En la cuenta de Twitter de Nayib Bukele, presidente de la pequeña república de El Salvador —es del tamaño del estado Lara y tiene tres veces su población—, aparece una encuesta que evalúa el desempeño presidencial y lo muestra con 90% de respaldo, a la cabeza de un grupo de mandatarios regionales. En la medición de CID Gallup se observa que Gustavo Petro, que aún no completa su primer año, anda por 39%; Daniel Ortega, sorprendentemente, tiene 34%; y Maduro, dos veces peor evaluado que el nicaragüense, con 19%.
Si Maduro espera competir en 2024 por un tercer mandato con tan magro apoyo, qué puede impedir a Bukele aspirar a un segundo período. Este millennial, padre amantísimo (según difunde en sus redes) y fenómeno político, enfrenta lo que tantos políticos temen: el texto de la ley de leyes, la Constitución. Algo así como la letra pequeña de esos contratos que nunca se terminan de leer.
Bukele tiene internalizado aquello de «hombre precavido vale por dos». Y él vale por dos o por los que hagan falta. No solo leyó esa inconveniente letra pequeña sino que buscó una peculiar forma de dejarla sin efecto. Una nota del diario español El Mundo registra que ya Bukele se ha inscrito como precandidato a la reelección, aun cuando siete artículos de la Constitución lo prohíben desde 1841. Las elecciones están fijadas para el 3 de febrero próximo, pero el trabajo ya está hecho.
El artículo 75 de la Constitución salvadoreña establece que quienes promuevan o apoyen la reelección pueden perder la condición de ciudadanos; el 154 fija el período presidencial en cinco años sin que se pueda ejercer el poder «ni un día más», y el 248 impide cualquier reforma constitucional que afecte la alternabilidad en la presidencia. Vaya problema, ¿cómo se modifica una letra pequeña tan terminante, incluso excesiva?
Cambiando a los «intérpretes», y eso fue lo que ocurrió en El Salvador en mayo de 2021 cuando la Asamblea Legislativa, en la que el partido Nuevas Ideas de Bukele tiene mayoría, destituyó al presidente de la Corte Suprema de Justicia y de la Sala Constitucional y a cuatro magistrados principales y cinco suplentes. Con la nueva «realidad política», los magistrados leyeron de otra forma el texto.
En pocos meses un fallo de la Corte abrió la vía para que el presidente compita por un segundo ejercicio bajo el argumento de que evitar la ocupación reiterada del poder no es garantía de pureza electoral. ¡Pobre Lord Acton!, que hace 150 años escribió aquella sentencia que la historia ha probado cierta: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Los magistrados fueron aún más allá e interpretaron que cuando se dice en la Constitución que un candidato no podrá aspirar a un nuevo mandato si ejerció el poder en, al menos, los seis meses anteriores al nuevo período, eso exime a Bukele porque está referido a “candidatos” y él es el presidente. Lo que se prevé que ocurrirá es que renunciará al cargo seis meses antes de la elección y lo sustituirá su vicepresidente, quien, por cierto, dice que hay una gran confusión: Bukele no va a la reelección, sino a un segundo mandato. Claro, ¿verdad?
Aunque las maneras de Bukele parezcan distintas y muy modernas, lo subyuga la antiquísima ambición del poder.