En un lugar de España, al que todas las almas sensibles siempre querrán recordar ㅡel Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henaresㅡ, nuestro poeta Rafael Cadenas recibió de manos del rey Felipe VI el mayor galardón de las letras en lengua castellana, el premio Miguel de Cervantes.
Fue un acto sencillo y emocionante, lleno de gestos de cariño ㅡla reina Letizia lo tomó del brazo y anduvo a su lento paso mientras se encaminaban a la sesión de fotos posteriorㅡ para este venerable hombre que es Rafael Cadenas, que a sus 93 años y 16 días sabe de dictaduras y destierros, de desencantos y de silencios ominosos, y aún persigue indoblegable la «valiosísima ambición» de la honradez, como dijo su majestad y como celebran venezolanos en todas partes del mundo donde dejan su rastro.
A Cadenas solo se le distendió el rostro cuando todo acabó. No es hombre de discursos ni agasajos, y el acto fue amable con él. Esperó a la entrada del Paraninfo, vestido con saco azul, chaleco, pantalón blanco y zapatos negros ㅡsin corbata, como dictan sus versos sin atadurasㅡ a la llegada de los reyes, para hacer juntos la entrada al recinto. Y todo discurrió sin prisas pero rápido. El propio Felipe VI fue maestro de ceremonia sin molestas formalidades y dijo las palabras finales.
Antes Miquel Iceta, el ministro de Cultura y Deporte, en representación del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, hizo la presentación del poeta, ensayista, profesor y traductor venezolano, el primero de estas tierras en obtener el Premio Cervantes en su 47 edición (la correspondiente a 2022). Indicó los méritos que el jurado destacó para premiar a Cadenas y contó buena parte de su vida, desde que era un niño de 10 años y ejercía como secretario de su abuelo, un general pobre y olvidado, que enviaba cartas de reclamo al gobierno, y quien, a la vez, le enseñó la importancia de observar las cosas.
De las palabras de Iceta, que llamó al poeta por su nombre y le dirigió un par de miradas de respeto y afecto, sale el título de este editorial. «Cadenas ㅡdijoㅡ es sobre todo un hombre de una ética e integridad radicales, tanto en su andar como en su literatura. Estamos ante una voz comprometida, de una consecuente honestidad que conoce las palabras exactas para defender al ser humano de los autoritarismos, de la falta de libertades y de la violación de los derechos humanos. Su figura convoca, y reúne en sí, a un país disperso por todo el mundo».
Las palabras exactas. Esa es la vida de Rafael Cadenas. Una figura que nos convoca para lo bueno y lo justo. Para que en su humildad, en su parquedad de gestos, en ser lo que se es, sin proclamas ni consejos ni destemplanzas, se perciba la serenidad y la firmeza. «La rectitud de ánimo y la integridad en lograrlo, un propósito magnífico», dijo el rey, y cuando remató con que era «un placer y un honor» entregarle el Cervantes se sintió, de verdad, que era un placer y un honor.
Cadenas habló apenas unos minutos. Las palabras exactas cuesta encontrarlas, no abundan porque están reñidas con la desmesura. Pidió rescatar la democracia desde la educación, se acordó de su UCV, sus profesores y estudiantes, y finalizó, en un mensaje para navegantes, citando a Cervantes con el habla de Don Quijote: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que los hombres dieron a los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a un hombre». No falta ni una sola palabra.
Editorial de El Nacional