El dilema crucial de los venezolanos no es votar o no. Es comer o no. Es apartar el plato vacío y rodarlo en la mesa para que le sirvan lo que haya al menor que va a la escuela o a ese adolescente que se estira menos de lo previsible para su edad. Son estrategias de sobrevivencia.
En este país, que alguna vez fue próspero e incluso feliz, es prohibitivo –como la comida– hablar de seguridad alimentaria. Sería obsceno, porque lo que hay es inseguridad alimentaria, que está de visita en los hogares tres veces al día: desayuno, almuerzo y cena.
En marzo de 2022, 4,9% de los venezolanos admitió que había pasado un día entero sin comer. ¿Cuántas veces?, no se sabe. Sobre 28,7 millones de habitantes en el país, ese porcentaje representa 1,5 millones de personas. Puede parecer poco. Solo hay que ponerse en ese cuerpo, en esa piel. En esas ganas de comer.
El informe de seguimiento a los impactos de la Emergencia Humanitaria Compleja -las siglas EHC que identifican a la Venezuela del siglo XXI- luego de la pandemia, elaborado por HumVenezuela, resume en un pequeño cuadro el drama nacional: las estrategias que adoptan los venezolanos según su grado de inseguridad alimentaria sea marginal, moderado o severo.
HumVenezuela es una plataforma que surgió en 2019 para proporcionar información relevante acerca de la EHC, a partir de la experiencia de documentación acerca de los derechos a la salud, agua, alimentación y educación, tarea en la que participan 300 organizaciones e individualidades de la sociedad civil
En el segmento en el que la inseguridad es marginal (entiéndase tan solo como un estrés tres veces al día) el cuadro citado enumera hasta 10 estrategias, por ejemplo: la gente echa mano a su ahorros para comprar alimentos (31,4%), reduce la comida de los adultos para que coman los niños y adolescentes (12,2%), prioriza la alimentación de los que trabajan (6,4%).
En el de los moderados (entiéndase solo a la hora de sentarse a la mesa), 22,3% reduce la cantidad de comidas al día; 20,8% sacrifica gastos en salud, educación y otros; 0,7 % retira a los niños de la escuela. En los de mayor severidad, 7,2% permanece con hambre; 0,8% mendiga; 0,4% busca alimentos desechados. Junto con la cifra citada de los que han pasado un día entero, y varias veces, sin probar bocado.
En paralelo, ha crecido la desigualdad porque hay ciertamente más disponibilidad de alimentos pero al alcance de pocos. La cifra gruesa era para marzo de 2022 –sin solución a la vista en el mediano plazo- que 12,3 millones de personas (42,8% de la población) sobreviven en inseguridad alimentaria y aplican no una, sino varias estrategias para encarar el día a día.
El aumento de los precios que anuncian el regreso de la hiperinflación solo puede agravar esas cifras.
Estas vulnerabilidades económicas de la población, dice el informe, junto con las exageradas brechas entre los recursos que se perciben y el costo de cubrir las necesidades básicas, y la pobreza generalizada, son factores determinantes de la migración forzada. Otra estrategia que se vive en los hogares venezolanos.
Editorial de El Nacional