En un artículo publicado en el diario español El País, el pasado día 7 de mayo, el conocido analista y político salvadoreño Joaquín Villalobos se refirió a la crisis venezolana. No es la primera vez que lo hace y es justo señalar que los venezolanos tenemos hacia él una deuda moral, por el compromiso que ha mostrado con la causa de la libertad y la democracia en nuestro país. Los comentarios que ahora realizaremos a las opiniones emitidas por Villalobos tienen por tanto un propósito de esclarecimiento y de crítica constructiva.
En su texto, Villalobos señala con razón que Venezuela es un país intervenido por la Cuba castrista, y que todo proceso orientado a afrontar la crisis tiene que asumir este hecho como un elemento fundamental. Afirma igualmente que los regímenes de Cuba y Venezuela son mutuamente dependientes, que “sin Maduro el régimen cubano termina y sin el apoyo cubano Maduro termina”. Hasta este punto compartimos sus criterios. Las dificultades comienzan cuando Villalobos asevera que “los gobiernos europeos y latinoamericanos no toman en serio el control cubano sobre Venezuela”. Aquí debemos introducir un matiz: sí lo toman en serio, pero no han estado ni estarán dispuestos a hacer lo que sería necesario hacer para contribuir de manera efectiva, no solo retórica, a la liberación de nuestro país.
¿Y qué es lo que resulta necesario hacer? Pues no otra cosa que respaldar, de manera decidida y perseverante, la política de presión real y asfixia paulatina por parte de Washington hacia las tiranías cubana y venezolana.
Argumenta Villalobos, de nuevo con razón, que “en privado, todos reconocen que en Venezuela el castrismo se juega la vida, pero solo Estados Unidos presiona a Cuba”, y añade este importante juicio: “Ni siquiera la propia oposición venezolana asume la liberación de su país como una bandera central”. El primer punto es indiscutible. Solo Washington actúa de manera concreta para presionar a Cuba y a Maduro; tanto europeos como latinoamericanos se refugian, unos más y otros menos, en posturas con frecuencia ambiguas pero en general ineficaces. Existen excepciones, es cierto, pero una tragedia como la venezolana no admite ambigüedades. El antiyanquismo europeo y latinoamericano, así como el temor al chantaje de La Habana y sus aliados de la izquierda internacional, es un poderoso freno. En cuanto a la oposición venezolana, creemos que Villalobos acierta: no hemos asumido a cabalidad, con el carácter medular que es indispensable, la denuncia sistemática contra la intervención cubana en nuestro país y frente a la depredación que lleva a cabo La Habana en Venezuela. El tema está allí, pero no apropiado con la requerida prioridad.
Ahora bien, de manera paradójica, Villalobos concluye: “Los cubanos son el poder real en Venezuela y sin señalar su responsabilidad, sin presionarlos, sin exigirles su retirada y sin sentarlos a la mesa no es posible una negociación. La solución es que Cuba transite a la democracia y al capitalismo de una vez por todas”. Sostenemos que esta conclusión resulta paradójica porque el propio Villalobos inicia sus consideraciones afirmando que el control sobre Venezuela es vital, cuestión de vida o muerte, para los veteranos e implacables comunistas cubanos, y también es vital la alianza con La Habana para la preservación del poder de Maduro en Venezuela.
Por tanto, ¿qué incentivos pueden ofrecerse a Raúl Castro y a Maduro para que se sienten a una mesa a negociar el fin de sus respectivos regímenes? ¿No es acaso una ingenuidad suponer que abrirles como opción las vías de la democracia y el capitalismo tiene alguna viabilidad? ¿No es precisamente la razón de ser de las dictaduras cubana y venezolana mostrarse ante el mundo y ante sí mismas como genuinas representantes de otro orden de cosas? ¿No equivale acaso lo que sugiere Villalobos a ofrecerles a Castro y Maduro un revólver para que se suiciden?
El razonamiento de Villalobos, sin dudar de su buena voluntad, encierra una insalvable contradicción: de un lado argumenta que la supervivencia de los regímenes cubano y venezolano depende de su estrecha alianza como lo que son, es decir, como tiranías, y del otro les pide que acepten negociar su suicidio. ¿Qué más puede ofrecer Washington a Castro y Venezuela? Los términos de negociación hasta ahora respaldados por Washington y la oposición venezolana al régimen madurista son de una generosidad pasmosa, pero jamás, en momento alguno, hemos visto a La Habana y Maduro dar un solo paso atrás en cuestiones esenciales para su permanencia indefinida en el poder.
No queda otro camino, para los demócratas venezolanos y quienes en verdad desean apoyarnos, que respaldar la línea dura del gobierno de Trump, temida por aquellos europeos, latinoamericanos y “progres” estadounidenses, que en el fondo lo que buscan es dejarlo todo como está tanto en Cuba como en Venezuela, debido el miedo que les suscita una confrontación mayor y más costosa, que consideramos inevitable. Esto es: inevitable si es que se quiere lograr algún día la liberación de Venezuela con respecto a la depredación castrista.
Editorial de El Nacional