Los perfumes y olores que apreciamos son parte de nuestra percepción del mundo. Cada uno tiene su propia personalidad, así como cada persona tiene su propio olor corporal, natural y libre de las fragancias sintéticas que nos acicalan. Este olor viene determinado, principalmente, por la dieta, la edad, el estado hormonal, la presencia de parásitos y factores genéticos.
No hay dos personas en el mundo que huelan igual. Al respecto, un reciente estudio de la Universidad sueca Karolinska Institutet quiso averiguar la unicidad de olor corporal para aprovecharlo en la investigación forense, como una huella digital.
La nariz se cansa de oler siempre lo mismo
“El sistema olfativo es uno de los mejores detectores del mundo”, asegura la doctora Pamela Dalton, psicóloga del Monell Chemical Senses Center de Filadelfia (EE.UU.). La nariz nos ayuda a detectar rápidamente olores nuevos y extraños, pero se cansa rápido. Con el tiempo, el cerebro empieza a filtrar como información inútil los olores habituales recogidos por la nariz.
“Con el tiempo, el cerebro empieza a filtrar como información inútil los olores habituales recogidos por la nariz”
Dalton ha llevado a cabo experimentos en los que venían puestos en los dormitorios de algunos sujetos varios ambientadores de aire de la misma fragancia durante unas semanas. Después de unos días, los participantes informaron que ya no notaban ningún olor en sus habitaciones e incluso se habían hecho menos sensibles a esa fragancia cuando venían expuestos a ella en el laboratorio.
“Lo que parece ocurrir es que los receptores que normalmente responderían a estos olores casi se apagan después de ser bombardeados durante un tiempo”, explica Dalton.
“Esto no ocurre con otros sentidos. Nos podemos adaptar a un sonido o una visión, pero generalmente los sistemas de detección se recuperan con bastante rapidez. El hecho de que se necesiten dos o tres semanas para recuperar la sensibilidad a un olor al que hayamos estado sobreexpuestos es muy singular“, observa la doctora.
Es posible que los detectores olfativos sensibles a unos olores determinados se vayan apagando hasta morir, para luego ser reemplazados para que el olor pueda ser olido de nuevo. Eso ocurre cada pocas semanas y sin ese ciclo de regeneración probablemente no podríamos oler mucho de nada.
Los receptores que normalmente responderían a estos olores casi se apagan después de ser bombardeados durante un tiempo”
Según la doctora Dalton: “Estamos bombardeados constantemente por todo tipo de olores, si los receptores no se regeneraran, todos seríamos anósmicos [incapaces de oler] al cumplir un año de edad”.
Esta, por tanto, es también la explicación de por qué no podemos oler nuestro propio olor corporal. Incluso cambiando nuestra rutina de higiene personal, nos acostumbraríamos a los nuevos olores con bastante rapidez y, puesto que no podemos alejarnos de nuestro propio cuerpo, no hay forma de que la nariz recupere su sensibilidad. Así que para conocer nuestro olor corporal natural sólo podemos confiar en la opinión de otra persona.
Nuestro cerebro sabe a qué olemos
Sin embargo, un grupo de biólogos alemanes ha podido demostrar, mediante el análisis de imágenes de resonancia magnética funcional, que nuestro cerebro reconoce el olor de su propio cuerpo, distinguiéndole entre los de otras personas. Esto ocurre gracias al complejo mayor de histocompatibilidad (CMH), una combinación única de proteínas similar a la que usan los animales para reconocer a sus parejas.
Los péptidos del complejo CMH se encuentran en la superficie de casi todas las células del cuerpo y sirven para que nuestro sistema inmunológico las diferencie de las células de los organismos patógenos.
“Incluso cambiando nuestra rutina de higiene personal, nos acostumbraríamos a los nuevos olores con bastante rapidez y no hay forma de que la nariz recupere su sensibilidad”
De las pruebas llevadas a cabo, “emerge – ha explicado el biólogo Thomas Boehm – que existe una clara diferencia en la respuesta entre el estímulo olfativo que contiene moléculas naturales personales y el que no. Hay una región concreta del cerebro que es activada sólo por moléculas idénticas a las del propio cuerpo”.
Prioridad a lo desconocido
Las partes sensibles de la nariz, las que recolectan los olores, no son voluntarias, sino que funcionan de forma constante y continua, y luego envían al cerebro el resultado de su trabajo. El cerebro eclipsa el olor personal, ya conocido, para dar prioridad a la información más importante para nuestra seguridad, relacionada con lo que ocurre ahí fuera.
“Se trata principalmente de un fenómeno de habituación. La nariz sigue advirtiendo nuestro olor natural, pero no procesa la información, ya que, una vez identificado, prefiere centrar sus esfuerzos hacia nuevos estímulos olfativos. El nervio olfatorio, además, se cansa con facilidad y para evitar de procesar un número excesivo de informaciones, decide eliminar algunas, o, mejor dicho, no considerarlas.
Por la misma razón, cuando entramos en un ambiente que huele mal, tras pasar unos minutos de incomodidad, acabamos sin notar casi nada y lo mismo sucede también con una colonia, que después de años de uso, nos parece más suave, cuando en realidad puede que estemos infestando el ambiente.
“Las partes sensibles de la nariz, las que recolectan los olores, no son voluntarias, sino que funcionan de forma constante y continua, y luego envían al cerebro el resultado de su trabajo”
Fuente: La Vanguardia
Por: Maria Laura Espinoza
Twitter: @i_am_LauEz14