Pese a ser el mayor productor mundial de crudo, Estados Unidos mira principalmente fuera de sus fronteras para reemplazar las importaciones de petróleo ruso, vetadas en respuesta a la invasión de Ucrania y que, a pesar de no ser fundamentales para el mercado americano, contribuyen a un alza de los precios que preocupa mucho al Gobierno.
El petróleo ruso es casi marginal en el total consumido en Estados Unidos, pero en un contexto de alta inflación, Washington se ha apresurado ya a buscar cómo sustituirlo.
El Gobierno estadounidense ha entablado contactos con países como Arabia Saudí e incluso está considerando levantar las sanciones al petróleo venezolano.
«Los volúmenes que se importan de Rusia son un asunto menor para EE.UU. El problema es que los mercados de petróleo son globales», explica a Efe el analista Claudio Galimberti, de la firma Rystad Energy.
Con el barril actualmente por encima de los 110 dólares, aunque compre poco de Rusia, EE.UU. está condenado a pagar mucho por sus importaciones de crudo y eso es un lastre importante para su economía, apunta.
La Administración de Joe Biden, de hecho, está presionando a las petroleras nacionales para que amplíen su producción. «Estamos en situación de guerra. Esto es una emergencia», dijo este miércoles la secretaria de Energía, Jennifer Granholm, a los directivos del sector, reunidos en una conferencia en Houston (Texas).
La respuesta de la industria estadounidense, sin embargo, se prevé insuficiente. Aunque la producción aumente, no será lo bastante como para cubrir el hueco dejado por el petróleo ruso y hacer caer los precios.
LEJOS DE LA AUTOSUFICIENCIA
De la mano del “fracking” o “fracturación hidráulica”, Estados Unidos se ha convertido en los últimos años en el mayor productor de petróleo en todo el mundo, alimentando el sueño de un país energéticamente autosuficiente.
La realidad, sin embargo, es que la primera potencia económica mundial sigue dependiendo en buena medida de las importaciones petroleras a pesar de producir cantidades que, a priori, serían suficientes para alimentar todo su consumo, que es de cerca de veinte millones de barriles diarios.
Los precios más bajos que ofrecen otras regiones, la logística y la necesidad que las refinerías tienen de crudo con características distintas al estadounidense hacen que el país siga importando más de ocho millones de barriles diarios, mientras exporta una parte de su producción, sobre todo a México y Canadá.
En el caso del petróleo ruso, las compras de Estados Unidos van principalmente a refinerías que necesitan un crudo más pesado que el nacional, ya que fueron diseñadas cuando la mayor parte del petróleo se importaba.
¿PUEDE EE.UU. BOMBEAR MÁS?
Sin duda, Estados Unidos tiene capacidad para incrementar su producción. De hecho, ésta decayó considerablemente durante la pandemia, por lo que bastaría con recuperar los niveles de 2019 para inyectar una gran cantidad de petróleo al mercado.
Sin embargo, tras pasar unos años duros por la caída de la demanda fruto de la crisis de la covid-19, la industria estadounidense no tiene demasiados incentivos para hacerlo a menos que vea que el barril se va a mantener muy caro.
«En Estados Unidos el mercado es el rey. Si hay precios suficientemente altos (…), van a poner los equipos a trabajar y en unas semanas o meses producirán más», opina Galimberti, que subraya que ninguna empresa va a hacerle favores al Gobierno, el gran interesado en reducir el coste del combustible.
«Ahora mismo, si uno está en Texas, está ganando mucho dinero extrayendo petróleo», recalca.
De hecho, las petroleras estadounidenses están viendo cómo la actual coyuntura ayuda a equilibrar sus cuentas y cómo está levantando el precio de sus acciones en Wall Street. En lo que va de año, los títulos de Exxon se han revalorizado un 34 %, mientras que los de Chevron lo han hecho un 42 %.
LAS OPCIONES EXTERNAS
Actualmente, alrededor de la mitad de las importaciones de EE.UU. proceden de Canadá, un 8,4 % de México y un 7,9 % de Rusia, que es el tercer mayor suministrador exterior del país.
Para compensar el veto al petróleo ruso, el Gobierno de Biden está discutiendo con Arabia Saudí y otros países de Oriente Medio, pero por ahora no se prevé que esa región -interesada en mantener los precios altos- esté dispuesta a aumentar de forma significativa su oferta.
Así, Washington ha comenzado a mirar a países como Venezuela e Irán y contempla la posibilidad de levantar sanciones que tiene impuestas contra ellos.
Venezuela, en concreto, fue durante bastante tiempo uno de los principales suministradores de crudo a Estados Unidos, pero el flujo fue disminuyendo en los últimos años hasta prácticamente desaparecer con el endurecimiento de los castigos contra el Gobierno de Nicolás Maduro por parte de la Administración de Donald Trump.
En el caso de Irán, el levantamiento de las sanciones podría llegar como resultado de un compromiso para volver al acuerdo nuclear de 2015, roto por Donald Trump, y que lleva meses negociándose.
De todos modos, la perspectiva es que los precios del crudo sigan altos, tal y como subraya la jefa de estrategia para materias primas de JP Morgan, Nastasha Kaneva, que en una nota vaticina que el barril deberá situarse en torno a los 120 dólares durante meses y eso tendrá como resultado «incentivar la destrucción de demanda».
En caso de que Europa también tome medidas contra el petróleo ruso, JP Morgan cree que el barril puede terminar el año en 185 dólares.
Ante esa situación, numerosas voces -sobre todo desde el ámbito ecologista- están llamando a Biden a acelerar la transición energética en lugar de enfocarse en abaratar los combustibles.
«La respuesta a nuestra adición al petróleo no es encontrar otro traficante, sino acelerar la transición a la energía renovable y desintoxicarnos de los venenosos combustibles fósiles que no están matando y están minando la democracia», defendió en un comunicado Greenpeace.
Fuente: El Nacional