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¿Adiós a la vida?

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¿Adiós a la vida?

Mario Vargas Llosa -nuestro Nobel peruano y latinoamericano, también ciudadano español- acaba de comparar el actual panorama del mundo con las guerras en Ucrania y en la Franja de Gaza con la crisis de los cohetes en 1962, que una buena parte de la población mundial no recordará o apenas tendrá una lejana referencia. «Nunca la situación había sido tan grave como esta vez, con dos conflictos que amenazan con extenderse o provocar verdaderas masacres», escribe el célebre autor de novelas imprescindibles, además de ensayista y periodista.

 

 

La Crisis del Caribe o la Crisis de Octubre, como también se le llama, surgió luego de que Estados Unidos descubriera bases de misiles nucleares soviéticos de alcance medio instaladas en Cuba. Fueron trece días en que el planeta bordeó la línea de una conflagración entre las dos potencias planetarias de la Guerra Fría. Tras negociaciones secretas entre Washington y Moscú,  la Unión Soviética aceptó a fines de aquel octubre de hace 61 años retirar el material nuclear desplegado a cambio de que Estados Unidos no promovería ni respaldaría una invasión a la isla antillana.

 

 

Ahora no se trata de un enfrentamiento directo entre potencias con armas aún más poderosas, pero Vargas Llosa advierte que muchos conflictos de apariencia local «tienen vasos comunicantes con potencias superiores que cuentan con armas nucleares o que, como en el caso de Irán, están muy próximas a conseguirlas». Y si esas armas se usaran «sería el acabose». Al Nobel le parece una insensatez que nadie repare en lo cerca que se está de una destrucción total. «Insisto en que es extraordinario que nadie en posiciones de responsabilidad parezca pensar en que, en el peligro incierto de una victoria total, puede venir escondido un paquete de proyecciones que conducen, potencialmente, a la extinción de la vida humana».

 

 

Crítico severo y pertinaz de la invasión rusa a Ucrania, teme también que la población palestina desaparezca como consecuencia del «castigo colectivo» que ha emprendido Benjamín Netanyahu y sus ministros extremistas para contrarrestar la salvaje matanza perpetrada por Hamás. Por eso, concede prioridad a detener el conflicto en Gaza.

 

 

A los 87 años, que coinciden con la que anunció como su última novela,  Le dedico mi silencio, Vargas Llosa está vacunado contra el el ingenuo optimismo y deja en el aire la pregunta del millón, que no encierra la amenaza de ser atendido, «¿cuándo se nos irá la mano y estallaremos como si fuéramos pompas de jabón por la insensatez y la barbarie de políticos fanáticos y oscurantistas que desprecian la vida humana?».

 

 

¿Será la hora -agregamos nosotros- de un vasto movimiento mundial, en todas las grandes ciudades del globo, que sin asumir una causa local o particular, a pesar de que la razón anime más para un lado que para el otro, abogue, grite, reclame, la bendición de la paz genuina en un mundo de adelantos tan extraordinarios como destructivos?

 

 

Editorial de El Nacional

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