Una calle sin salida de Petare, acoge cada día a decenas de enfermos que buscan en consultorios espirituales curar los males que no pudieron atender en el sistema de salud del país, afectado por la escasez de medicamentos y una crisis económica generalizada.
Con el nombre popular de el callejón de los brujos esta suerte de vereda espiritual lleva cerca de medio siglo operando en el híperpoblado municipio Sucre, en las entrañas de la favela más grande de Latinoamérica, y atendiendo mensualmente a miles de personas provenientes de toda la geografía de la nación petrolera.
El flujo de personas se mantiene debido a la creciente demanda de consultas y operaciones espirituales para resolver problemas de salud que fueron imposibles solventar con la medicina occidental.
Este es el caso de la señora Idolina, una pensionista de 69 años que reside en el noroeste de la capital venezolana y que acude por estos días al centro espiritual Madre Érika, el más grande de todos estos consultorios, para recibir tratamiento en su brazo derecho, que debía operarse según indicación médica.
La caraqueña, que lleva 31 años visitando ocasionalmente el sitio, dijo que no tiene los 2 mil 500 bolívares que requiere para cubrir los gastos quirúrgicos y, en cambio, celebra que por el equivalente a un dólar hoy en día está curándose y se siente alentada.
Así, un centenar de pacientes espera cada día a las afueras del centro Madre Érika para que los hermanos revisen sus dolencias, elaboren un diagnóstico, les indiquen una dieta y los rituales a seguir para la curación o procedan a una operación si la consideran necesaria.
El hermano guayanés, explicó que estas intervenciones espirituales se basan en equilibrar la energía del paciente pues, afirmó, “son alteraciones energéticas las que producen las enfermedades”.
El espíritu de ustedes, pacientes, da permiso para curar, indicó tras agradecer a la divina providencia por todas las sanaciones que ha logrado a lo largo de 41 años de trabajo espiritual, los últimos al frente del centro Yaguarin en Petare.
Hasta su consultorio llegó una sexagenaria con la esperanza de que su hijo de 35 años, diagnosticado con miopía desde la niñez, pueda recuperar la visión que perdió por completo hace un mes tras una subida de tensión, o eso recuerda ella que le explicaron los médicos en un hospital caraqueño.
La mujer, que prefirió no identificarse, contó a Efe que espera un cupo en el Hospital Clínico Universitario para operar a su hijo sin costo alguno.
Al recordar que hay mucha gente esperando en ese hospital y que no hay insumos, duda sobre esta posibilidad, mientras su fe en el hermano guayanés, que proyectó para diciembre la recuperación de su hijo, se mantiene intacta.
Otros pacientes del callejón insistieron, sin acceder a ser fotografiados, en el poder curativo de las intervenciones espirituales que por lo general son acompañadas por pastillas de la medicina natural, los habituales reposos postoperatorios y, eventualmente, de algunos analgésicos regulares.
Una docente del estado Vargas, ubicado a casi 50 kilómetros de los consultorios, llegó hasta esta vereda caraqueña para dar continuidad al tratamiento que viene siguiendo desde hace varias semanas luego de que la operaran del estómago.
Ella y una octogenaria a su lado, que dijo tener muchos años tratándose en ese sitio y que ahora va por una dolencia en las rodillas, festejan haber encontrado cura luego de haber sufrido calvarios en búsqueda de fármacos que no encontraron en ninguna parte.
La Federación Farmacéutica de Venezuela ubicó esta semana en 85 % la escasez de medicamentos en el país, mientras que la Federación Médica mantiene su alerta sobre las condiciones precarias de los centros de salud que, según sus cálculos, cuenta con menos del 10 % de las dosis regulares.
En un ambulatorio de la red Barrio Adentro, casi desértico en el callejón de los brujos donde el misticismo y la fe siguen marcando la hora de miles de enfermos que incluso cuidan no cruzarse de brazos, mientras están abiertos, hay más posibilidades de que la anhelada cura llegue.
EC
Por confirmado Massiel Bravo