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Alexander Cambero: Álvaro Uribe Vélez en la Colombia al revés

Posted on: agosto 9th, 2025 by Super Confirmado

Una juez de cuyo nombre no quiero acordarme acaba de condenar a doce años de cárcel domiciliaria al expresidente de Colombia Álvaro Uribe Vélez. Este inaudito hecho, consumado por las huestes de la venganza política, deja al desnudo el carácter nauseabundo de una justicia que responde en muchos casos a los tentáculos del crimen como expresión de la perversidad. Poniendo en entredicho la reconocida independencia de poderes de la cual gozaba la nación como referencia universal.

Todos sabemos que detrás de la decisión está el totalitarismo en todos sus matices. No le perdonan al gran mandatario antioqueño su acendrado amor por la suerte de su país por el cual ha entregado lo mejor de su esfuerzo. Su administración se caracterizó por su firme defensa de la institucionalidad democrática. Una lucha sin cuartel contra el narcotráfico y el terrorismo generado por una guerrilla asesina de seres inocentes y vocera eterna de ideas que se contraponen a la civilidad. Aquellos grupos alzados en armas que se encargaron de sembrar a Colombia de muerte y ataúdes son actores principales de esta celada atroz bajo el amparo de los vestigios de una manipulación interesada de la justicia.

La oscuridad infinita sufre por el gran cariño que tiene la inmensa mayoría de los colombianos por Álvaro Uribe Vélez. Cuando anda en las calles, se multiplican las muestras de simpatía. En Contraposición con las figuras de la guerrilla y el narcotráfico que son repudiados y tienen que permanecer ocultos en sus santuarios. Sin embargo, gozan plena libertad a pesar de sus múltiples crímenes.

Un personaje sombrío como Ernesto Samper pontifica sobre democracia en foros internacionales cuando todo el mundo sabe que fue financiado por dinero del crimen. Los líderes guerrilleros andan dándose la gran vida mientras a los honestos se persiguen por el simple hecho de haberlos descubierto y enfrentados con valor. Es el mundo al revés que asoma sus miserias entre la rendija de una justicia que dicta sentencia respondiendo a los intereses de la cobardía.

Todo esto lo agita el terrorismo internacional. El expresidente es una figura cumbre de la libertad. Una voz que temen por ser sólida en la firme convicción del pensamiento democrático. Su indeclinable defensa en pos de la América sin cadenas de opresión es una piedra en el zapato de los retrógrados.
Quienes crean que Álvaro Uribe Vélez retrocederá están absolutamente errados. Demasiado amor por sus congéneres existe en su tanque. Es fundamental no dejarlo solo. Su causa es la libertad de todos, su cárcel domiciliaria es tratar de inducir al miedo y llevarlo hasta el punto de buscar la parálisis de las fuerzas democráticas.

Para derrotar al continuismo es necesario UNIRSE deponer proyectos personales y pensar en grande a la Colombia que ama, sufre y espera… No queda de otra.

Alexander Cambero
X: @alecamberoÁlvaro Uribe Vélez en la Colombia al revés / jueza Sandra Heredia

 

Fernando Luis Egaña: Jamás me rendiré

Posted on: agosto 9th, 2025 by Super Confirmado

Jamás he aceptado la legitimidad y la legalidad de la hegemonía depredadora. Jamás. Y no lo voy a hacer, pase lo que pase. No dejaré de luchar, con mi granito de arena, para que la patria sea reconstruida desde los cimientos, desde el fondo de la tragedia en que se encuentra.

Podría haber emigrado. Me lo han sugerido gente buena. La respuesta ha sido, es y siempre será la misma. No. Tengo derecho legítimo a otra nacionalidad y a sus beneficios concurrentes. No quiero otra nacionalidad ni sus beneficios.

Esta es mi tierra, acá soy una persona con esperanza. Respeto a quien piense diferente. Ya casi nueve millones de compatriotas han emigrado de nuestra nación. Razón de más para quedarme y luchar para que el país cambie de manera radical y positiva, se detenga la sangría de la emigración y volvamos a ser un país de inmigración, pero ahora con la gente de Venezuela.

El presente está tupido con la niebla de todos los males. Es cierto. Pero siempre podrá haber un horizonte de sendas de vida nueva.

Creo con firmeza en ello. Creo en la dignidad de los venezolanos. Creo que podemos renacer, con muchas dificultades superables.

El amor y el conocimiento de Venezuela, son una fuerza tan grande que me permite reiterar que jamás me rendiré. Todo lo contrario.

Fernando Luis Egaña

 

 

Mibelis Acevedo Donís: Hoy tampoco vendrá Godot

Posted on: agosto 9th, 2025 by Super Confirmado

¿Puede la democracia superar el peligro de un demos alienado por esa invasión de ámbitos y roles, desorientado por la idea de que actuar siempre equivale a exhibirse y opinar?

Hacer política en tiempos de infotainment, politainment y neopopulismo apuntalado por la propaganda en redes, es también elegir entre el influjo que se construye a partir de las vistas fragmentadas de la realidad y agrupadas en un pseudo-mundo “en el cual hasta los mentirosos son engañados”, como decía Guy Debord (1967), y aquel que surge como resultado de la irrupción relevante en el espacio público. Esto último, la acción concreta de sujetos con capacidad de agencia, marcaría la frontera que separa el ser y el parecer: la tendencia hacia la mera teatralización de la escena política, por un lado, y el camino menos “sexy”, incluso riesgoso que, por otro, implica tomar decisiones no siempre populares pero eficaces para el logro de objetivos vinculados al bienestar común.

En alguna medida, la ilusión que genera esa vieja-nueva espectacularización de la política lleva a recordar a la irritante dinámica de los personajes de “Esperando a Godot”. Seres en estado máximo de indefensión, tedio y desamparo que son atravesados por la pasividad propia del simple espectador; que no viven ni proyectan, atascados en un espacio y tiempo circular. Que sólo esperan la manifestación de un gran proveedor sin representación clara, y sin cuyos cuidados la vida más elemental les resulta inconcebible. “El tiempo pasa rápido cuando se está entretenido”, dice Vladimir a Estragón. Didi y Gogo, los vagabundos tragicómicos de Becket que sufren pasivamente la carencia y se entregan a la espera de una intervención providencial, quizás resultan útiles para ilustrar a esa humanidad ganada por el sentir y el creer, más que por el pensar y el hacer; seducida por esa intoxicación emocional de la realidad que, eso sí, hoy cuenta con rostros definidos, imágenes y voces amplificadas y manifiestas.

La tesis de Debord en La sociedad del espectáculo luce más vigente que nunca. Entre la realidad de la vida política y el espectáculo, uno puede terminar ocupando el lugar del otro. En este caso, la apariencia, la puesta en escena, el tono de voz, la vestimenta, el parlamento-arenga creado compulsivamente para la ocasión, sustituye a lo real. La exaltación de los ánimos de militantes y ciudadanos resulta de esta manera un efugio para una vida pública rutinizada y sin sobresaltos, invadida por la preocupación personal y cotidiana. Más que vía para asegurar la rendición pública de cuentas en relación a temas que afectan a la comunidad, la información política se encuadra entonces como contienda dramática, terminante, existencial entre actores.

En un marco de renovadas e ingentes necesidades, las masas modernas, los medios de difusión y las novedosas plataformas de interconexión han promovido una cohesión de la opinión sin precedentes. Influencers y anfitriones de espacios en redes validan “verdades” con modos que desplazan al periodismo tradicional, sumando su aporte a ese universo narrativo. El estado de cristalización latente y la neurosis colectiva, “aunque sus formas delirantes se mantengan limitadas, alcanza más o menos en profundidad, pero con permanencia, a un gran número de individuos”, observan Alexis Chausovsky y Mariana Saint Paul (2011). Aun entre sujetos en apariencia normales no resulta raro observar “accesos inquietantes de excitación y depresión, extrañas alteraciones de la lógica y sobre todo, una deficiencia de la voluntad que se manifiesta por una plasticidad singular ante las sugestiones de origen interior o exterior”.

¿Puede la democracia superar el peligro de un demos alienado por esa invasión de ámbitos y roles, desorientado por la idea de que actuar siempre equivale a exhibirse y opinar? He allí otra angustia sumada al saco de tarascas que licúan la valoración ética y estética de la democracia. Un pueblo empujado permanentemente al culto a la personalidad incurso en estos procesos, de paso, tenderá a asumir que los cambios que reclama dependen de la voluntad del one-man show, del ímpetu del hombre o la mujer del momento, el protagonista de turno; no de acomodos de fondo, a veces dolorosos y casi nunca expeditos. Y de allí el marasmo, la vuelta a un círculo vicioso tan inagotable como los nombres de los próximos candidatos a un tal God-ot.

Esa misma lógica publicitaria de fabricación de la opinión, tan propia de dinámicas donde la ocasional competencia por captar electores agudiza la espectacularización de la política, aplicaría además al mantenimiento de la autoridad. La “dramaturgia” política siempre ha requerido, sin duda, de esa construcción de visibilidad pública, de esa gestión del capital simbólico, de esa conquista del espacio mediático para influir y asegurar adhesiones, ganar legitimación y consentimiento. Georges Balandier afirmaba, de hecho, que “todo el sistema de poder se destina a producir efectos, entre ellos, los efectos comparables a las ilusiones que suscitan el espectro teatral” (1992). Es difícil no notar allí una impronta similar a la de la producción de objetos en la industria cultural. Las consecuencias de sus excesos, la sustitución compulsiva, el pseudo-acontecimiento, la infoxicación, la posverdad y sentimentalización de la política, no obstante, no pueden tomarse a la ligera, en especial cuando verdad y mentira acaban siendo especies indistinguibles; cuando todo acaba siendo susceptible de opinión, y un pretexto para refugiarse en la realidad “elegida”. La propaganda cuenta hoy con nuevos y potentes frentes para banalizar la información y el debate, para desmerecer la inevitabilidad, lo irrebatible del hecho factual. Sí: y al calor de esa propuesta maniquea, ha surgido esta suerte de “terraplanista político”, devoto que decide creer sin ver, pues “si X lo dice, no hay discusión que valga”.

Sirva la reflexión para sondear el escenario movedizo sobre el cual se despliega la acción opositora venezolana en estos tiempos líquidos. La tentación que, a merced de la asimetría, induce a explotar incesantemente esa relación entre “personajes”, “escenificación” y “público” que se magnifica en redes, no puede omitir la existencia vital de bastidores o “zonas ocultas” donde antes se ha debido gestar una apropiada representación. Una que, “como tal, tiene necesidad del público y debe suceder en público” (Bobbio, 2003). Lo deseable es que la aparición en ese espacio se dé atada a una acción sustantiva, fruto de la construcción sostenida de influjo, instigada por la consecución de beneficios prácticos (¿amnistía para presos políticos? ¿soluciones estructurales para la crisis económica?), más que por el simulacro político. Aún sabiendo que la política difícilmente podrá desentenderse de su vis teatral, las horas son cruciales para resolver asuntos que necesitan de una comprensión lúcida de las realidades concretas, libre de autoengaños y esperas inoficiosas. Hoy tampoco vendrá Godot.

@Mibelis

Editorial La Nación:Justicia y legalidad

Posted on: agosto 9th, 2025 by Super Confirmado

La reconciliación nacional exige el respeto por las normas y la prohibición de su uso con fines ideológicos, partidarios o económicos

El histórico Juicio a las Juntas de 1985

En los últimos 20 años, la Argentina sostuvo una doctrina para el juzgamiento de los delitos cometidos en el contexto de los graves enfrentamientos armados ocurridos en el país durante los años 70 que, lejos de consolidar un paradigma respetuoso del Estado de Derecho, ha institucionalizado la excepción como norma, sentando precedentes aciagos para la seguridad jurídica y la democracia.

La tarea de “remoción de los obstáculos”, que permitiría la reapertura de las causas, se llevó a cabo a través de cuatro fallos paradigmáticos dictados por la nueva mayoría de la Corte Suprema asumida durante el primer gobierno kirchnerista y que significó nada menos que la eliminación retroactiva del instituto de la prescripción para esos crímenes, la derogación del principio de legalidad según el que nadie puede ser penado sino sobre la base de leyes sancionadas por el Congreso y publicadas antes de los hechos, la eliminación de los derechos adquiridos por amnistías e indultos dictados en época constitucional, la cosa juzgada y la declaración de que la persecución debía realizarse solo contra funcionarios estatales y aquellos civiles que actuaron en su auxilio.

Esos nefastos precedentes, que significaron el derribo de las columnas que la Constitución instauró para preservar los derechos del ciudadano contra los abusos del poder estatal, se llevaron a cabo sumando aparte del Poder Judicial a una “política de Estado” amparada en publicitados fines altruistas como una necesaria “reparación histórica”, la “búsqueda de la verdad” o la “lucha contra la impunidad”. De esta forma, se dejaron de lado otros medios, quizás más eficientes y definitivamente más adecuados, que pudieron haber buscado y alcanzado esos fines sin necesidad de sentar un precedente tal como que una nunca explicada “costumbre internacional” podría ser suficiente para calificar determinados delitoscomo de “lesa humanidad”, aun cuando tal categoría fuera inexistente en las leyes de la República al momento de los hechos.

Un país que juzga con Derecho construye futuro; un país que juzga por venganza queda atrapado en su pasado
La costumbre no es ni puede ser nunca fuente del derecho penal, que, según la opinión unánime de los tratadistas del mundo civilizado, exige una ley previa escrita. Existían otros métodos para reabrir investigaciones sin que tuviera tampoco la Corte que quitarle al Congreso la facultad de dictar amnistías y al presidente indultos, dos potestades exclusivas e irrevisables –salvo caso de corrupción– por el Poder Judicial, destinadas no a afianzar la Justicia, sino a consolidar la paz interior y la unión nacional en el lenguaje empleado en el Preámbulo.

La anulación de las leyes de obediencia debida y punto final no respondió a una exigencia del derecho internacional, como se ha repetido hasta el hartazgo, sino a una decisión política. La autora del proyecto de ley, Patricia Walsh, con el cual el Congreso intentó reforzar la doctrina jurisprudencial haciendo que se dictara inconstitucionalmente la nulidad de una ley, fue una diputada perteneciente a la organización Montoneros, que se encuentra actualmente imputada por su participación en la bomba colocada en 1976 en el comedor de la Policía Federal, que dejó 23 muertos y cientos de mutilados y heridos.

No existía obligación jurídica supranacional alguna que forzara al país a declarar inconstitucional su propia legislación. La Argentina ya había cumplido con los estándares internaciones al realizar el Juicio a las Juntas en 1985 y la intención de juzgar a las cúpulas guerrilleras, y establecer una política de pacificación. Jamás pudo haberse invocado para su nulidad una fuente internacional cuando los dos tratados internacionales humanitarios incorporados a nuestra Constitución en 1994 señalan que todos los delitos, sin distingo, pueden ser objeto de amnistías, indultos y conmutación de penas y cuando, además, es la propia Organización de las Naciones Unidas la que en la Convención de Ginebra recomienda luego de todo conflicto armado interno la declaración de una amplia amnistía que beneficie a todos los que tomaron parte en ella.

No pudo obedecer la nulidad de esas leyes del perdón a una correcta interpretación normativa, cuando la propia Convención Reformadora de 1994 rechazó expresamente en el plenario la iniciativa de la convencional María Lucero de declarar imprescriptibles precisamente esos delitos.

La historia política ha probado –en la experiencia tanto nacional como internacional– que apartarse de los medios que la civilización instauró para arribar a la Justicia, es decir la legalidad, aun en nombre de los más altos ideales humanos –y más precisamente cuando a ellos se recurre para eludirla– produce un sentimiento de justicia y alivio al principio, pero al cabo del tiempo deja en el tejido social e institucional del país heridas mucho más profundas y peligrosas en sus derivaciones y consecuencias que las que imaginaron quienes decidieron al inicio “cortar camino” desconociendo las leyes que nos habíamos dado.

A 20 años de esta reapertura, y a raíz de ella, miles de personas fueron encarceladas por la sola denuncia de interesados, negándoseles a 30 o 50 años de los hechos la excarcelación aun cuando no registraron ni un solo antecedente delictivo en todo ese lapso. Los tribunales orales federales, encargados de combatir la corrupción y el narcotráfico, ocuparon y ocupan sus agendas con estos juicios en los cuales los plazos en prisión preventiva triplican los de los presos comunes.

Más de 900 imputados han muerto en cautiverio, la mayoría de ellos sin sentencia firme. Yacen en nuestras cárceles hombres de 70 y 80 años, entre ellos suboficiales de las Fuerzas Armadas, de las policías Federal y provinciales, gendarmes y miembros del Servicio Penitenciario, así como quienes eran jóvenes oficiales subalternos de las tres fuerzas, mientras que los jerarcas guerrilleros responsables del inicio de una violencia sin la cual no hubiera ocurrido lo que vivimos, según la lúcida cita de la sentencia a los comandantes en la causa 13/84, se encuentran libres e indemnizados con sumas millonarias, además muchos secuaces miembros de sus organizaciones se presentan en los juicios como testigos contra quienes los juzgaron o a quienes los combatieron.

La falta de pruebas ha erigido a la testimonial –la más endeble y menos confiable– como la única y más relevante de las existentes y así se juzga y encarcela sobre la base de relatos en su mayoría unilaterales auxiliados por organizaciones militantes e inclusive por órganos específicos creados por el Estado para la construcción de una “memoria colectiva”.

Cuando la defensa logra probar que no participó en el hecho, se lo condena por la función o el cargo que ocupaba en la fuerza como “miembro de una estructura de poder”, instaurando una responsabilidad objetiva prohibida en nuestro sistema represivo. Se prescinde de la realidad histórica y de la obediencia a las órdenes superiores de toda institución armada, por lo que todo enfrentamiento, aun los cubiertos extensamente por los medios de la época, son asesinatos; toda detención, aun la ordenada por autoridades competentes, es privación ilegal de la libertad; toda orden cumplida es participación en un plan criminal; todo miembro de la guerrilla, aun los confesos o aquellos que portaban armas o explosivos o fueron sorprendidos en secuestros, extorsiones o atentados, son “opositores políticos perseguidos” que agravan los tipos penales que se aplican. Mientras tanto, los crímenes cometidos por las organizaciones armadas revolucionarias siguen sin ser juzgados. Esta omisión selectiva y sostenida revela una justicia parcial y una escandalosa violación del principio de igualdad ante la ley. A ello se suma una estructura institucional de intereses ideológicos y económicos: unidades estatales ad hoc, fiscalías, ONG, funcionarios y jueces ideologizados, fondos internacionales y querellas que militan causas políticas más que representar víctimas reales, que provocaron que el Estado desembolsara más de US$3500 millones en indemnizaciones a supuestas víctimas que se siguen presentando como tales aún hoy, a medio siglo de los hechos.

A partir de este descalabro que hace 20 años algunos consideraron necesario para alcanzar justicia, hoy cualquier proyecto autoritario, con fuente democrática o no, está en condiciones, con una mayoría simple de la Corte, de encarcelar a sus opositores por delitos hoy no previstos en las leyes vigentes y aun contra amnistías o fallos firmes.

En nuestro país sectores importantes lograron un uso político y discriminatorio del derecho penal, al compás de una historia reescrita del pasado con intereses y tinta del presente.

La reconciliación nacional exige el respeto por las normas y la prohibición de su uso con fines ideológicos o económicos. Un país que juzga con Derecho construye futuro, un país que juzga por venganza queda atrapado en su pasado.

 

Editorial La Nación.ar

#9 Agosto Día Internacional de los Pueblos Indígenas

Posted on: agosto 9th, 2025 by Super Confirmado

En su resolución 49/214, de 23 de diciembre de 1994, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió que el Día Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo se celebrara el 9 de agosto de cada año. La fecha marca el día de la primera reunión, en 1982, del Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre Poblaciones Indígenas de la Subcomisión de Promoción y Protección de los Derechos Humanos. En 1990, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó 1993 Año Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo (A/RES/45/164 A/RES/47/75).

Los pueblos indígenas son herederos de una gran diversidad lingüística y cultural, así como de costumbres y tradiciones ancestrales. A pesar de su diversidad, la mayoría de los pueblos indígenas comparten aspectos comunes importantes. Entre ellos, la forma de relacionarse con sus territorios tradicionales y su entorno, así como la voluntad de preservar sus formas de organización, sus valores culturales, sociales y económicos que con frecuencia son diferentes a las normas que predominan en las sociedades en las que viven.

Aunque plurales, los pueblos indígenas comparten desafíos similares al momento de defender el reconocimiento y protección de sus derechos fundamentales.En la actualidad los pueblos indígenas se encuentran sin duda entre las poblaciones más vulnerables y perjudicadas del mundo. La comunidad internacional reconoce que se necesitan medidas especiales para proteger sus derechos, mantener sus culturas y sus formas de vida. Este día internacional es una oportunidad para crear conciencia sobre su situación precaria.

 

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