Cuando la Fundeu haga públicas, como cada año, las palabras que han definido este 2017, probablemente ‘millennial’ aparezca entre las primeras de la lista. Se trata de la generación que comprende a los nacidos entre 1982 y 2004 (aunque incluso a la hora de limitar la generación haya controversia) y el término ha sido utilizado hasta la saciedad para definir a este grupo de personas, que en España suponen más de ocho millones, que coinciden con la juventud activa del momento. Se ha dicho de ellos que son los mejor preparados de la historia, los que más facilidades han tenido durante su infancia y adolescencia, la generación que al acabar sus estudios se dio de bruces con la crisis económica, la que está reinventando el mundo social y laboral, la que se enfrentará a las peores consecuencias del cambio climático, la que verá la cura del cáncer, pero, sobre todo, la primera generación que vivió de lleno la revolución tecnológica.
Los millennials han crecido definidos por una palabra, Internet, y eso ha tenido consecuencias en la forma de desarrollarse como seres sociales. Porque, aunque Internet nos haya regalado una serie de avances, descubrimientos y facilidades con los que jamás habríamos soñado, la parte más oscura es cada vez más visible, y afecta especialmente a todos los jóvenes comprendidos entre los 35 y 20 años.
Internet nos ha hecho adictos a su información, a forma de acogernos, de no dejarnos nunca solos, de conectarnos al mundo y a las personas por lejos que esté, de acompañarnos siempre, de mantenernos a salvo en cualquier situación, de otorgarnos un perfil envidiable, un trabajo y hasta una pareja. Y todos, en menor o mayor grado, hemos desarrollado una adicción a todo lo que Internet nos ofrece. Pero, ¿es solo esto lo que define a toda una generación? En gran medida, sí, aunque hay otros detalles que, probablemente, derivarán del mismo origen. Los millennials pueden dejar las drogas, el alcohol, el tabaco, las relaciones tóxicas y hasta su lugar de origen, y adentrarse en una aventura a cinco mil kilómetros de distancia con solo una mochila. Eso sí, en la mano siempre llevarán su Smartphone.
Estas son las adicciones más comunes entre los jóvenes de hoy en día, derivadas, en su inmensa mayoría, de ese fenómeno que les ha definido desde que metieron la cabeza en la vida adulta: Internet.
Adictos a las redes sociales, a la inmediatez y al reconocimiento
En 2014, la revista Time definió a los millennials como la generación del yo-yo-yo; han sido calificados de narcisistas, egocéntricos, impacientes, inseguros y emprendedores y, precisamente la adicción de los jóvenes a las redes sociales podría ser buena prueba de algunos de esos calificativos. Pero, ¿realmente es el narcisismo o la superficialidad lo que explica nuestra adicción a plataformas como Facebook, Instagram o What’s App? Si bien es cierto que todos somos conscientes de la distorsión que sufren, no solo nuestras fotos, sino situaciones, momentos y acciones en general, una vez las introducimos en la pequeña pantalla, puede que esa intención de hacerlo todo más bonito, de tener más amigos, seguidores, likes e interacciones, sin importar si son nuestros amigos o unos completos desconocidos, vaya más allá de vernos guapos, delgados o mostrar al mundo nuestra ropa nueva.
El sociólogo Zygmunt Bauman, fallecido hace varios meses, hacía referencia a esta adicción como una forma de combatir la soledad y, por otro lado, permanecer en nuestra zona de confort, en un mundo creado por nosotros mismos, y evitar enfrentarnos a la realidad del exterior, donde las situaciones, las personas y los problemas se nos escapan de las manos. “La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en tiempos de individualización. En redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales, porque éstas las desarrollas en la calle o en el trabajo, y cuando te encuentras con gente con la que necesitas tener una interacción razonable, ahí es cuando tienes dificultades”, explicó en una ocasión el sociólogo para el diario El País.
¿Es entonces la red un refugio para los jóvenes, más que una herramienta para hacer gala de ese narcisismo? En la mayoría de los casos, sí. Guido Stein, profesor del IESE y experto en materia, realizó recientemente un estudio al respecto, que concluyó que los nacidos entre la década de los 90 y los 2000 son una generación adicta al reconocimiento, no solo en núcleos pequeños como la familia o el lugar de trabajo, sino en grandes dimensiones como redes sociales o comunidades multitudinarias. Esto, explica, se debe a la educación que han recibido, especialmente en el núcleo familiar, donde se ha fomentado esa inmadurez, como él la califica. “Se han convertido en expertos en manipular la imagen que transmiten, cuanto más guay sea su perfil, con independencia de que lo que se cuenta en él sea verdad, más personas lo leen y envían una solicitud de amistad; se trata de que a uno lo reconozcan y de tener fans que lo adoren”, culmina el profesor en su estudio.
El temor a perdernos algo
Esta adicción a las redes sociales, la inmediatez y el reconocimiento tiene, como era de esperar, una serie de consecuencias en el comportamiento y la vida en general de los jóvenes. Esta necesidad de estar siempre conectados ha derivado en la ansiedad que sufrimos cuando tenemos el móvil (o simplemente la conexión a Internet) fuera de nuestro alcance.
Y, como no podía ser de otra manera, hay un término para definir este fenómeno: FOMO, las siglas de Fear Of Missing Out que, en español, es algo como el temor a perderse algo. Se trataría de un miedo persistente a sentirse fuera de un núcleo social y la necesidad constante de estar conectado para no perderse nada y estar siempre al corriente de lo que sucede. Esto deriva en estrés, ansiedad y depresión, ya que la persona afectada por el FOMO tiene a obsesionarse y dejar de lado otros aspectos más importantes de su vida, algo que le hace entrar en un círculo vicioso de insatisfacción y tristeza.
Y, aunque pueda sonar exagerado o lejano a una situación personal, cada vez son más las personas que llegan al límite y renuncian al ritmo frenético de vida e irrealidad al que se han sometido por culpa de las redes sociales. Influencers como Aimee Song o la española Paula Gonu han reconocido en alguna ocasión sentirse extremadamente solas y han llorado ante la cámara explicando lo difícil de llevar una vida basada en la apariencia y la exposición de sus vidas. El año pasado, una encuesta reveló que ya había más jóvenes intentando desconectar del móvil que dejando de fumar. Veremos en qué queda esto.
Fuente: harpersbazaar