“Es un honor, qué más te digo”, dice en una entrevista con Efe al aceptar ser uno de los últimos íconos del movimiento artístico iniciado en México a principios del siglo XX, creado por un grupo de intelectuales pintores después de la Revolución mexicana.
Bajo la inspiración de los artistas José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, Peredo (Ciudad de México, 1927) aprendió la técnica de la pintura al fresco e imprimió su sello personal en los murales que diseñó y dejó para la eternidad.
“Mi pintura es continuidad del muralismo mexicano en sus características nacionalistas, pero también humanistas, democráticas y si se quiere socialistas, aunque el socialismo sea solamente un elemento del corazón”, asegura.
Peredo, quien odia mencionar que tiene 91 años, fue designado miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte para el periodo 2017-2020, con lo cual agregará seis murales más a su vasta obra.
En Xalapa, ciudad de poco más de 500.000 habitantes asentada en la región montañosa del Golfo de México, el maestro del muralismo cumplirá casi tres décadas de recorrer las angostas y empinadas calles de un lugar que lo considera una persona cabal, constante y solidaria.
Con su cabello blanco y su rostro marchito por la edad, Peredo mantiene vivos los recuerdos que lo llevaron a ser un experto de la pintura al fresco, realizada -en muchas ocasiones- con una caña de bambú de más de 10 metros o trepado en un andamio en las alturas.
“Quería ser un muralista como Diego Rivera y un artista que hiciera obra social. Como Diego Rivera, admiraba mucho su posición comunista en aquella ciudad de contrastes”, afirma.
Desde los 14 años dedica su tiempo a la pintura, porque -rememora con una sonrisa- alguien le dijo que “pintaba bien”: “Yo lo creí y ya no pude escaparme del vicio”.
Aún resuena en su mente cuando a los 19 años su padre, Luis Gerardo Peredo, uno de los iniciadores del cine mexicano, lo confrontó y le advirtió que siendo un pintor malo se iba a morir de hambre.
“Me dio mucho coraje”, confiesa.
Se dirigió a la casa de Rivera y pidió hablar con él. “Era un hombre gigantesco, no solo gordo sino alto, parecía un gigante”, relata.
Peredo le contó lo sucedido y pidió la opinión del maestro sobre sus dotes como pintor. Rivera medio observó las obras y le dio una recomendación que siguió al pie de la letra: “Si su padre no quiere que sea usted pintor, métase usted de obrero, y en la noche se pone a pintar”.
Estudió en varios institutos, entre ellos la Escuela La Esmeralda, y desde su estudio, en el sótano de la casa familiar, fue perfeccionando su estilo hasta que en 1947 pintó su primer mural en una clínica de maternidad que representa la explotación de trabajadores marginados en la Ciudad de México.
Peredo deambula por el vestíbulo del Palacio de Gobierno. Observa detenidamente su mural realizado en fresco al que bautizó “Una revolución continua”, y relata que algunos de los personajes son empleados gubernamentales.
La obra presenta daños propios del tiempo; el muralista revisa con minuciosidad las afectaciones y promete volver para repararlos de la mano de un trabajador de la construcción.
EFE