No hay profesor universitario que no tenga un mal recuerdo de alguna clase. Yo, por ejemplo, hubo una vez en la que sabía desde el principio que había perdido a mis alumnos con el powerpoint porque los que no habían caído en un coma profundo me miraban con furia o ansiedad. Años después todavía resuena mi voz en mi cabeza enumerando los puntos principales e intentando venderles la moto a los estudiantes.
Por suerte, no recuerdo qué pensarían los estudiantes sobre mi presentación, pero el recuerdo más doloroso es la experiencia de aburrirme a mí mismo. Cuando te pasa algo así te tienes que replantear cómo haces las cosas y por eso he liderado una iniciativa para prohibir el powerpoint a la hora de dar clase.
Una clase te puede salir mal por varias razones: mala planificación del curso, falta de preparación, un día poco inspirado, los estudiantes no se comprometen, demasiados alumnos, un aula mal diseñada… pero el powerpoint se suele llevar la palma.
Una clase en vivo cara a cara es una interacción abierta entre los estudiantes y el profesor para tratar contenidos y lo que hace un powerpoint es convertir la clase en un monólogo que ignora cualquier otro tipo de aportación que no sea lo que el profesor ha planificado el día anterior, quitando toda posibilidad de improvisar o de considerar otras opiniones. Hay pocas opciones para adaptarse a las reacciones de los estudiantes sin salirse del tema.
Este tipo de presentaciones suelen ser tan sumamente aburridas porque, aunque los oyentes ya sepan por dónde van los tiros, el orador tiene que exponer todos los puntos, mientras el público cruza los dedos para que la siguiente diapositiva sea más interesante.
No apto para profesores
Sin embargo, para mantener el interés y la relevancia durante una clase, los profesores tienen que hacer preguntas y experimentar, no simplemente dar soluciones y datos. Por desgracia, esa es la idea de PowerPoint. Este programa fue originalmente diseñado para Macintosh, pero Microsoft se hizo con la compañía que lo programó y, tras su lanzamiento, el programa estaba dirigido a los profesionales de negocios, especialmente a consultores y comerciales.
Durante los 90 muchas empresas lo empezaron a usar de forma más general porque venía con el paquete de Microsoft Office, lo que explica que incluya resúmenes para ejecutivos, todas las opciones para gráficas y tablas o los planes de acción. El powerpoint llegó a las universidades porque cada vez había más demanda para ofrecer una formación más concreta y masticada a los estudiantes que les ayudara a moverse entre la amplia cantidad de conocimientos.
Lo que hace un powerpoint es convertir la clase en un monólogo que ignora cualquier otro tipo de aportación que no sea lo que el profesor ha planificado el día anterior, quitando toda posibilidad de improvisar o de considerar otras opiniones
Por lo visto, el powerpoint no ha empoderado a los profesores porque no son comerciales que quieren venderles ideas a sus alumnos con unas diapositivas. Los profesores tienen que plantearles problemas y este tipo de aprendizaje es un proceso lento y complejo que no se puede resumir en unos pocos puntos clave. Powerpoint produce estupidez y algunos académicos, como el experto en estadística estadounidense Edward Tuffe, lo han llegado a calificar como “demoniaco”.
Por supuesto, existen nuevas opciones para crear presentaciones como Prezi, SlideRocket o Impress que añaden un montón de nuevas características y animación en 3D, sin embargo, yo diría que sólo empeoran las cosas. Un punto de la discusión no pasa a ser relevante porque se mueva de manera misteriosa en la diapositiva por no hablar de lo difícil que es seguir un powerpoint, si se te pasa un punto lo normal es que te hayas perdido.
¿Y cómo decidimos qué poner en un powerpoint? En mis presentaciones, el texto de las dispositivas no es más que mi opinión y lo que pienso, redactado de forma tosca y rápida. A diferencia de los trabajos de investigación que he publicado, nadie va a analizar o a criticar mis powerpoints. Sin embargo, para mis alumnos mis presentaciones tienen algo de autoritario y muchas veces incluso las citan en los trabajos que les mando, en vez de buscar las ideas en los textos reales que complementan las clases.
Libres del powerpoint
Nuestro primer logro fue prohibir el uso de Facebook y de otras redes sociales en nuestro en Máster en Filosofía y Negocios de la Copenhagen Business School y ahora también hemos prohibido que los profesores utilicen powerpoint en sus clases.
Hemos hecho lo mismo que las fuerzas armadas de Estados Unidos, donde el general de brigada Herbert McMaster lo prohibió porque estaba considerado como una herramienta poco útil a la hora de tomar decisiones. No podríamos estar más de acuerdo, aunque nosotros permitimos a los profesores que lo usen para mostrar imágenes y vídeos, así como citas de autores primarios.
Los profesores escriben con tiza en la pizarra (o con marcadores en un tablero) y, al contrario que el powerpoint, escribir con tiza te permite anotar las aportaciones de los alumnos y conectarlas a los puntos que estás desarrollando. Lo que están haciendo en realidad la mayoría de las universidades es defender a escondidas el monopolio de Microsoft cuando dan prioridad al uso del proyector y el powerpoint ante otras tecnologías, como la pizarra.
Al contrario que el powerpoint, escribir con tiza te permite anotar las aportaciones de los alumnos y conectarlas a los puntos que estás desarrollando
Bien es cierto que si les quitamos el powerpoint a los profesores hacemos que tengan que prepararse mejor las clases. Sin embargo, en nuestro programa de máster los profesores planificamos las clases minuto a minuto, aunque siempre con un contenido abierto a sufrir cambios. Para fomentar su interacción, los alumnos ponen su nombre en el pupitre desde el primer día para que los profesores puedan pedirles a los que menos participan en las clases que expliquen alguno de los conceptos que se están desarrollando en la pizarra, ya sea desde su sitio o saliendo a la pizarra a escribir.
Durante todos los años en los que he usado el powerpoint de forma tradicional, los alumnos se quejaban automáticamente si no recibían las diapositivas antes de la clase. A día de hoy los alumnos no han mencionado nunca que echen de menos el powerpoint -sólo se quejan si las notas de mi pizarra son confusas- y si en un punto llevan razón se puede corregir en el momento, a diferencia de la inflexibilidad de los powerpoints.
Sin la tentación del powerpoint, los profesores tienen que tirar de los alumnos si necesitan ayuda y se puede convertir en una situación de provecho para ambas partes.
Bent Meier Sørensen, Profesor de Filosofía y Negocios, Copenhagen Business School
The Conversation