Cuando, por un mínimo interés periodístico, se sintoniza en radio o TV La hora de la salsa y la alegría, el programa en el que Nicolás Maduro toca el timbal, baila con Cilita y dice lo poco e insulso que se le ocurre, se puede llegar a una primera conclusión sobre estos hombres -porque la revolución es además machista- que se han adueñado del poder en Venezuela: lo que querían era triunfar en los medios, ser locutores de comerciales, bufones del mediodía o el animador estrella de las tardes de los sábados.
La línea como en todo la marcó el finado Hugo Chávez, que durante 13 años atosigó a los oyentes y televidentes con su Aló, Presidente, un programa que se extendía desde las 11:00 am hasta las 5:00 pm una vez por semana, más sus incontables cadenas de radio y televisión que suspendían las novelas, la serie favorita o el juego de pelota entre Caracas y Magallanes. Desaparecido de la pantalla el comandante de Sabaneta, heredó el eterno Número Dos -Diosdado Cabello, por si hay dudas- el vacío mediático Con el mazo dando ilustrado con un garrote de la edad de piedra con el que el Dos reparte golpes, de lo que sabe, a diestra e incluso a siniestra: detesta a Gabriel Boric, por ejemplo.
Pretenden, en fin, ser las «estrellas» en el desierto mediático del país. Para lo cual no descansan en la consolidación de la política de la «hegemonía comunicacional», que muy pronto hizo suya la «revolución bolivariana». Un panorama sin competencia, sin diversidad, castigado por las leyes al uso, las multas, las restricciones, la compra de grandes medios con dineros públicos o a través de testaferros y el hostigamiento persistente.
El régimen que tanto gime por las sanciones foráneas es pródigo en sancionar a los medios nacionales, de gran trayectoria o reciente data, a los que representaron a sectores convencionales o a los portales que surgieron con el avance tecnológico y deben sopesar, todos, muy bien cada palabra o imagen que difunden.
«En estos tiempos de autoritarismo y de censura, si el periodista quiere burlar la censura y no quiere caer en la autocensura tiene que volverse mucho más crítico, más creativo. Saber escribir entre líneas, decir lo que se quiere decir, pero que no parezca que se está diciendo», dice, cómo diciéndolo, el profesor universitario Marcelino Bisbal, reconocido experto en el ámbito comunicacional y exdirector de la Escuela de Periodismo de la Universidad Central de Venezuela.
Durante el segundo semestre de 2022, apunta el Instituto de Prensa y Sociedad de Venezuela, se continuaron las acciones arbitrarias que coartan las garantías informativas y la libertad de expresión. Entre julio y mediados de diciembre del año pasado el IPYS constató 174 casos que constituyeron 244 violaciones de las libertades informativas y que se clasifican de la siguiente forma: restricciones administrativas (117), discurso estigmatizante (30), agresiones físicas o verbales (29), restricciones de acceso a la información (27), hostigamiento judicial (25), censura (8) y restricciones en Internet (8).
El abanderado del garrote es la Comisión Nacional de Telecomunicaciones -Conatel, el Número Dos la dirigió-, que ejerció de victimaria en 103 oportunidades. Los cuerpos de seguridad, ministerios, alcaldías, otras dependencias y chavistas de carnet le echaron una mano en esas tareas de reprimir y amedrentar. En total, 123 medios fueron censurados o padecieron algún atropello, además de 73 trabajadores de la prensa, 2 organizaciones defensoras de la libertad de expresión y una asociación gremial. El saldo del año se cerró con 102 emisoras radiales que apagaron su señal por órdenes de la poderosa Conatel. No es la hora de la salsa y mucho menos de la alegría.
Editorial de El Nacional