Es fácil recordar bajo este título a uno de los tantos filmes que Hollywood coloca en cartelera para revivir a Bruce Willis y tantos otros actores que van envejeciendo sin dejar de ser duros de matar. En particular, dar un golpe es en el lenguaje de los delincuentes robar un banco o una joya de especial valía. Pero en el caso de Venezuela el gran golpe también se entiende, por astucia e intención, como lo que cada cierto tiempo ocurre cuando ciertos grupos de civiles y militares quieren llegar al poder para “limpiar de corruptos” a la burocracia instalada en un gobierno democrático.
De esa historieta hemos tenido y padecido largas y oscuras noches de dictaduras y saqueos del tesoro público. Ayer en Miami, Florida, la Fiscalía anunció que había desbaratado “una red de boliburgueses por lavar 1.200 millones de dólares de Pdvsa”. Se nota que tenían agallas los muchachos venezolanos y de otras nacionalidades que también fueron atrapados o están en fuga, porque lavar dinero en Estados Unidos no es quitarle la limosna a un santo. Es un delito y no solo grave sino gravísimo.
Paralelamente, el señor Nicolás Maduro pide a Estados Unidos y la Unión Europea que le entreguen sumas multimillonarias para comprar medicinas. Los millones de dólares están secuestrados indebidamente, según Maduro. Desde luego, el ciudadano común nota de inmediato el cinismo de tratar de esconder la ineptitud de un gobierno y colgarle como sambenito a otros países la culpa por la destrucción causada por el propio Maduro y sus colaboradores en el sistema de salud bolivariano, si es que se puede hablar a estas alturas de un sistema de salud como Dios manda.
En ningún momento ni la Presidencia de la República ni la Fiscalía General se han planteado recobrar todos los infinitos millones que los chavistas y maduristas han acumulado en el transcurso de estos largos años de enriquecimiento ilícito de los funcionarios inscritos en el PSUV, o de los militares que han desempeñado cargos como funcionarios de alto rango en estos años de gobierno rojo rojito.
Si por casualidad iniciaran, en un ataque de locura, una revisión a fondo de lo robado desde que llegaron al poder se quedarían patitiesos porque son cifras astronómicas. ¿A quién en su sano juicio se le hubiera ocurrido que aquellos jóvenes militares, guiados por un afán de enderezar los malos pasos de una democracia debilitada y bamboleante, se convertirían luego en prósperos funcionarios, o mejor dicho, habilidosos empresarios?
Porque la verdad sea dicha, para robar se necesita una cierta habilidad, una especial astucia y un olfato insensible a los olores de la moral y las buenas costumbres. Cuando los venezolanos, que están pasando hambre y llorando sus amargos padecimientos, se enteran de que el teniente Andrade, por ejemplo, es ahora un fantasma que recorre Estados Unidos o Europa, envuelto en una capa de dólares o euros que lo hace invisible a la justicia, pues absolutamente nadie puede tragarse esa capacidad de escapar a la justicia de la que hace gala.
Esa inmensa complicidad oficialista hace que el golpe del 4 de febrero sea exactamente “El Gran Golpe”, ni más ni menos. Dígalo ahí, Bruce Willis.
Editorial de El Nacional