El Sindicato de Trabajadores Petroleros y Gasíferos del estado Falcón (Sutpgef) emitió un comunicado dirigido a la directiva de Petróleos de Venezuela S.A. (Pdvsa) y al Ministerio del Trabajo solicitando el incremento del bono de alimentación, entre otras reivindicaciones laborales.
Los trabajadores del sector solicitaron la elevación del salario, en coherencia con la experiencia y profesión, así como la activación inmediata del sistema de contribución y protección a la salud.
En el documento, divulgado por Iván Freites, secretario general de Sutpgef, se plantea que el nuevo monto mensual de la tarjeta electrónica de alimentación sea de 150 dólares, pagaderos desde el 1° de abril de 2020.
Exigen, además, que la “convención colectiva vencida desde el 1° de octubre del 2019 sea llevada a una mesa de discusión por la Federación Unitaria de Trabajadores del Petróleo, del Gas, sus similares y derivados de Venezuela (Futpv), los sindicatos, Pdvsa y el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social”, explica.
A través de la comunicación, los trabajadores petroleros activos y jubilados aseguraron que desde 2005 sus derechos laborales han sido violados sistemáticamente.
Por otro lado, especificaron que carecen de comedores industriales con alimentación balanceada y que no se cumple la dotación de herramientas de trabajo ni equipos de protección.
“La situación que viven los trabajadores activos y jubilados y sus familias los ha llevado a vivir en la miseria. Nunca antes se nos había presentado un cuadro tan dramático como el que actualmente presenta Pdvsa”, aseveraron.
Mientras tanto,el sindicato afirmó que en el Centro de Refinación Paraguaná se están ejecutando trabajos por medio de empresas contratistas externas a los que se les ofrece una retribución monetaria superior a la paga mensual del personal venezolano.
“Están contratando personal con el siguiente salario: obrero, 10 dólares diarios; mecánicos, de 15 a 20 dólares diarios; soldadores y fabricadores, 30 dólares al día; personal de supervisión o coordinación, 35 dólares por jornada. Además, ellos sí son dotados con todo lo requerido para trabajar en la industria petrolera, incluyendo comida balanceada”, expuso el Sindicato.
Por su parte, los obreros de Pdvsa perciben 200.000 bolívares semanales y un supervisor con 20 años de servicio cobra 1,4 millones de bolívares.
Fuente: El Universal
Por: María Laura Espinoza
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El panorama actual de la banca ha cambiado de forma muy rápida en relación con la primera mitad del año pasado. Por un lado, desde el segundo semestre del 2019 cuenta, por primera vez en mucho tiempo, con mesas de cambio propias para poder hacer operaciones en el mercado cambiario, algo prácticamente indispensable en cualquier sistema financiero sano, pero que en Venezuela se libera como un hecho sobrevenido, cuando el Banco Central de Venezuela (BCV) perdió su corresponsalía a inicios de 2019, por lo que quedó imposibilitado para realizar transferencias relacionadas con el mercado cambiario.
Esta situación, sin dudas, ha traído sus beneficios, más allá de los ingresos por trading que la gestión cambiaria genera a la banca, ya que implica la posibilidad, luego de muchos años, de que los bancos puedan acumular posiciones en moneda extranjera para realizar sus pagos a proveedores.
La banca sigue teniendo una carga importante de pagos tecnológicos, que son exclusivamente en dólares y, en los últimos años, ha estado presionada por una cantidad importante de proyectos regulatorios que han implicado desembolsos, tanto en divisas como en bolívares, de magnitudes significativas para la crisis que estamos viviendo.
Por otra parte, su modalidad de cobro de comisiones por la cartera de créditos cambió totalmente a créditos indexados, tanto para los regulatorios como los préstamos comerciales, considerando que la cartera de consumo es prácticamente nula dentro de los balances de la banca, dado el elevado costo de oportunidad de colocar recursos en un producto con tasas nominales tan bajas, mientras el resto de cartera se indexa a la devaluación del tipo de cambio oficial, el cual es difícilmente predecible y altamente volátil.
Sin embargo, la cartera de crédito en términos de dólares no ha parado de reducirse en medio de la pandemia y unas cifras de achicamiento de la economía jamás esperadas en este 2020. En efecto, al cierre de este primer semestre, la cartera bruta del sistema financiero equivale a $167 MM, cuando cerró en $743 MM hace apenas 2 años en 2018.
La depresión económica del país es un reto muy relevante para la banca que ya ha perdido más del 90% de su tamaño en los últimos 6 años y necesita mantener músculo para sostenerse a flote.
En el Informe Privado de Aristimuño Herrera & Asociados de esta semana se pone el foco en la situación del sistema bancario venezolano al cierre del primer semestre de 2020, un período lastrado por la crisis estructural que se mantiene en la economía y por los efectos gravemente perjudiciales de la expansión del coronavirus Covid-19 en el país.
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Fuente: Banca y Negocios
Por: María Laura Espinoza
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La deuda venezolana derivada de procesos de arbitraje, hasta ahora, asciende a 21.300 millones de dólares y se estima que representa 16% de los pasivos totales que la república, en algún momento, deberá reestructurar y cuyo monto aún no está determinado con certeza.
El dato es producto de una investigación realizada por el Observatorio de Gasto Público del Centro de Divulgación del Conocimiento Económico (Cedice-Libertad), coordinada por el abogado Ramón Escovar Alvarado, quien puntualiza que este monto «no incluye casi 20 casos pendientes de decisión, los montos de ejecución ni los intereses de los procesos que están en curso».
El jurista indica que «se dice mucho que la deuda por bonos es de 60.000 millones de dólares, pero nuestra investigación revela que la deuda por procesos de arbitraje puede ser más alta. Podría llega a 80.000 millones de dólares, contabilizando los intereses y costos».
Los investigadores de Cedice señalan que este pasivo es el primero que se deberá reestructurar, porque ya no hay dudas sobre su cuantificación y origen, puesto que son compromisos avalados por decisiones arbitrales que la república está obligada a reconocer. «Los acreedores que tienen un laudo a su favor tendrán preferencia», dijo Escovar.
– Posición privilegiada –
Los investigadores de Cedice señalaron, durante la presentación de su trabajo de seguimiento -por cierto, nada sencillo- de los pasivos por arbitraje, que Venezuela tenía fama de ser un excelente pagador, ya que en promedio tardaba 15 días en honrar sus compromisos.
«Eso cambió después de 2013 y ahora básicamente somos un estado maula, y tenemos varios laudos en fase de ejecución forzosa», refiere Escovar Alvarado.
La investigación, además de Alvarado, también contó con la participación del abogado especialista en derecho internacional, Andrés Carrasquero, quien explicó que estos pasivos «tienen la protección de la Convención de Washington -denunciada por el estado venezolano, por cierto- que es donde se crea el CIADI. Como resultado de la denuncia, la consecuencia es que aplica la Convención de Nueva York, que es otro mecanismo expedito para los reclamos. Están de primeros y tienen protección legal», subrayó.
Carrasquero señaló que estos laudos están amparados en tratados de protección de inversiones, «que son un catálogo de derechos que garantizan los derechos de los inversionistas. Ahí queda claro que, en caso de expropiación, se debe hacer un pago justo y adecuado por los activos; eso es lo que da derecho a las empresas a acudir a los centros de arbitraje».
En concreto, Venezuela tiene 59 casos en trámite en diferentes cortes de arbitraje, de los cuales 12 ya tienen laudos. Algunos, como la minera canadiense quebrada Crystallex y la petrolera ConocoPhillips, han intentado procedimientos de ejecución forzosa. Esta es la raíz del caso Citgo, el más visible de todos, porque se trata del activo venezolano más importante en el exterior.
Ramón Escovar León recordó que el gobierno del ex presidente Hugo Chávez, en pleno auge del boom petrolero, intentó vender a Citgo en 10.000 millones de dólares y no lo logró; y ahora el activo puede ser enajenado para pagar deudas.
Los inversionistas con reclamos y que cumplen condiciones específicas acuden a tribunales de arbitraje, porque son procedimientos más rápidos, que, en promedio, pueden decidirse en uno o dos años. «El país, en consecuencia, tiene una larga fila de acreedores. El problema es que no hay gasolina para todos».
Fuente: Banca y Negocios
Por: María Laura Espinoza
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Durante los meses de julio a octubre de 1940 se registró la llamada batalla de Inglaterra, uno de los enfrentamientos decisivos de la Segunda Guerra Mundial. Fue una batalla aérea, en la que participaron unos pocos miles de pilotos y aviones en ambos bandos. En comparación con las inmensas contiendas aéreo-terrestres y navales que acontecieron posteriormente, en otros teatros de ese conflicto planetario, la batalla de Inglaterra tuvo una dimensión menor en cuanto al número de participantes y equipos. No obstante, su impacto político y estratégico fue crucial en esa coyuntura y para todo lo que vino después.
Para entender ese significado en su justa medida, hay que comentar tres aspectos principales. Primero, el contexto político existente en ese momento. En segundo lugar, el curso de la batalla como tal. Por último, su resultado en un plano estratégico global.
Entre mayo y junio de 1940 las fuerzas de Hitler habían invadido y arrollado Francia, empujando al gobierno francés a capitular. Estados Unidos y Rusia no se hallaban en guerra y solo entrarían en combate contra Hitler en 1941. La Gran Bretaña, luego de la caída de Francia, estaba sola, y en tales circunstancias relevantes personajes en el gobierno y el Parlamento comenzaron a abrigar dudas acerca de las posibilidades de resistir con éxito el nazismo. De manera tenue y sutil pero real, se empezó a conversar en algunos reducidos pero influyentes círculos dirigentes británicos sobre la perspectiva de negociar un acuerdo con Hitler, que preservase la independencia británica a cambio de acceder al dominio nazi en la Europa continental.
Estas especulaciones, por suerte para la libertad del mundo entero, nunca tuvieron peso en el ánimo de la abrumadora mayoría del pueblo británico, así como tampoco en el de sus principales conductores, entre los que por supuesto destacaba Winston Churchill. El retorno al poder por parte de Churchill, en esas horas críticas de la primavera-verano de 1940, se debió precisamente a su convicción, respaldada por el pueblo, de que con Hitler no se debía negociar ni llegar a acuerdo alguno, y de que el camino de resistir hasta el fin era el único aceptable.
El liderazgo de Churchill se expresó en unas famosas frases dichas ante el Parlamento, cuando anunció a los británicos, a ingleses, escoceses, galeses e irlandeses del norte, que solo podía ofrecerles “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”. Gran Bretaña se había quedado temporalmente sola, pero contaba con el extraordinario heroísmo, el encomiable espíritu de sacrificio de parte del pueblo y sus soldados, y el apego a su libertad e independencia que han caracterizado más que cualquier otro rasgo la historia del país.
Hitler pretendía doblegar a los británicos e invadir sus islas, pero para ello necesitaba alcanzar el dominio del aire sobre el Canal de la Mancha. De lo contrario, una invasión naval alemana estaría desprotegida y en peligro de total fracaso, ante la amenaza de la fuerza aérea enemiga. Por ello los nazis se lanzaron a lograr el control de los cielos, misión que no pudieron concretar gracias a la eficaz resistencia de los estupendos “Spitfires” y “Hurricanes”, los dos tipos de aviones de guerra que los británicos emplearon predominantemente en esa intensa conflagración.
Las defensas funcionaron con eficacia, apoyadas en el radar, la calidad de los aviones desarrollados por la industria militar británica, la fortaleza de la sociedad como un todo, y en particular la destreza de los pilotos. Por ello, en función del extraordinario valor y desempeño de los pocos centenares de jóvenes pilotos que infligieron su primera gran derrota a Hitler, Churchill pronunció en uno de sus discursos de esos días las conocidas frases, en las que con su acostumbrada elocuencia afirmó que “nunca, en la historia de los conflictos humanos, tantos le debieron tanto a tan pocos”. Se refería desde luego a ese conjunto de pilotos, a esos “pocos”, a los que sobrevivieron y los que perecieron en combate, que hace ochenta años infligieron a Hitler y los nazis su primer gran revés militar.
Como han señalado historiadores de la categoría de John Lukács (que no debemos confundir con el filósofo marxista, Georg Lukács) y Sebastián Haffner, entre otros, la vital importancia de la batalla de Inglaterra, su fundamental significado político-estratégico, consistió en que si bien los británicos no ganaron entonces la guerra de manera definitiva (la Segunda Guerra Mundial se prolongaría varios años más), tampoco la perdieron, dando así a su país y muchas otras naciones la oportunidad de reaccionar y proseguir la lucha hasta el triunfo final.
En ese orden de ideas, cabe imaginar qué distintas habrían sido las cosas, qué curso tan diferente habría tomado la historia universal, si la conclusión de esos cuatro meses de combates aéreos en los cielos que cubren el Canal de la Mancha y el sureste de Inglaterra hubiese sido otro, y si Hitler hubiese logrado su propósito de doblegar a los británicos. Cada lector puede hacer su propio ejercicio especulativo sobre esa “otra” historia, que no pasó pero que habría podido pasar, y que seguramente habría hecho mucho más difícil impedir la asfixia de la libertad. De allí que, con toda razón, Winston Churchill calificó ese episodio clave de la historia de su país, que obviamente forma parte de lo más preciado del legado británico a su propio pueblo y el mundo entero, como “su hora más gloriosa”.
Editorial de El Nacional