La sociedad francesa ha sido considerada, con razón y desde tiempos remotos, una de las más cultas y refinadas de Europa, lo que hace fácil deducir que también del mundo entero. Es esa, quizás, una de las razones por la cual, a los franceses, siempre se les ha notado un dejo de superioridad innato. Si usted no es francés y no habla el idioma a la perfección, es preferible que hable en inglés allí, porque si usted pronuncia mal una palabra o no construye bien una oración, el desprecio que va a sentir es humillante.
Esa puede ser la razón por la cual buena parte de los oficios considerados de baja ralea, como de obreros o artesanos, es muy extraño verlos ejercer por los naturales de Francia, quienes al decir del expresidente italiano Sandro Pertini: “Los ricos se creen descendientes de los borbones y la clase media y los pobres de Napoleón, pero todos son de sangre real”.
Así que Francia tiene décadas importando mano de obra barata y es por ello por lo que se ha venido conformando, alrededor de sus más importantes ciudades: París, Marsella, Lyon, Toulouse y Niza, verdaderos cinturones de miseria, lo que, aunado con un racismo policial, no muy bien conceptualizado pero existente, lleva a represiones muy selectivas, como a todos aquellos habitantes de Francia que son negros o sospechosos de ser árabes o asiáticos. En otras palabras, la definición de una buena labor policial, comúnmente aceptada por la institución, implica actuar partiendo del supuesto de que una persona no blanca es sospechosa.
La existencia de esta actitud se ve confirmada por una serie de estudios sobre el caso francés que abarcan varias décadas. En 2017, el trabajo del sociólogo Christian Mouhanna llegó a una conclusión muy similar a la de su colega René Lévy en 1987, quien afirmaba que las categorizaciones raciales «constituyen, por así decirlo, las herramientas del oficio y forman parte de ese conjunto de conocimientos prácticos que constituyen el trasfondo, el punto de referencia del trabajo policial». Esta literatura también muestra que «la sospecha policial actúa como una profecía autocumplida, es decir, ayuda a producir lo que se espera y, por tanto, confirma a los agentes de policía en su creencia en la relevancia de estas categorías».
Se ha determinado, en estudios económicos hechos sobre la distribución presupuestaria en Francia, que el gobierno ha destinado más recursos a la policía que a la educación y esa es una de las causas de esa explosión social de minorías, que sienten solo el acoso de la represión y pocas oportunidades de integración en la educación y en la sociedad francesa.
La muerte del estudiante de 17 años, Nahel M, conmocionó a París y a casi todas las grandes ciudades francesas, porque se trataba de un joven que, por lo demás, era argelino, lo que encaja en el estado general de sospecha policial, por el color de su piel o su acento árabe. Eso, obviamente, jamás debería ser una autorización para dispararle a alguien por saltarse un control policial.
Este no es el primer caso de represión policial contra jóvenes provenientes de países árabes, en el año 2005 dos jóvenes musulmanes: Zyed Benna y Bouna Traoré, de 15 y 17 años respectivamente, recibieron una fatal descarga de un generador eléctrico cuando escapaban de un control policial que había llegado al marginado suburbio de Clichy-sous-Bois, Tras ello, Francia vivió tres semanas de manifestaciones que denunciaban el perfilado policial y exigían justicia.
Ahora bien, una cosa es protestar, con mucha razón, por la muerte de un estudiante extranjero y otra muy distinta es convertir este hecho en una insurrección popular, contra un Estado que, con todos sus defectos y carencias, ha abierto sus puertas a gente que ha sido excluida del suyo. El tema religioso tampoco puede escapar del análisis de la situación de la violencia en Francia. La presencia creciente de musulmanes con costumbres totalmente diferentes a la permisiva sociedad francesa es caldo de cultivo para que los extremistas de esa religión fomenten disturbios contra “los infieles”, en favor de una proliferación de creyentes en el profeta Alá.
La democracia debe ser permisiva con los principios que vienen, precisamente, de la Revolución francesa: Libertad, igualdad y fraternidad, pero también tiene el sagrado deber de defenderse de radicalismos totalitarios, religiosos o no, que pretendan destruirla. Michel Foucault, el célebre filósofo francés, decía con sobrada razón: “La ilustración, que descubrió las libertades, también inventó la disciplina”.
Editorial de El Nacional
EFE