1. No te pongas a dieta
La dieta de la alcachofa, la del pomelo, la del plátano… seguro que las conoces todas. Si pruebas cualquiera de ellas, probablemente pierdas algo de peso (porque dejarás de comer sin ton ni son …). El problema es que el cerebro consume muchas calorías, y seguir una dieta complicada requiere altas dosis de concentración. Por lo tanto, lo mejor es que vayas por otro camino. Para no comer en exceso, confecciona tus menús con alimentos que, además de buen sabor, tengan un efecto saciante. Prueba por ejemplo con los cereales integrales, el té verde, el atún, el salmón, las manzanas, las nueces y las carnes magras de pollo, ternera y cerdo.
2. No te compliques
Te proponemos una prueba: La próxima vez que vayas al súper, coge cualquier alimento envasado que encuentres y lee la etiqueta con atención. Lo más probable es que veas algunos ingredientes conocidos y muchos otros desconocidos. Son los aditivos químicos que los expertos en nutrición han añadido para prolongar la caducidad de los alimentos, y también para interferir con nuestros reguladores naturales del sabor y del apetito. La lengua está plagada de unos sensores gustativos que hacen que busques sensaciones diversas. Los productores de alimentos procesados han alterado las recetas para lograr un equilibrio de sabores con el fin de evitar que te canses y busques alimentos nuevos. ¿Solución? Come alimentos que lleven un único ingrediente. Si crees que eso significa frecuentar más las secciones de verduras, carnes y lácteos, estás en lo cierto. Ahí es donde compran las mujeres delgadas.
3. Come más a menudo
La clave está en gestionar la demanda energética del organismo a lo largo del día, de manera que el hambre no llegue nunca a nublarte el pensamiento. Si dejas de alimentarte, aunque sea durante unas pocas horas, el cerebro se lo toma como una invitación al exceso. Solución: come algo cada tres horas, empezando por el desayuno. Un estudio de la Universidad de Massachusetts (EE.UU) demostró que las personas que no desayunan tienen una probabilidad 4,5 veces mayor de padecer obesidad. Todas las comidas que hagas deben tener proteínas, grasas, fibras y carbohidratos en proporciones adecuadas. De esta forma resolverás el mayor problema que tiene la gente a la hora de perder peso: sucumbir a las tentaciones por culpa de estar pasando demasiada hambre.
4. Bebe mucho y bien
Para mantenerte bien hidratada, bébete un vaso de agua nada más salir de la cama, otro a media mañana, otro antes de comer, otro a media tarde, otro antes de cenar y otro poco antes de acostarte. Si cumples esta norma, comprobarás que los refrescos ya no te apetecen tanto. Si te tomas una Coca-Cola de vez en cuando por la cafeína, sustitúyela por un café con leche. Otras alternativas inteligentes incluyen los zumos naturales bajos en calorías, el té helado sin azúcar y el agua mineral con gas.
5. Cocina tú misma
Después de un largo día de trabajo, a lo mejor te resulta más cómodo cenar fuera de casa. Sin embargo, el coste de comer en un restaurante lo pagas con el bolsillo y con la salud. En primer lugar, los platos son mucho más grandes ahora que hace unos años. Y como son más grandes, también se llenan con más comida. En segundo lugar, piensa en las ventajas de sentarte a la mesa con tu familia. Cuando disfrutamos de una comida casera, las personas tienden a comer más despacio, lo cual reduce la ingesta de calorías.
Fuente: Womens Health