El partido del presidente húngaro supera el 44% en las legislativas de este domingo
La coalición de izquierdas aguanta como segunda fuerza y la ultraderecha avanza en tercer lugar
Iuliana Toth, de 61 años, y su amiga Margo, de 57, aprovechan una tarde soleada sentadas en una terraza cerca del centro de Budapest. Es una zona llena de tiendas y ellas llevan varias bolsas con ropa. “¡Voy a votar por Fidesz, por supuesto!”, dice la más joven, que trabaja como pedagoga. “Solo Fidesz”, subraya con entusiasmo Iuliana, jubilada de la misma profesión, repitiendo el lema del partido del Ejecutivo. Lleva el pelo corto, mechas rubias y manicura con brillantina.
“Estoy muy contenta con el Gobierno”, afirma. “Espero que siga con sus reformas. La que más me ha gustado es la de la Constitución. Con ella Hungría regresa al cristianismo, a la familia, a los valores”, ejemplifica. Aunque faltaban 48 horas para las elecciones, ninguna de las dos dudaba de lo que anticipaban los sondeos: que el populista de derechas Viktor Orbán seguirá en el poder tras lograr este domingo el 44,8% de los votos, según los resultados provisionales que arrojaba la televisión con el 70% de los votos escrutados a las once de la noche en España.
La coalición de izquierdas Unión, muy fragmentada –son cinco partidos, entre los que el socialista es el mayor– y lastrada por un escándalo de corrupción que estalló en plena campaña, lograría por el momento mantenerse como segunda fuerza política, con el 25,2% de los votos según esa misma encuesta a pie de urna del instituto Nézöpont. La ultraderecha de Jobbik consolida su nicho e incluso lo mejora ligeramente –tendría en torno al 21,3% y en 2010 sacó un 16,7%– , después de haber atemperado su discurso racista para centrarse en la crisis y su perfil antisistema.
A incondicionales como Iuliana y Margo les importa poco que la Unión Europea, Estados Unidos y numerosas organizaciones internacionales hayan alertado sobre la deriva autoritaria que ha tomado la Hungría de Orbán desde 2010. “Son voces en el extranjero que hablan sin fundamento, no están aquí”, opina Iuliana. “Nos atacan porque el Gobierno ha recortado los beneficios de las multinacionales, ha hecho que se quede en Hungría algo de lo que generan”, apunta Margo.
Lejos de entrar a debatir ideas, el programa o la propia erosión de la democracia, Orbán ha ganado estas elecciones con la dosis correcta de nacionalismo y populismo. Se ha limitado a presentarse como el garante de la independencia húngara frente a “los tecnócratas de Europa” y ha promocionado los descuentos en la factura energética para las familias. Desde enero de 2013, en el ticket que envían a casa las compañías del gas y de la luz, figura un recuadro en el que se informa de lo que se ahorra el usuario cada mes. En las últimas, ese recuadro es naranja, el color de Fidesz.
Orbán podrá ahora continuar con la obra que empezó en 2010, cuando venció con una enorme mayoría de dos tercios en el Parlamento, convertido en una planta de producción legislativa industrial: 800 leyes en cuatro años y una nueva Constitución que han enmendado cinco veces. El Ejecutivo ha intentado extender su control sobre los medios de comunicación, el sistema electoral, las comunidades religiosas e, incluso, el sistema de justicia. Su estilo de gobierno tiene pocos límites. El año pasado, por ejemplo, recortó las atribuciones del Tribunal Constitucional y además decidió puentearlo. Pese al clamor internacional, Budapest cambió la carta magna para incrustar en ella varias leyes que los magistrados habían rechazado.
Otras reformas, sin embargo, tienen un impacto silencioso. El ambiente de los juzgados es muy distinto desde que Fidesz llegó al poder, explica un treintañero juez de lo penal en Budapest. El Gobierno dio a una sola persona el poder de nombrar los presidentes de cada tribunal. “Coloca a gente de confianza, no solo de Fidesz, sino también a amigos en los puestos clave de los juzgados. Eso ha creado una élite muy próxima a ella y un clima en el que, si piensas de un modo diferente o haces una interpretación distinta de las leyes, te apartan”, cuenta en una cafetería. Aclara que no hay una presión política directa, pero sí cierto miedo. Incluso inseguridad, puesto que “las leyes cambian constantemente y eso crea confusión sobre cuál aplicar, sobre la interpretación correcta”, añade.
La mutación de las leyes también ha afectado a la economía, estabilizada pero estancada. Para recortar la factura del gas y la luz a las familias, el Gobierno ha obligado a las empresas a asumir la diferencia. Ha impuesto tasas especiales a los bancos y Para reducir el déficit y dejarlo en el 3% que exige Bruselas, nacionalizó los fondos privados de pensiones
. A Orbán le gusta decir cosas sensatas – “La carga de la crisis no puede recaer sobre las personas”, por ejemplo–, pero ha aplicado recortes en sanidad y educación, tienen el IVA al 27% y un subsidio de paro de solo tres meses. Han creado un programa de empleo público masivo, con sueldos bajos que salen de los presupuestos, explica el economista Zoltán Pogátsa.
“El Gobierno ha vendido la idea de que Hungría ha encontrado un camino propio para resolver la crisis diferente del de Europa”, resume el economista Peter Duronelly. En su opinión, “puedes gravar a las multinacionales durante algún tiempo, pero eso afecta al crecimiento y se desincentivan nuevas inversiones. Los efectos de esta política se ven en varios años”. De momento Orbán cuenta con cuatro más.
Fuente: El País