Cuando María Carolina Santana Caraballo-Gramcko era niña –hoy tiene 31 años– los momentos en los que siempre se reunía la familia frente al televisor eran para ver el Oscar y el Miss Venezuela. Bromeaba con sus hermanos, es la menor de ellos, diciendo que algún día acudiría a la ceremonia que premia lo más importante del mundo del cine. Pero sabía que traería conflicto, cuenta hoy desde París, la ciudad donde vive desde que tiene 17 años, porque a la gala de Los Ángeles acudiría con su hermano y no con su hermana. «Es que él es tan bello, que no me imaginaba allí sino con él», dice, entre risas, sabiendo que esto puede desatar un conflicto familiar.
Eran juegos de niños para quien soñaba con ser músico y luego ingeniero de sonido, profesión que le inculcó su abuelo Manuel Caraballo-Gramcko, a quien hoy le dedica el Oscar que el equipo del que formó parte ganó el domingo en la noche: Mejor Sonido para Sound of Metal, la historia de un baterista de un dúo de heavy metal, recuperado de su adicción a las drogas, que pierde la audición de manera repentina. El filme de Darius Marder, protagonizado por Riz Ahmed como Ruben Stone, es una película inteligente y conmovedora desde lo visual, pero mucho más desde lo sonoro: un angustiante y doloroso viaje sobre la aceptación en la que el sonido es el gran protagonista.
Cuando ya comienza la tarde del lunes en París es que la caraqueña egresada del Colegio Integral El Ávila se da cuenta de que apenas ha dormido dos horas porque entre la emoción de saberse parte de un equipo que ganó el Oscar, contestar llamadas telefónicas y responder mensajes, no ha podido conciliar el sueño.
Se emociona hasta las lágrimas cuando revive el momento en el que Riz Ahmed leyó el veredicto de los miembros de la Academia que reconocían el de Sound of Metal como el Mejor Sonido de la temporada y, a través de la pantalla de la computadora, por Zoom, celebraba con sus padres, sus hermanos, tíos y su abuelo. No estaban en Los Ángeles como imaginaros de niños pero, desde diversas partes del mundo, estaban todos juntos. «Mi abuelo me dio la fuerza para poder llegar hasta aquí, ha sido mi inspiración y siempre he querido honrar su legado. Es el responsable de que haya podido concretar mi sueño». Y le agradece a su familia de sangre, pero también a aquella que ha elegido en el camino: los amigos que fue haciendo desde hace 14 años en Francia, cuando se instaló en París para estudiar francés sin saber que a partir de entonces su vida ya no sería la misma. «Fui adoptando gente para conseguir ese calor venezolano. Y esa gente que ha estado vinculada conmigo, conectada, que creyó en mí, le da un inmenso valor a un día como hoy porque saben lo que representa esto para mí», señala Santana, quien estudió ingeniería de sonido en la sede parisina de la Middlesex University London.
Hasta que comenzó la ceremonia del Oscar en Los Ángeles, 2:00 de la madrugada en París, el domingo de María Carolina Santana había transcurrido entre conversaciones con amigos, familia y, sobre todo, con sus compañeros del trabajo en Sound of Metal: los mexicanos Carlos Cortés, Michelle Couttolenc y Jaime Baskcht, todos comandados por el ingeniero en jefe Nicolas Becker. El montaje sonoro de la película se realizó entre París, Los Ángeles y Ciudad de México, en el estudio del director Carlos Raygadas. «Cuando finalmente comenzó la gala me emocioné mucho porque ya estábamos cerca de algo que no imaginamos cuando empezamos a hacer la película, pero que se fue dando con el tiempo». La cinta de Amazon Prime había ganado ya la categoría Sonido en los Bafta Awards, el Cinema Audio Society y el Hawaii Film Critics Society.
El nombre de María Carolina Santana no figuró en la lista de nominados, tampoco le llegará un Oscar a su apartamento en París. Un tema contractual permitió que sólo fueran cinco los inscritos en la categoría en representación del filme, los jefes de puestos. «El equipo luchó mucho porque apareciéramos todos. Hubo cartas. Me sentí muy desilusionada al principio. Mucho. Pero hoy siento un agradecimiento enorme de compartir y celebrar, aunque sea a distancia, con mis compañeros. Quiero seguir honrando esa conexión que se dio entre todos y el cariño que cada uno le puso a su trabajo». Un equipo que en cada una de las entrevistas que ha concedido le agradece a la venezolana el trabajo realizado.
En París, María Carolina Santana fue la técnico responsable del estudio donde trabajó el equipo a cargo de Nicolas Becker. En Los Ángeles se encargó de la instalación de las salas en las que iban a estar muchos días durante muchas horas y luego asumió el montaje de los sonidos directos de la película (que se graban sincronizados con la cámara), de la música, del sonido de los conciertos y de las transiciones del protagonista de la película hacia la pérdida de la audición. «Ese diseño sonoro fue mío», afirma Santana.
Agradece el Oscar que nunca exhibirá en un estante de su casa, pero agradece mucho más la conexión que se dio entre el equipo de trabajo y todas las personas que se sintieron movidas por la cinta. «Sound of Metal fue especial, una oportunidad única que nos tocó de una manera muy particular a quienes trabajamos en el filme. Pero lo más hermoso ha sido el feedback de la gente, la relación que establecieron con la película. Y es lo que hemos visto como el mejor premio, como el gran reconocimiento».
Con Nicolas Becker volvió a colaborar María Carolina Santana después de Sound of Metal: juntos dieron forma a la exposición del artista plástico francés Philippe Parreno, que trabaja cine, video, sonido, escultura y la tecnología, explorando las fronteras entre la realidad y la ficción. Espera retomar pronto un largometraje que se detuvo debido a la pandemia y la tiene muy ilusionada un nuevo disco en el que trabajará con talento venezolano y que es producto del encuentro que tuvo con el cuatrista Miguel Siso, para quien trabajó en el álbum Itinerante, que está por salir. «Son artistas que conocí gracias al músico Cristóbal Soto y a Manuel Alejandro Sánchez. Siento que estoy en un momento de mi vida en el que comienzo a recoger los frutos de tan buenos encuentros, de la constancia, de mi tenacidad».
Con la voz entrecortada dice que nunca esperó conectarse con su país, al que quiere regresar pronto para celebrar con su familia, de la manera en que se dio: a través de una buena noticia que todos recibieron con alegría. «Esa conexión cambió mi energía, me sentí portadora de buenas noticias. Y es un orgullo muy grande cuando dejas el nombre de tu país en alto, inspiras a otros a luchar por sus sueños y le recuerdas a muchos la capacidad y entrega que tenemos los venezolanos para salir adelante y alcanzar todo lo que nos propongamos».
Fuente: El Nacional
Por: Maria Laura Espinoza
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