Además de la devaluación de la moneda, el ministro Giordiani y sus asesores aparentemente consideran que un aumento en el precio de la gasolina sería el próximo paso para intentar salir de la maraña económica que ellos mismos construyeron y en la que metieron al país. Sus declaraciones públicas lo atestiguan.
A diferencia de la devaluación, cuyos efectos son lentos e insidiosos, pero que inevitablemente se reflejan en la inflación, el desabastecimiento y la pérdida progresiva de la capacidad adquisitiva de los venezolanos, el precio de la gasolina tiene un impacto inmediato y directo que afecta a toda la población e incide sobre el transporte público y los costos de los bienes de primera necesidad. Ya en Venezuela hemos tenido una dura experiencia al respecto.
Nadie puede negar que la gasolina en Venezuela sea la más barata del mundo y que su producción y distribución en el mercado doméstico genere pérdidas a Pdvsa, y por ende al fisco nacional. Promueve, además, el contrabando de extracción hacia los países vecinos y otros ilícitos. Según dijera hace pocos años el comandante Chávez, en tales condiciones quizás sería más sensato regalarla. De hecho se ha expendido casi regalada a lo largo de todo su mandato.
El problema consiste en que en aras de mantener la popularidad se ha temido adoptar decisiones y dentro de un enfoque general de regalar lo más posible se han otorgado dádivas del más diverso tipo, desde viviendas hasta aires acondicionados chinos, sin tomar en cuenta que bienes de los que depende la riqueza nacional, como el petróleo, no pueden derrocharse y repartirse irresponsablemente, a diestra y siniestra, nacional e internacionalmente, sin causar grave daño a las perspectivas de la economía nacional y en consecuencia al bienestar de los venezolanos. El altísimo nivel de los precios internacionales de los hidrocarburos permitió disimular estas consecuencias por algún tiempo. Pero ya se ha llegado al llegadero. Y eso lo siente el pueblo, como puede apreciarse en las múltiples protestas callejeras.
Ahora, cuando la inflación, la inseguridad, el desabastecimiento y la devaluación hacen estragos, parece el momento más peligroso para manipular un producto tan combustible como la gasolina. Por más que el ministro de economía y planificación intente utilizar todas sus escasas habilidades dialécticas para convencernos de que estaríamos mejor y seríamos más realistas con un precio de la gasolina, digamos, el doble del actual. Más aún con la falta de liderazgo que significa la enfermedad y convalecencia del comandante Presidente.
Es verdad que al ministro las cuentas no le cuadran. Pero eso debió de haberlo previsto en tiempos de bonanza. Porque le hubiera evitado tener que, como hace actualmente, jugar con fuego./DO
Fuente: EN