Un arpista venezolano radicado en Boston nos habla sobre el peculiar instrumento que es el arpa llanera de Colombia y Venezuela
Eduardo Betancourt es un arpista venezolano con una amplia trayectoria internacional, que recientemente se mudó a Boston y está participando en varios proyectos, con el objetivo de proyectar la música tradicional del llano colombo-venezolano.
Eduardo acaba de llegar del Festival Internacional de Arpas de la marca Camac en Lyon, Francia, y fue el único hispano invitado a este evento. Lo entrevistamos en El Planeta y nos comentó sobre las peculiaridades de su instrumento y de su carrera artística.
“Desde pequeño tuve influencia en casa, porque mis padres escuchaban música venezolana”, cuenta Eduardo. Fue así como inició su interés en los instrumentos, completó talleres de cultura popular en Caracas, su ciudad natal, y aprendió a tocar varios instrumentos, incluido el bajo, el cuatro venezolano, las maracas y, por supuesto, el arpa.
Muchas personas desconocen la versatilidad del arpa, o saben poco sobre el arpa tradicional llanera (muy distinta al arpa de pedal que comúnmente vemos en la orquesta), que desde hace 5 años la está construyendo la famosa marca francesa Camac.
El arpa llanera es un instrumento de cuerda diatónico difundido en la región centro oriental de los Llanos Colombianos y venezolanos, y se utiliza para acompañar principalmente el joropo, que es un ritmo musical típico de esta región. Tiene 32 o 33 cuerdas de diferentes calibres y organizadas en la escala musical según el grosor, y no tiene pedales para lograr las alteraciones. Regularmente es construida en cedro, pino y otras maderas resistentes.
“El arpa se convierte en un instrumento protagonista, muy diferente al rol secundario que tiene en la orquesta”, explica Eduardo. “Es símbolo de una tradición cultural para el territorio llanero de Colombia y Venezuela”.
Aunque inicialmente este tipo de arpa era casi restringida a músicos de los Llanos, ha tomado bastante auge a lo largo del siglo XXI, especialmente entre jóvenes de nuevas generaciones, quienes se han vinculado tanto a los procesos de su práctica y enseñanza, como a la experimentación de nuevos ritmos.
Para mi, “el arpa no tiene límites”, afirma Eduardo. “La música venezolana está un poco virgen aquí en Boston, y yo quisiera darla a conocer”. Dice que además de joropo, toca merengues y valses venezolanos, y también da clases y participa en otros proyectos musicales. En su disco “Ad libitum” se puede apreciar el trabajo de Eduardo Betancourt.
Original: Diario El Planeta
Cortesía Diario el Planeta