A pesar de las tormentas provocadas por las andanzas sigilosas de ciertos líderes de oposición durante el transcurso del llamado diálogo, hoy aparecen algunas señales que permiten armar una parte del rompecabezas político actual. Por lo pronto, podemos apreciar que en el muro levantado por los sectores radicalizados del oficialismo y la oposición aparecen grietas de innegable importancia para seguir adelante y destrabar el atrofiado diálogo o como quiera llamársele.
Claro que este nuevo espacio que se está dibujando está animado por las libertades concedidas por el gobierno de Maduro a los presos políticos opositores, que si bien son a cuentagotas, no menos cierto es que la posición intransigente del oficialismo comienza a mostrar la presión inaguantable de su propio drama interno. Hoy más que nunca dentro del PSUV y sus aliados más confiables se discute en forma crítica y en voz alta sobre la militarización acelerada y voraz del aparato del Estado. Esta militarización conlleva en sí misma a un recrudecimiento de la represión como solución inmediata a problemas que no son coyunturales sino estrictamente estructurales.
De continuar por esa camino el sector civil del oficialismo lleva todas las de perder, en tanto entrega en bandeja de plata su propia sobrevivencia a los cuerpos de seguridad del Estado que, jerarquizados y organizados militarmente, ya están actuando por su cuenta, incluso al margen de cualquier límite impuesto ya sea por la Fiscalía General, los tribunales de justicia o la propia Defensoría del Pueblo hoy reducida a un simple estorbo burocrático.
Está claro que la debilidad del presidente Maduro lo hace cada día más dependiente del juego de intereses de los grupos civiles y militares a los cuales debe complacer para seguir mandando o, al menos, fingir que lo hace ante los militantes de su partido y de sus aliados. Pero este juego tiene los días contados porque las exigencias de sus socios son insaciables y el gobierno está agotado en su capacidad de mantener vivo el escaso apoyo popular que le queda. Así lo indican todas las mediciones que se efectúan en los diferentes estratos sociales.
Lo cierto es que el oficialismo sabe que no puede seguir adelante con la figura de Maduro como mascarón de proa y que tampoco cuenta con un líder de relevo capaz de levantar los alicaídos ánimos rojos rojitos. Esta encrucijada, por la vía que se escoja, no los llevará a ningún terreno favorable para sus afanes de permanecer en el poder.
Maduro es políticamente un peso muerto difícil de cargar a la hora de una campaña electoral. De allí que el principal peligro para el PSUV es aceptar la preeminencia de la tesis de “radicalizar el proceso” cuando a estas alturas ya los motores están recalentados en extremo y no dan más.
Se desprende de este escenario emergente la necesidad de una cuidadosa estrategia por parte de la oposición que tome en cuenta las debilidades cada vez mayores del oficialismo. A la vez, la oposición debe fortalecer su unidad interna desprendiéndose de los vicios innegables del pasado que, hoy por hoy, la desprestigian ante la sociedad venezolana. No se puede marchar hacia el futuro con los viejos trucos del pasado.
Editorial de El Nacional