La larga y dramática crisis venezolana estimula la confusión y facilita el extravío conceptual. Por ello creemos crucial afianzar estas verdades: 1) La política de máxima presión adelantada con perseverancia y consistencia por Washington busca derrocar al régimen chavista. No se trata de negociar con Maduro y sus cómplices para alcanzar una cohabitación con las fuerzas democráticas, un arreglo más o menos imperfecto que deje al chavismo un trozo de poder sobre Venezuela y condone y olvide los crímenes de estos años. 2) Con Trump en la presidencia estadounidense, no dudamos de que el objetivo de acabar con el foco infeccioso venezolano, que es el eslabón más débil, constituye un primer paso para luego aplicar el torniquete final al castrismo en Cuba, asfixiándole para siempre. Sin la neocolonia venezolana en sus garras, la Cuba castrista perecerá. 3) Para Washington es por supuesto importante contar con una oposición democrática que entienda sus propósitos, que comprenda con claridad la naturaleza del régimen madurista, y que actúe en función del objetivo de derribarle en vez de obstaculizar esa meta fundamental.
Existe un sector de la oposición que ha asimilado que para Venezuela, si es que deseamos vivir de nuevo de manera civilizada, en paz y con posibilidades de prosperar, es imperativo extirpar de nuestro territorio, de nuestras instituciones, de nuestra economía y de nuestros nutrientes culturales el maligno virus chavista, que ha enfermado a nuestra sociedad y solo existe para sembrar muerte y destrucción en la patria.
Por todo lo dicho resulta desconcertante y lamentable que a estas alturas del proceso de devastación chavista, todavía existan individualidades y partidos, autodenominados de oposición, dispuestos a transitar una ruta que de manera necesaria implica admitir la convivencia con el régimen. Es más, se trata de aceptar el entramado de mentiras y argucias que una y otra vez fabrica el régimen, con el propósito de dividir a la oposición, engañarla, comprarla y emboscarla para así afianzar el poder chavista y proseguir su labor destructiva.
No creemos que todos los que sucumben a las patrañas y tretas del régimen estén motivados por metas egoístas, o actúen como instrumentos conscientes del régimen. Lo que sí pensamos es que todavía predomina demasiada ingenuidad, demasiada confusión, excesiva buena fe y una incomprensible tendencia a tropezar varias veces con la misma piedra de parte de algunos, que afirman, por citar un ejemplo, que “impedir que Venezuela exporte petróleo no sacará a Maduro del poder”. Para empezar nadie, que sepamos, ha aseverado eso. La línea de máxima presión de Washington incluye numerosas medidas en distintos ámbitos, políticos, diplomáticos, económicos y militares, y como ya anotamos su meta es derrocar al régimen. Bloquear sus fuentes de financiamiento, incluida la petrolera, es un arma esencial de lucha pero no es la única. Asfixiar al régimen debe igualmente ser el objetivo de una oposición genuina.
Es un error monumental e imperdonable enviar señales confusas a nuestro principal aliado. La estrategia de la oposición democrática debe ser inequívoca y basada en principios éticos y claras convicciones políticas. La oposición democrática no debe desviarse del objetivo de ponerle fin al régimen, en unión a los aliados que se sumen a tal fin. Si nuestras fuerzas prácticas están por ahora debilitadas, debemos aferrarnos a los principios y perseverar, fortaleciendo la rebeldía del pueblo, su repudio a quienes ahora le oprimen, su confianza en el triunfo y el apego de todos a los principios que nos unen: la vida en libertad y en democracia, la solidaridad y el compromiso con un futuro mejor para nuestro hermoso país y su gente.
Editorial de El Nacional