En declaraciones formuladas ayer por el fiscal Tarek William Saab, escogido a dedo y por voluntad del señor Nicolás Maduro, niega que exista una “purga” en los altos mandos de Petróleos de Venezuela y rechaza que ella obedezca a una feroz guerra al interior del chavismo y el madurismo por controlar importantes y jugosas parcelas de poder.
Que lo diga el fiscal Tarek le resta credibilidad, pues si alguien sabe de esas pugnas y las padeció cuando fue gobernador del estado Anzoátegui es el propio acusador de Ramírez y compañía. Los militares chavistas nunca tragaron a ese joven abogado y defensor de derechos humanos que no ocultaba su profunda y desmedida admiración por Fidel Castro y el gobierno cubano.
Cuando el capitán Cabello gobernaba el estado Miranda nunca congenió con su par de Anzoátegui, dicen los camaradas del PSUV. Algunas obras de vialidad que cruzaban las dos entidades se vieron obstaculizadas en su construcción por rivalidades que no venían al caso. Pero además de estos casos conocidos desde tiempo atrás, las diferencias ideológicas y políticas (cierto nacionalismo y un poco de marxismo) eran por demás evidentes entre algunos militares y militantes del partido oficialista.
Hoy cuando el sector militar reclama cada vez más un papel hegemónico en lo económico y Maduro se lo ha concedido progresivamente, la confrontación se ha ido exacerbando al punto de que ya resulta poco menos que imposible convivir bajo el mismo techo a todas las principales corrientes que nacieron del chavismo. Y la única manera de estabilizar este peligroso modus vivendi era desalojar de sus viejas posiciones de poder a ciertos aliados civiles incómodos como Ramírez y su grupo.
La necesidad de cargar las culpas de la insólita debacle petrolera sobre alguien lo suficientemente conocido y poderoso era inevitable si lo que se buscaba era causar un temor generalizado entre la alta burocracia petrolera y, desde luego, obligarla a colaborar clausurándole cualquier esperanza de sobrevivencia si hicieren lo contrario.
Años atrás el general Isaías Baduel, en su época de gloria y poder, también puso sus ojos en Pdvsa e incluso convocó a un congreso integrado por diferente sectores sociales para rescatar y reorientar la industria petrolera y colocarla bajo su mando. A los cubanos no les gustó para nada la idea de que se colocara la corporación petrolera en las manos de alguien que no fuera de su entera confianza. Hasta allí llegó el proyecto y, más tarde, la cárcel para Baduel.
Pero el precedente sentado por Raúl Castro en Cuba al colocar todas las actividades económicas importantes, sin excepción alguna, en manos de los jefes militares tardó en concretarse en Venezuela. Sin embargo, este objetivo central ha ido creciendo sin prisa pero sin pausa en este mandato de Nicolás Maduro. Hoy ya el campo está despejado para completar la toma total y definitiva de Pdvsa.
Como es lógico suponer, no es Ramírez un angelito del señor, un alma cándida caída en desgracia. Su reino se corrompió a un punto tal que terminó sirviendo su cabeza en bandeja de plata a sus enemigos, tan corruptos como él y su grupo.
Editorial de El Nacional