En reciente acto de campaña electoral, celebrado en el Poliedro de Caracas ante un público de educadores, Nicolás Maduro hizo una oferta que merece especial comentario. Después de asegurar que ganaría por un alud de votos, anunció la primera medida que tomará durante su segundo gobierno: convocará a un diálogo con la oposición en la República Dominicana, con el objeto de establecer la paz en la conmovida sociedad que espera con ansia un ambiente de tranquilidad.
Las reuniones de políticos en República Dominicana no son una novedad, sino espectáculo visto y repetido. También son sabidos los resultados de esas conferencias, hasta ahora: nada de importancia, nada capaz de satisfacer los intereses de los representantes de la oposición, nada susceptible de concretarse en beneficio colectivo. La posibilidad de volver a ellas, que ahora anuncia el representante del continuismo, demuestra que en realidad no tiene nada qué ofrecer al electorado, a menos que se le conceda la posibilidad de parecer una promesa al plan de llover sobre mojado, a la necedad de volver a caminos trillados que no conducen a ninguna parte.
Pero, independientemente de la vaciedad de la oferta, hay otros elementos para desconfiar de ella. La intensificación de la represión es un hecho evidente, aun en las vísperas electorales. La persecución de los ciudadanos que protestan por carencias fundamentales, como la falta de agua potable, la interrupción cada vez más frecuente de los servicios eléctricos y la carencia de medicinas, salta a la vista.
Los que se atreven a levantar la voz son recibidos con peinilla y cárcel. El hostigamiento de los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, extendido a la paz de sus hogares y a la tranquilidad de sus familiares, es un hecho cobarde. La manera feroz de encarcelar a los directivos de Banesco, llevada a cabo con estentórea publicidad, es un hecho inocultable. Hay más evidencias de atropellos de la misma especie, pero los mencionados sirven como ejemplo.
¿Se logra la paz con esas conductas reprobables? ¿Busca la concordia quien siembra la cizaña desde la prepotencia del poder? ¿Quiere una sociedad de hermanos quien la divide a través del atropello, el ataque a mansalva y el insulto? ¿Una sociedad pacífica nace de flagelar a una parte de sus miembros, a un segmento significativo y cada vez más creciente de quienes forman parte de ella? ¿El veneno de hoy será negado y prohibido por el continuismo de los envenenadores?
Las respuestas están cantadas. El dictador que alimenta con su conducta despiadada que estemos cada vez más anonadados y temerosos frente a la acción de la mandarria, no puede presentarse como portador de una hoja de oliva. El verdugo no se convierte en ángel de la guarda porque se arrepiente de sus excesos, sino solo porque le conviene anunciar que les dará un receso aconsejado por el populismo.
La dureza del acero no se vuelve lecho de rosas sino solamente en los excesos de un mitin en el Poliedro, a menos que la ingenuidad se convierta en la costumbre del infierno madurista. Mirar hacia los encierros de República Dominicana, como anuncia el dictador, nos convertirá en el pueblo más incauto del hemisferio.