Su padre austríaco, hijo de checa y ruso. Su madre venezolana, hija de italianos. Pero Mnica Kobiakov es más criolla que la arepa. Y con esa palabra precisamente comienza su libro “Mis primeras palabras venezolanas”, escrito para que su hija Mila, de cinco años, también apreciara lo que es Venezuela.
“El libro tiene 55 palabras con sus fotos. Muchas son exclusivamente venezolanas, compartidas con otros países. Están arepa, cachapa, hallaca, jojoto, pabellón, frutas como cambur, lechosa y parchita, y objetos como pipote, tapara, tetero y coleto”, confiesa esta ingeniera mecánica egresada de la Universidad Simón Bolívar, radicada desde 2008 en Roma, Italia, donde nació la pequeña Mila.
“Casi todas las fotos las hice en mi casa”, continúa Mónica su relato, “en un set rústico, con unas luces que compré por Amazon. No tenía mucho tiempo libre para hacer este proyecto. Pero un fin de semana me fui a un mercado que aquí llaman étnico, y compré lechosa, parchitas, plátanos, papelón, y todos los ingredientes que necesitaba para hacer la comida: carne mechada, cachitos, arepas, empeñadas, tequeños”. -Como no soy muy buena en la cocina –prosigue- la mitad de las cosas se las iban comiendo mi hija y su papá, porque no quedaban como para una foto. Por ejemplo, yo nunca había hecho empanadas y al final para que no se me rompieran más la de la foto la hice pequeñita. También tuve problemas con algunas frutas, que cuando llegué a la casa y las corté, por dentro estaban feísimas. Por eso, al final tuve que comprar la foto de la parchita.
Explica que la maquetación la hizo en programas de diseño que usa en su trabajo. “Tengo un pequeño taller de diseño y corte laser con mi pareja. Y mi hermano, que vive en Barcelona, España, es diseñador gráfico. Desde que tuve la idea del libro, hablaba con él a cada rato y me daba consejos y críticas, mientras iba adelantando el proyecto».
También por internet encontró una imprenta en Polonia, dedicada sobre todo a libros de cartón para niños, a cuyos estándares tuvo que adaptarse. Por ello, la selección de palabras quedó en 55, porque de esa manera la compaginación quedaba “más bonita”, y las palabras agrupadas en categorías.
“Con algo de miedo, mandé a imprimir mil copias. En Navidad llegaron los libros a España y los envié directamente a Amazon, aprovechando que mi hermano tiene allí una cuenta de vendedor. Ahora intento promocionar el librito por Facebook e Instagram. Creo que Valentina Quintero se enteró del libro por mi mamá, quien no deja de mencionarme en Instagram, y gracias a su generosidad, y la de Daniela León, quien escribió en “El Diario”, hemos tenido más visibilidad”.
“No pierdo la esperanza de volver”
Mónica Kobiakov nació en Caracas en 1976, junto con su hermano morocho, Alejandro. Su padre llegó a Venezuela siendo niño, y su madre venezolana es hija de italianos. “Cuando mi hermano y yo teníamos 10 años, a mi papá lo transfirieron a República Dominicana, y dos años después a EEUU, donde estuvimos otros cuatro años antes de regresar a Venezuela, en 1993”, relata Mónica, quien estudió ingeniería mecánica en la Universidad Simón Bolívar.
“Actualmente, mis padres viven en la isla de Margarita, y sueñan con conocer a sus nietos. Y aunque son muchos los años que tenemos sin regresar, ni ellos ni nosotros perdemos la esperanza de volver a tener un país como el que soñamos, seguro, acogedor, con democracia, justicia y progreso”.
Después de su graduación, fue a trabajar al norte de Italia, y desde entonces ha vivido en Madrid, Londres, y, actualmente en Roma, donde nació su hija Mila.
Mila, de cinco años, es la primera lectora del libro (CORTESÍA)
-Siempre le he hablado de Venezuela, sobretodo de Caracas, de Margarita y Puerto Ordaz, donde pasábamos las vacaciones con todos los primos. Mila, aquí en Roma estudia en un colegio español, y al ver cómo iba aprendiendo con su maestra y compañeritos españoles, adaptando su manera de hablar, el verano pasado se me ocurrió hacerle este librito de palabras venezolanas. Para ella y para sus primos en Madrid, Barcelona, México, y EEUU.
También, piensa, puede ser una herramienta útil pero sencilla para los padres de muchos más niñitos venezolanos regados por el mundo. “No espero que Mila hable como yo, porque ella está viviendo experiencias muy diferentes a las que yo viví de niña, pero me alegra saber que conociendo estas palabras me pueda entender mejor a mí y a todo el lado venezolano de su familia, además de aprender a querer a Venezuela. Ella no ve la hora de ir y eso ya es suficiente para mí!”
-¿Por qué me fui de Venezuela?, repregunta, y narra su historia:
“Cuando estaba casi terminando la carrera, Chávez ganó las elecciones. Recuerdo que lloré muchísimo. Me daba lástima y rabia su mensaje. Mi papá se había sacrificado mucho de joven, estudiaba de noche y trababa de día, y siempre honestamente. Me daba dolor que después de todo su esfuerzo para darnos a mi hermano y a mí la oportunidad de estudiar y crecer bien, estuviéramos en la categoría de oligarcas y explotadores como si todo el que se hubiese superado en Venezuela hubiese seguramente robado.
“También –prosigue- yo tenía yo 23 años y con ganas de independizarme y viajar. Al final me ofrecieron un trabajo en Italia, y así empezaron mis experiencias fuera. Mi relación con Venezuela de pequeña siempre fue feliz. Y mi papá, aunque no nació allá, siempre nos transmitió amor y agradecimiento hacia esa tierra que lo acogió desde niño.
-¿Cuál ha sido la reacción de los niños al ver el libro?
-No sé exactamente lo que piensan los niños, pero mi hija Mila está orgullosa y feliz con el resultado. Lo que sí me ha conmovido mucho ha sido la cantidad de mensajes preciosos que me han enviado padres y madres de todas partes del mundo.
A todos ellos, y sus hijos, Mónica les dice:
“Espero que les guste. Yo espero pronto poder volver a Venezuela y que mi hija conozca en persona lo maravilloso y único que es nuestro país. Mientras tanto seguiremos haciéndole arepitas, cantando “Mi burrito sabanero”, dibujando banderas, y saludando por la pantalla de la computadora a los abuelos que nos enseñan el mar y el cielo azul que ven desde su balcón”.
Fuente: El Universal
Por: Maria LAura Espinoza
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