflación que ha dejado por Europa la guerra de Ucrania, pero algunos consideran que los números macroeconómicos del Reino Unido ya estaban mal antes de comenzar este conflicto, y de eso no hay más culpable sino el que se supone que dirige la política económica del país. Por todo esto y muchos otros detalles sus propios compañeros de partido decidieron que ya no más y él, como un demócrata consciente, renunció.
Léase bien, el propio Partido Conservador le fue retirando su apoyo, abiertamente y sin que ninguno de sus miembros haya sido acusado de traidor por esa decisión. Es cierto que comparar el sistema de gobierno británico con el venezolano es como comparar peras con naranjas, pero vale la pena recalcar que la figura del primer ministro no es intocable, no es el dueño del mundo; también que por ser de un partido no le deben obediencia ciega, que es humano, puede equivocarse y la responsabilidad de las demás instituciones del Estado es corregir el rumbo.
Se acaba la corta era de Boris Johnson, comenzará una nueva en cuanto el Partido Conservador esté listo para lanzar a otro líder. Las instituciones del Estado funcionan y aunque se trata de una crisis política profunda, no hay caos porque se respetan los procedimientos.
El Reino Unido se encuentra en una situación difícil. El país es más pobre de lo que imagina. Su déficit por cuenta corriente se ha disparado, la libra esterlina ha caído y los costes de los intereses de la deuda están aumentando. La época en la que todo era posible ha terminado. La salida de Johnson plantea que la política británica debe volver a anclarse en la realidad.
Editorial de El Nacional