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Castigado por un tuit

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Castigado por un tuit

 
 
 El periodista Elides Rojas ha sido conminado a callar. Se le amenaza con severo castigo porque, según la “justicia” del usurpador, hizo una instigación al odio. Debe acudir a un tribunal penal para un juicio cercano, y no puede salir del país mientras los jueces se ocupan de su caso. Pero, ¿qué hizo el colega Rojas para ser conminado por los jueces?

 

 

No convocó manifestaciones ilegales, ni hizo llamados a un levantamiento violento. Tampoco se prodigó en insultos, ni en amenazas capaces de provocar alarmas generalizadas. Simplemente escribió un tuit. Apenas redactó 140 caracteres sobre un suceso de actualidad, sobre algo que en el momento llamaba la atención de la ciudadanía, sin extenderse en llamados que pudieran preocupar a la autoridad porque soliviantara el ánimo de sus destinatarios. El suceso involucraba a gente del régimen, a sujetos conocidos por sus relaciones con la cúpula y con negocios que pasan por fraudulentos. Por eso quiso hacer un tuit.

 

 

Y por eso Elides Rojas ha de sentarse en el banquillo de los acusados, es decir, por un delito sobre el cual se puede escribir un tratado que lo considere peligroso y digno de total desconfianza porque depende del parecer de los acusadores y de lo que los magistrados determinen después de seguir ciegamente la opinión de los acusadores. ¿Qué es el delito del odio? ¿Cómo se puede juzgar, sin llegar a los extremos de la subjetividad y, por lo tanto, de la arbitrariedad? ¿Se debe amar por siempre a los usurpadores, para no pasar el trance de una privación de libertad provocada por el simple hecho de expresarse con libertad, de hacer uso de un derecho constitucional?

 

 

Elides Rojas es un periodista de larga trayectoria y de reconocido prestigio, gracias a cuyas credenciales ocupa ahora el cargo de vicepresidente del diario El Universal. No es un tirapiedras, por lo tanto, ni un vociferante que merece encierros y silencios. Su trabajo no se ha caracterizado por el escándalo, sino por una sobriedad evidente. Jamás ha robado cámara, porque su profesionalidad ha sido acompañada por la modestia. Pero ahora llega a la cúspide de la popularidad porque ha cometido un delito de odio. No parece probable que haya ocurrido semejante metamorfosis, que el virtuoso se haya convertido en malvado, que el equilibrio se haya cambiado por el desmán, pero son las maromas que dependen del capricho de los detentadores de la usurpación y que pueden transformar la vida de un periodista en un infierno.

 

 

Ahora es el turno de Elides Rojas, pero puede ser una antesala para que pasen por el mismo trago otros periodistas y cualquier venezolano que pretenda criticar al régimen u ocuparse desde su albedrio de las vicisitudes en las cuales generalmente los mandones se involucran. El Nacional se solidariza con la causa del colega injustamente perseguido y, a la vez, manifiesta su alarma por lo que puede ser el inicio de un calvario generalizado.

 

 

 

Editorial de El Nacional

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