Cuanto más se escucha a Jorge Rodríguez, más moderado parece Diosdado Cabello. ¿Será que el mazo está cambiando de manos? Es una especulación. En este mundo opaco de la revolución bolivariana -en minúsculas, por favor- por mucho que se aten cabos todo sigue enmadejado.
Hablamos de las noches de los cuchillos largos. Del descabezamiento de Tareck Zaidan el Aissami Maddah. El ministro de Petróleo renunciante, que se puso a disposición del partido, se sumó a la cruzada antivalores y desapareció. El miércoles la dirección del partido se reunió. Hizo mutis. Ni siquiera un tuit a sus abnegados camaradas.
El escenario es de Rodríguez. En lo alto del hemiciclo de la Asamblea Nacional. A sus pies, al fondo de su mirada, se instalan 277 diputadas y diputados -eran 167 antes, pero hay mucha inflación en el país- que siguen cada gesto del orador. Atónitos, el rostro arrugado, preocupados, y sin embargo prestos para el aplauso. Se sabe que el presidente del Legislativo va a referirse al caso que ocupa la atención pública: la sucesión de detenciones contra funcionarios, jueces, diputados, alcaldes, acusados de «graves delitos de corrupción». Hay que estar atentos no vaya a ser que entre tantos nombres…
«Esta investigación apenas comienza, hay 19 detenidos y estoy seguro de que vienen más», calienta motores Rodríguez, como si fuera el fiscal acusador, como si la Policía Nacional Anticorrupción -de la que nadie sabía ni pío hasta hace 72 horas- le rindiera cuentas a él. Sus colegas siguen allí con los dedos cruzados. Uno entre ellos ya cayó: el diputado Hugbel Roa, «panita» de Tareck.
Un breve inciso antes de lo inimaginable de Rodríguez: los maestros, 60 días en la calle pidiendo aumento salarial, incorporan una consigna a su reclamo: «No son las sanciones, es la corrupción». Mientras caen cabezas, nadie explica cómo se esfumaron 3.000 millones de dólares producto de ventas petroleras que nunca ingresaron a las arcas nacionales. En la Venezuela roja, y no de vergüenza, se roba a lo grande aún cuando queden sobras.
Sigue Rodríguez, a toda mecha, convirtiendo el desfalco a la nación en una gesta celebratoria. «Lo digo usando lenguaje de boxeador, gramo a gramo, round a round, es el presidente de la República Bolivariana desde 1830 hasta la fecha que más ha combatido la corrupción administrativa en cualquiera de sus formas, en cualquiera de sus partes, busquen un presidente, además de Hugo Chávez, que haya enfrentado la corrupción de una manera tan determinante, tan valiente, como lo ha hecho Nicolás Maduro…»
Rodríguez pone en primer lugar a Maduro y, desbocado, con el micrófono exigiendo más, repasa casi 200 años de historia republicana y sentencia que no hay otro nombre -«denme uno, un solo nombre, denme uno», retaba a su auditorio entregado y expectante- que haya luchado tanto por el adecentamiento del país…»además de Hugo Chávez». Ese era el nombre que pedía pero se le escapó, por eso el «además», que suena a «por cierto, también un tal…». Hace unos días apenas el régimen celebró con pompa los 10 años de la partida del «comandante eterno». Vinieron Correa, el de Ecuador; Raúl Castro, que heredó Cuba de su hermano, y Ortega, empeñado en sepultar a Sandino. Chávez reposa y desciende en el altar revolucionario.
La república bolivariana tiene veinte años y algo, aunque parecen siglos, pero Rodríguez le extendió carta bautismal desde los inicios de la República -con mayúscula- en 1830. Tremenda «Cosiata».
A la euforia de Rodríguez, la parquedad de Cabello. «Es muy triste a veces encontrar que compañeros de esta Asamblea estén involucrados en actos delictivos». A veces el número dos parece moderado. A veces. La procesión va por dentro.
Editorial de El Naxional