Hace unos pocos meses Francis Ford Coppola anunció que estrenaría una nueva versión de El Padrino III. Según contó el director, los cambios más importantes se encontrarán en el comienzo y final de la trama, con el objeto de guardar una mayor fidelidad a la visión que él tenía en mente junto a Mario Puzo, escritor de la novela original y guionista de la trilogía.
Con este relanzamiento como excusa repasamos la historia detrás de un título, que a treinta años de su estreno, aún divide a los amantes de esta saga.
Las primeras dos partes de El Padrino pusieron a Coppola en lo más alto de la industria. Su díptico se había convertido en la prueba más acabada sobre lo maravilloso, rentable y exquisitamente artístico que podía ser el Nuevo Hollywood. Y si bien ese fue un sueño hermoso que pronto devino a pesadilla, los logros de El Padrino dejaron una huella ineludible en la meca del cine. Por ese motivo, Paramount le insistió al director mil veces para que tomara las riendas de una tercera parte. Indiferente a esa propuesta, el realizador opinaba que la vejez de Michael Corleone (Al Pacino) no parecía materia prima de grandes historias, y hasta llegó a expresar: “Estaba cansado de llevar adelante ese tipo de películas, realmente me consumían”.
Ante esa negativa, Paramount no cedió en su lucha y evaluó otras opciones para continuar la saga. Durante los setenta, la productora barajó una docena de guiones que en su mayoría se centraban en Anthony, el hijo de Michael, como nuevo Don de la familia. Algunos guiones lo ubicaban luchando contra la CIA, y estableciendo un vínculo con Fidel Castro. El propio Puzo llegó a esbozar una idea muy vaga que encontraba a Anthony como un agente de la CIA, y al frente de una misión cuyo objetivo era asesinar a un dictador latinoamericano.
En 1980, y luego de mucho “que sí, que no”, Coppola anunció que iba a tomar el proyecto, y Paramount desechó todos esos libretos para darle vía libre al padre de la criatura. Claro que fiel a su conducta algo caprichosa, pronto volvió a cambiar de idea y se apartó de la producción. Desde Paramount no abandonaron la idea y nuevamente pusieron en marcha el largometraje, con Puzo como guionista fijo.
En 1986, el escritor ideó el que, ahora sí, sería el germen del filme. Puzo centró su historia en Vincent Mancini, el hijo bastardo de Sonny Corleone (James Caan). Con esa premisa como disparador, El Padrino III se convirtió en una idea sólida que llamó la atención de muchos realizadores. Sidney Lumet, Michael Cimino, Michael Mann, Alan Pakula e incluso Sylvester Stallone sonaban con fuerza como posibles directores. Hasta que una vez más, Coppola apareció en el mapa.
La productora de la que Francis era dueño, American Zoetrope, tenía serios problemas financieros que necesitaban ser resueltos: “La verdad es que necesitaba dinero, y venía de un fuerte traspié económico en el que estuve cerca de perderlo todo”. Ante ese panorama, Coppola aceptó hacer la nueva secuela. Pero esta vez, en Paramount no estaban dispuestos a concederle sus caprichos habituales. Él exigió a la productora seis meses para trabajar en el guion junto a Puzo; a cambio, le dieron seis semanas. También le dijeron que se podía olvidar de utilizar el título La muerte de Michael Corleone (que irónicamente, es el que tiene la nueva versión). Por último, y atentos a experiencias pasadas del director, le informaron que si el largometraje se excedía de los 56 millones pautados de presupuesto, el dinero que faltara iba a salir de su bolsillo (probablemente esta fue la cláusula que más lo asustó, al punto que casi por primera vez en su vida, terminó gastando menos y no más).
Coppola aceptó un adelanto de un millón, y la promesa que al cabo de un año debía escribir, filmar, editar y tener lista El Padrino III para estrenarla el 25 de diciembre de 1990. Desde el primer minuto, él tenía muy en claro qué objetivo perseguía con esta nueva entrega: “La intención era hacer una relectura e interpretación de lo sucedido en las dos primeras películas, más que simplemente hacer una tercera parte”.
Luego de una década de escapar del proyecto de El Padrino III, Coppola se encontraba atrapado una vez más en el mundo de los Corleone. Por ese motivo, no resulta extraño pensar que la mítica frase de Michael (“cuando pensaba que ya estaba afuera, me vuelven a arrastrar”), en realidad habla menos de la mafia y más de Coppola y su relación con esta saga.
No fue un trabajo sencillo convencer a Pacino de regresar al clan Corleone. Paramount le ofreció un suculento sueldo de cinco millones. Sin embargo, él consideró que merecía un salario mejor, y pidió siete millones y un porcentaje de las entradas vendidas. Coppola entendió que eso era un abuso y, decidido a no darle el gusto, comenzó a trabajar en una versión cuyo punto de partida era el velatorio de Michael. Claro que pronto comprendió que sin ese personaje, la historia perdía su eje central. Afortunadamente para el director, el actor finalmente lo repensó y aceptó los cinco millones.
Robert Duvall fue otro de los problemas que surgieron en el proceso de casting. El actor encargado de interpretar a Tom Hagen consideraba que un millón de dólares era un salario bajo, y pidió que Paramount le hiciera una mejor oferta. La productora no mostró demasiado interés y le dio la orden a Coppola de prescindir de Hagen. Esa decisión fue motivo de disgusto para el director, al punto de expresar que sin el “consiglieri” la historia estuvo incompleta desde su inicio.
Algo muy distinto sucedió con Vincent Mancini, el personaje que terminó en manos de Andy García. El hijo de Sonny era uno de los eslabones más atractivos de la trama, y conseguirlo se convirtió en una carrera de la que participaron estrellas como Alec Baldwin, Tom Cruise, Matt Dillon, Val Kilmer, Charlie Sheen y Nicolas Cage. Coppola también consideró para el papel a Robert De Niro, una decisión que hubiera supuesto un diálogo muy interesante entre la tercera y la segunda parte de la trilogía.
El guion presentaba como una de las grandes incorporaciones a Mary Corleone, hija de Michael, y con quien su padre mantenía un vínculo afectivo muy profundo. De algún modo, la pureza del amor que sentía por su ella era el motor que le permitía a Michael salir adelante y ensayar una suerte de redención por las brutales decisiones de su pasado. Mary era su cable a tierra, la mujer que le había devuelto un sesgo de humanidad que él consideraba perdido. Coppola sabía que de la actriz que la interpretara dependía de la emocionalidad que podía conseguir ese personaje, y que ella era el vehículo que le debía permitir a los espectadores empatizar con el propio Michael.
Inicialmente la elegida fue Rebecca Schaeffer, una actriz que luego de este filme también debía protagonizar Mujer bonita. Todo cambió cuando en julio de 1989, Rebecca murió asesinada por un fan obsesionado. Con el calendario pisándole los talones, Coppola rápidamente convocó a Winona Ryder, otra joven promesa que se disputaban varios directores para sus largometrajes. En tiempo récord, la producción acordó con Winona el salario, y la llevaron a Roma a sumarse al rodaje. Pero así como puso un pie en el hotel, sorpresivamente comunicó que abandonaba el proyecto. Eso generó una lluvia de teorías entre la prensa, que condenaban el que una casi desconocida se rehusara a formar parte de un franquicia tan respetada como la de El Padrino. Entre las muchas invenciones barajadas por los medios, se encontró el asegurar que Winona estaba embarazada, que había tenido un ataque de pánico, que iba a tratarse por sus adicciones, o que Johnny Depp la había obligado a renunciar para llevarla a trabajar en El joven manos de tijera. Por su decisión, Ryder enfrentó un juicio de Paramount, y pronto salió a la luz que el motivo de su renuncia era simplemente agotamiento.
Y así es como entra en escena quien muchos consideran la villana de la historia, la verdadera responsable del fracaso comercial (¿y artístico?) en el que se convirtió El Padrino III. Sofia Coppola tenía poco menos de veinte años, muy poca experiencia como actriz, y no estaba segura de querer aceptar la oferta de su padre. Pero para Francis Ford, la lealtad hacia la familia iba más allá del posible talento, y de ese modo, logró convencer a su hija de convertirse en Mary Corleone. “Sentía que él estaba bajo mucha presión, y yo intenté ayudarlo. Estaba en la edad justa para probarlo todo, y simplemente salté al proyecto”, reconoció Sofia sobre ese momento.
A lo largo del rodaje, ella aguantó estoicamente todo tipo de opiniones destructivas, que comenzaban en el set de rodaje y continuaban en los artículos de la prensa especializada. Cuando la película tuvo una primera proyección en Nueva York, la respuesta del público fue tan agresivas, que ella debió doblar el veinte por ciento de sus parlamentos con el fin de mejorar su interpretación. Claro que ella no dejó que la situación la perturbara: “Las críticas no me afectaron mucho. Mi sueño no era ser actriz. Yo tenía otros intereses”. De manera muy injusta, Sofia fue señalada como la gran responsable de todo eso que El Padrino III no fue, y de las elevadísimas expectativas que muchos cinéfilos tenían con ese largometraje.
El 25 de diciembre de 1990, El Padrino III llegó a los cines de Estados Unidos. El filme no fue necesariamente un bombazo de taquilla, y las odiosas comparaciones con sus predecesoras fueron el principal motivo por el que esta pieza fue considerada fallida. Ante la abundancia de críticas negativas, Coppola estableció un trágico paralelo entre su situación, la de su personaje, y la del vínculo con su hija: “Los dardos se ensañaron contra esta niña de 18 años, que hizo todo ese trabajo solo por mí. Y así como la hija recibió la bala que iba dirigida a Michael Corleone, ella terminó haciendo lo mismo por mí”. A pesar de sus posibles errores, es indudable que los logros del filme son muchísimos, y que muchas de sus escenas no tardaron en instalarse en el imaginario cinéfilo (el grito mudo de Michael, ante todo).
Si bien con el paso del tiempo El Padrino III fue reivindicada por un sector del público y el periodismo, el sabor amargo que le quedó a Coppola persistió durante años, y muchas veces expresó que no pudo plasmar la visión que tenía para el filme. Por ese motivo, en varias oportunidades manifestó sus ganas de realizar una cuarta parte centrada en la adultez de Vincent y la juventud de Sonny, jugando a repetir el esquema de El Padrino II. Pero con la muerte de Puzo en 1999, Coppola declaró que sin el autor original, no pensaba escribir una nueva entrega.
Según diversos artículos al respecto, el verdadero final que Coppola quería para su película, encontraba a Michael y Kay reconciliándose luego de la Ópera, sin la muerte de Mary. La acción luego se trasladaba a un casamiento en el que ellos celebraban sus segundas nupcias. Parecía ser un final feliz hasta que asomado desde una ventana, un francotirador le disparaba al protagonista, que moría en el regazo de su esposa. Nada de eso quedó, solo el funeral de Michael que ensayaron pero no pudieron filmar.
Con la nueva versión de El Padrino III se especula que su cierre se acerque más a esa visión con la que Coppola tanto soñó, y que treinta años después, finalmente podrá poner en pantalla.
Fuente: El Nacional
Por: María Laura Espinoza
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