Los seres humanos somos muy parecidos. La uniformidad casi absoluta de nuestro ADN mitocondrial demuestra que descendemos todos de una combinación genética muy pequeña. Todos los habitantes del planeta provenimos de uno de los cuatro linajes de ADN mitocondrial correspondientes a las hijas de una mujer que salió de África hace más de cien mil años. Aquella mujer, a la que se podría considerar la -EVA- de nuestra especie, debió ser la última de las hembras pertenecientes a un pequeño grupo, constituido por unas doscientas o trescientas personas, que se separaron del resto de humanos y lograron sobrevivir a las condiciones extremas que entonces seprodujeron. El cambio climático y la falta de alimento, obligó a aquella familia a abandonar sus tierras. Gracias a aquella migración, se extendió nuestro linaje genético por todo el planeta.
Hubo otros humanos, de una especie hermana con la que compartíamos antepasados hace medio millón de años, los Neandertales, que emprendieron aquél mismo viaje miles de años antes y evolucionaron independientemente por todo el continente Europeo. Pero, a pesar de que estos convivieron durante muchos años con nuestros antepasados, nunca se mezclaron genéticamente con ellos y, al final, se extinguieron sin dejar descendencia. Por tanto se puede asegurar que todos los humanos modernos provenimos de aquellas cuatro mujeres.
Pero, si todos descendemos de una combinación tan pequeña de genes, entonces… ¿por qué tenemos un aspecto tan diferente unos de otros?
La selección natural y la adaptación al entorno son los factores que más influyen en ello. La selección sexual es también crucial. Otro factor importante es el clima, que impone la forma corporal; cuanto más frío sea el entorno, más bajos y rechonchos nos volvemos para así mantener más fácilmente el calor corporal. Es bien sabido también que la estatura varía en proporción a la dieta; cuanta más carne comemos más altos nos hacemos.
Pero, lo que más nos diferencia a los unos de los otros, lo más impactante, es el color de la piel, que también forma parte de nuestra herencia genética. Hoy sabemos que esta diferencia de color se debe a la importancia del ácido fólico en el desarrollo fetal, y a su interacción con la radiación ultravioleta.
El exceso de radiación ultravioleta del Sol destruye al ácido fólico (sustancia crucial para el desarrollo embrionario humano), por esta razón nuestros antepasados africanos tenían que ser oscuros, para propiciar su supervivencia a través de la natalidad.
Pero, por otro lado, la falta de radiación ultravioleta impide la formación de la vitamina D, y la carencia de ésta causa raquitismo, enfermedad que puede ser mortal. Así que, cuando nuestros ancestros de piel oscura migraron a las regiones del norte, donde la radiación solar era más débil, tuvieron que volverse más pálidos para sobrevivir.
La melanina es la protección natural de nuestra piel. Es un filtro eficaz contra las radiaciones ultravioleta. Por esa razón, para que el organismo pueda fabricar la vitamina D, debe reducirse la cantidad de melanina en la piel. Consecuentemente, conforme nos vamos desplazando progresivamente desde el ecuador hacia los polos terrestres, encontramos que las personas van teniendo la piel más clara cuanto más nos alejamos de las zonas tropicales.
Este cambio de tonalidad en la piel, que tanto diferencian a unas razas de otras, se ha producido muy lentamente a través de los años. Los científicos calculan que hacen falta veinte mil años para pasar del color negro al blanco.
Hoy día, por nuestro modo de vida, ya no es necesaria esa regulación orgánica como respuesta a la radiación solar, así es que, lo que define el color de la piel de las personas son unas diferencias genéticas establecidas hace mucho tiempo en el ADN de nuestros ancestros.
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