Ha muerto Luis Mendoza Benedetto, Mendocita, un pedazo de jugador de fútbol, que repartía talento y garra por igual, junto a pases y goles sorprendentes, y que simbolizó la época del balompié venezolano conocida como «fútbol de colonias».
Fue futbolista y fue entrenador, siempre con genio, para reclamar su lugar en la alineación del domingo, poblada entonces de jugadores extranjeros, y el trato profesional adecuado de dirigentes y federativos. Era un rebelde en la cancha y tanto más fuera de ella.
Caraqueño, de madre italiana, Mendocita comenzó en las divisiones infantiles del Dos Caminos, un nombre referencial de los inicios del fútbol en el país. Luego viajó con sus padres a Italia y a su regreso, con poco más de 15 años, debutó en la primera división nacional. Pronto fue llamado a las selecciones, mientras iba cambiando de equipos y cosechando títulos: Deportivo Italia, Deportivo Galicia, Estudiantes de Mérida, Portuguesa FC, con segundas partes en el Galicia y en el Italia. “Yo era el motor, pero siempre regresaba para defender”, indicó en más de una entrevista.
Pequeño, de apariencia enclenque, Mendoza destacó en partidos de la Copa Libertadores de América, codeándose con equipos brasileños, argentinos y uruguayos -los reyes del torneo- sin desentonar, con su fútbol de habilidad, entrega y alta calidad técnica.
En 1977 integró un seleccionado de jugadores americanos para enfrentar al Real Madrid en Caracas. Antes, en 1969, fue uno de los once bravos jugadores de la selección nacional que disputó en el Estadio Olímpico un recordado careo eliminatorio con la selección brasileña que al año siguiente se proclamaría tricampeona del mundo en México. Durante 60 minutos, Mendocita y sus compañeros mantuvieron el 0-0 en el marcador. “Ese partido fue un tú a tú hasta que no nos dieron las piernas”, declaró en alguna ocasión. Enfrente estaban Pelé, Gerson, Jairzinho.
Admirador de Garrincha, la alegría del pueblo, como se le recuerda en Brasil, y de Maradona, Mendocita tuvo la mala fortuna de vivir una época del fútbol de escasa proyección de sus equipos y jugadores, porque su talento hubiera merecido campeonatos de más quilates.
A los 35 años colgó las botas y se dedicó a la preparación técnica pero seis años después volvió con el Caracas para compartir unos cuantos partidos al lado de su hijo Luis Enrique Mendoza. Las crónicas de entonces dan testimonio de que la calidad se mantenía intacta. También se desempeñó frente a los micrófonos, agudo y sin medias tintas.
Mucho antes de Stalin Rivas, Juan Arango y Salomón Rondón, Luis Mendoza, Mendocita, fue el crack venezolano. Su padre -recordaba- lo retaba de niño a pegarle cien veces al día a la pelota con la pierna izquierda, para hacerlo ambidiestro. El tumbado zurdo nunca lo perdió.
Editorial de El Nacional