Coincido con aquellos analistas que sostienen que el final del régimen de Maduro tendrá numerosas consecuencias en el plano internacional, que podrían examinarse en varios capítulos. Para la Bolivia gobernada por Evo Morales; para la Argentina a punto de regresar a las redes de corrupción de los Kirchner; para Lula da Silva, preso por corrupto; para el prófugo Rafael Correa; para el exhibicionismo populista de López Obrador; para las agrupaciones narcoguerrilleras como el ELN y las reagrupadas FARC; para distintos carteles de la droga de Colombia y Perú; para los socios de los circuitos dedicados al contrabando de combustibles, maderas, minerales, alimentos y medicamentos, que operan al otro lado de las fronteras con Brasil y Colombia; para los inescrupulosos que se enriquecen a costa del hambre de las familias venezolanas; para beneficiarios como Gustavo Petro; para el ramillete de sinvergüenzas que viajaron a Caracas desde distintas partes del continente para participar en los grandes banquetes, juergas y borracheras del Foro de Sao Paulo, los últimos días de julio; para los bandas que estafan, roban, secuestran, explotan y someten a quienes huyen del territorio venezolano, a menudo, sin una moneda en el bolsillo; para todos estos las cosas serán muy distintas, porque las arcas de Venezuela y los propios venezolanos dejarán de ser un botín que se reparte a diario.
No solo en el continente, también en otras partes del mundo habrá cuestiones que revisar, reordenar, investigar, eliminar, ajustar, impugnar o denunciar. Centenares de acuerdos, negociados, intercambios o tratos sin soporte legal, contrarios al interés nacional, violatorios de la Constitución y las leyes respectivas, que se hicieron con gobiernos o empresas de China, Rusia, Bielorrusia, Irán, Corea del Norte, Turquía, Vietnam, la India y algunos otros. Desde 1999 se han anunciado acuerdos, viajes de delegaciones, comisiones, intercambios, firma de contratos, obras diversas, creación de empresas y de proyectos de infraestructura, que no se hicieron, que se abandonaron al poco tiempo, que se interrumpieron o que se derrumbaron. ¿Podríamos tener tan siquiera una somera idea de cuánto han costado los viajes de Chávez, Maduro, centenares de ministros, miles de funcionarios, asesores, familiares, queridas, queridos, asistentes, amiguetes, guardaespaldas, niñeras, médicos, enfermeras, cocineros y más? ¿Tenemos derecho a saber a cuánto asciende el monto de los gastos incurridos por los constantes viajes de funcionarios venezolanos a Cuba? ¿O los de Padrino López a Rusia? O, a la inversa, ¿será posible investigar y saber cuánto han costado a la nación venezolana las visitas de las Marta Harnecker, los Juan Carlos Monedero, los Maradona, los Danny Glover, los Ramonet, las Hebe de Bonafini, las Eva Golinger y otros varios centenares de parásitos comunistas, usufructuarios de la industria petrolera venezolana?
A esto voy: realmente no tenemos una idea de la extensión y profundidad del modo en que se han dilapidado los bienes y los recursos venezolanos. Becas, donaciones, viáticos, ayuda, boletos aéreos, pagos de hoteles, de restaurantes, asesorías, contribuciones para los más diversos fines, alcanzan una cuantía única en el mundo: miles de millones de dólares. La destrucción del patrimonio nacional no se limita a los grandes hechos de corrupción: también se ha producido un desangramiento constante a través de estas prácticas burocráticas y frecuentes que, en otra escala, también son corruptas y abusivas.
Editorial de El Nacional