Eva Perón murió el 26 de julio de 1952, tenía 33 años. Apenas expiró, su cuerpo fue entregado a un eminente patólogo español, el doctor Pedro Ara para ser embalsamada (proceso que duró un año). Su cabello rubio y su rostro delicado parece el de una muñeca. Su cadáver es el máximo exponente de la perfección del arte del embalsamamiento.
En 1955 derrocado Perón se exilió a España, desde donde exigió a su sucesor, el general Lonardi, que le devolviera el cadáver de su esposa. Lonardi no sólo se negó sino que hizo acopio de toda su valentía y decidió destruir el cadáver de Eva, que aún permanecía sin enterrar. Pero antes de que pudiera poner en práctica su plan, Lonardi fue derrocado por otro general, Aramburu, que advirtió que el cuerpo de Eva amenazaba con convertirse en bandera de un futuro resurgimiento del peronismo. De manera que ordenó que el cuerpo fuera trasladado secretamente a otro sitio, quitándoselo al Doctor Ara, que lo mantenía celosamente.
Aún hoy la historia del robo sigue siendo un enigma. Lo que se sabe es que, pese a que el cadáver salió en un camión militar una noche de diciembre de 1955, el general Aramburu abandonó su intención de destruir el cuerpo, temeroso de la reacción popular. Las órdenes, contraórdenes, revueltas populares y militares hicieron que el cuerpo peregrinase por diversos depósitos y oficinas hasta acabar escondido en el elegante piso del ayudante de Mori-Koenig, el mayor Antonio Arandia.
En esa época, los agentes peronistas registraban de extremo a extremo la ciudad en busca del cuerpo. Temiendo que alguna pista pudiera llevarlos hasta su casa, Arandia dormía con una pistola bajo la almohada. Una noche, Arandia oyó unos pasos que se acercaban a la puerta del lavabo. Cuando la puerta se abrió, Arandia sacó la pistola escondida y disparó dos veces contra la sombra que habla aparecido en el portal. Su esposa, embarazada, cayó muerta sobre la alfombra. El hecho hizo que el Coronel Cabanillas decidiese acabar con el problema, e inició un macabro itinerario, se fabricaron varios ataúdes idénticos que fueron dispersados por todo el mundo. Pero el cajón que contenía el cuerpo de Eva fue a parar a Milán, pasando antes por Bonn y Bruselas, donde fue enterrada en una triste lápida anónima. Allí permaneció por 15 años.
Muchas cosas sucedieron en Argentina durante esos años, y una nueva Junta de Gobierno vio por conveniente repatriar a un envejecido Juan Perón y el cuerpo de Evita.
En 1971, un hombre presenció, en el cementerio de Milán, la exhumación del cadáver de «su hermana» y lo traslado en un coche fúnebre dirección a Madrid. Este hombre no era otro que Héctor Cabanillas, el ahora jubilado jefe de inteligencia. Allí estaba esperándolo Perón, acompañado por su nueva esposa, Isabel, y por el doctor Ara. El féretro fue colocado en el salón y cuando Cabanillas abrió la tapa Perón rompió a llorar al contemplar el rostro de su mujer. Vio sus rubios cabellos despeinados y su rostro plácido y dijo: “No está muerta, sólo está durmiendo.»
Sería en 1976 cuando finalmente diesen sepultura al cadáver, todavía perfectamente conservado, de Eva en un cementerio de Buenos Aires a 5 metros de profundidad, para que nadie pudiese robarlo de nuevo. Habían pasado 24 años desde su muerte.